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Gonzales, Wolfowitz disgustan a votantes

Alberto Gonzales y Paul Wolfowitz pueden ser símbolos de lo malo en la política estadounidense;
jue 17 mayo 2007 07:43 AM

Alberto Gonzales y Paul Wolfowitz bien pueden ser los símbolos de todo lo que anda mal en la política estadounidense: amiguismo, incompetencia y una descarada falta de responsabilidad ante el electorado, que clama por un cambio.

Gonzales, amigo tejano del presidente George W. Bush, hundió al Departamento de Justicia en un tembladeral político y legal, y luego echó la culpa a sus subordinados y su mala memoria. Wolfowitz, el conservador intransigente que subestimó la dificultad para poner en vereda a Irak, recibió como premio la presidencia del Banco Mundial y rápidamente cometió una falta ética que compromete a la institución multilateral.

Tal vez rueden las cabezas de ambos, pero la ciudadanía no se dará por satisfecha con la destitución de dos funcionarios que no estuvieron a la altura de sus funciones. La gente quiere un nuevo tipo de conducción en Washington, y por ahora no la encuentra en ninguno de los dos partidos tradicionales.

''¿Hay quien dirija? ¿Hay quien obligue a alguien a rendir cuentas?'', se preguntó el consultor republicano Joe Gaylord, uno de tantos funcionarios republicanos y demócratas en Washington que temen por la salud de sus partidos debido a la falta de conducción. ''No comprendo por qué no aparece alguien con un garrote y dice, 'arreglen este entuerto'''. Gaylord es asesor del ex representante republicano Newt Gingrich.

Los demócratas tienen sus propios problemas, entre ellos el de los precandidatos presidenciales que parecen ceder en cuanto a Irak y los representantes que violan sus promesas electorales sobre reforma de las leyes de cabildeo.

''La gente quiere cambios drásticos en el funcionamiento de la política: el dinero, el cabildeo, todo'', dijo el estratega demócrata Joe Trippi, asesor del precandidato John Edwards. ''El Partido Demócrata debe liderar. Si queremos beneficiarnos, debemos señalar el camino hacia el cambio, hacia una manera distinta de hacer las cosas''.

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La fe de la opinión pública en el gobierno decae desde hace años y cayó en picada en el 2005, ante la pésima respuesta de los gobernantes locales, estatales y federales al huracán Katrina. La lenta recuperación de la zona afectada reafirma la desconfianza de la gente en el gobierno.

Una encuesta AP-Ipsos realizada este mes halló que apenas el 35% de la opinión aprueba la tarea del Congreso de mayoría demócrata, el mismo paupérrimo nivel de aprobación que se le da a Bush. Las encuestas en noviembre pasado revelaron que seis de cada 10 votantes se oponían a la guerra de Irak, pero una proporción aún mayor _el 74%_ consideraba que la corrupción y los escándalos en el gobierno eran importantes a la hora de decidir el voto.

''Washington está quebrado'', dijo el martes Mitt Romney, una de las muchas voces contra Washington en el debate presidencial republicano.

Lo cual nos trae de vuelta a Gonzales y Wolfowitz.

Bajo Gonzales, el FBI violó la ley para obtener información personal sobre ciudadanos y el Departamento de Justicia despidió a siete fiscales federales. Esta última medida, aunque legal, hizo pensar que la Casa Blanca trató de usar a las fuerzas del orden de la nación para causarles problemas legales a los políticos demócratas.

Cuatro altos funcionarios del departamento han renunciado, y Gonzales ha convertido a dos de ellos en chivos emisarios por los despidos. Su declaración ante el Congreso fue una maratón de evasivas, supuestas fallas de memoria y traspaso de culpas tras la cual algunos republicanos se unieron a los demócratas para reclamar su despido.

El asunto empeoró cuando los legisladores se enteraron de hasta dónde llegaba Gonzales para cumplir las órdenes de Bush.

Como abogado de la Casa Blanca en el 2004, fue al lecho de enfermo del entonces secretario de Justicia John Ashcroft para presionarlo para que aprobara el programa de escuchas telefónicas sin orden de juez. Ashcroft, muy enfermo de pancreatitis en ese momento, lo rechazó, según Jim Comey, el ex número dos del departamento.

La Casa Blanca aplicó el programa sin la aprobación de Justicia, dijo Comey. Ante las renuncias de Ashcroft, Comey y el director del FBI Robert Mueller, Bush cedió y modificó el programa de acuerdo con los reclamos del departamento.

Gonzales ''ha perdido autoridad moral para dirigir'', dijo el senador republicano Chuck Hagel.

Lo mismo se dice de Wolfowitz desde que una comisión del Banco Mundial lo acusó de violar las normas éticas al disponer un gran aumento salarial para su novia. Después de varios días de controversias, la Casa Blanca dijo por fin que estaba dispuesta a aceptar la renuncia de Wolfowitz.

Estos episodios y las controversias que han provocado tarde o temprano llegarán a su fin. Pero el sistema en que florecieron Gonzales y Wolfowitz seguirá quebrado.

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