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Zambrano, el creador del "Cemex Way"

¿Cómo llegó a convertirse en un gigante? Lorenzo Zambrano es un empresario que rompe moldes; presentamos un adelanto del nuevo libro â??Oro grisâ?, de la periodista Rossana Fuentes-Berain
jue 30 agosto 2007 06:05 AM
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El empresario inventó una categoría de administración llamad

El primogénito de Lorenzo H. Zambrano Hellión y Alejandrina Treviño Madero es un contreras, un hombre seguro de sí mismo, que no sigue el pensamiento convencional, ni en los negocios ni en su vida privada.

Nacido el 27 de marzo de 1944, Lorenzo, quien heredó de su abuelo y de su padre el nombre, incluida la "H" por el santoral del 6 de agosto, cuando se celebra a San Hormisdas, decidió permanecer soltero en una sociedad como la regiomontana, donde los matrimonios muchas veces han significado la consolidación de las fortunas.

Desde el siglo XIX está documentado cómo la gente acaudalada en Monterrey practica de manera típica el “apareamiento concordante” que los sociólogos definen como endogamia y los biólogos como “la tendencia de los machos de un tipo determinante a aparearse con hembras de un tipo determinado y no al azar”.

También hay casos notables en el pasado –e incluso en el presente, por cierto– de hiperginia, término biológico que denota la propensión a subir de categoría social por medio del matrimonio.

“El Contreras” no se planteó nunca una relación de ese tipo. Lorenzo H. Zambrano Treviño es un hombre cuya libido está dirigida a Cemex las 24 horas del día los siete días de la semana. Sólo así se entiende cómo alguien pudo hacer, al paso de los años, algo sexy de un material tan terrenal y aburrido como el cemento e incluso inventar una categoría de administración que lleva su nombre: “Cemex Way”.

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No obstante, aún ahora, pero sobre todo al comienzo de su carrera, había una presión constante por etiquetarlo, un morbo constante por descubrir si tenía una vida paralela oculta, al grado de que un director de la empresa, Rodolfo Barrera, dio órdenes específicas de espiarlo cuando era gerente de la planta en Torreón.

Las especulaciones abundan, las pruebas no. Sin embargo, la decisión de Zambrano de permanecer soltero y su dedicación personal a la empresa, así como la exigencia de tiempo y entrega que requiere a sus ejecutivos no ha sido inocua y ha dado lugar, por ejemplo, al término de “viudas y viudos de Cemex”, que retomó The Financial Times en su reportaje y que, más allá de usarse en broma, da forma a los oblicuos y medrosos señalamientos críticos de la sociedad regiomontana respecto al presunto alto índice de divorcios entre quienes trabajan en Cemex.

En una comunidad ultraconservadora como Monterrey, aunque muy consciente del poder que ha acumulado el director ejecutivo y presidente del Consejo de Cemex, con timidez se censura la soltería de Zambrano, sobre todo entre los círculos de las mujeres de la élite, diciendo que, cuando menos, le impide ser empático con la vida familiar de sus colaboradores.

En efecto, hasta 2005 sólo un alto ejecutivo y un par de ex ejecutivos del staff de Zambrano en Cemex se han divorciado, pero las cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) sobre la tasa de divorcios en Nuevo León señalan que ésta se ha duplicado en general en la ciudad de Monterrey, aunque en el conjunto del estado se ha mantenido en 5% anual desde 1990 hasta 2004, muy por debajo de 11% de la media nacional.

El propio Zambrano, previsiblemente, rechaza la descripción de que no es un líder empático con la vida familiar de sus colaboradores.

Pero también otros miembros de su equipo ejecutivo coinciden con él: “Cuando mi madre falleció, recibí una llamada afectuosa de parte de Lorenzo. A mí me parece que en niveles de exigencia con sus ejecutivos, Cemex no es muy diferente de las otras compañías internacionales que están creciendo. La cultura corporativa que se orienta a resultados no descarta la empatía; sin embargo, subraya la eficiencia”, comenta Alan Stoga, quien asesora desde Nueva York a múltiples compañías de ese tipo.

Su propio primo Armando J. García, hombre clave en la llegada de Zambrano a la dirección de Cementos Mexicanos, y regiomontano puro, casado, con hijos y con un discurso a todas luces conservador en cuanto al papel de las mujeres en la sociedad, reconoce:

“Lorenzo tiene todo el tiempo del mundo porque no está casado y genera un clima de autopresión. La gente se emociona mucho con lo que hacemos, vamos a toda velocidad, pero nunca le ha dicho a un ejecutivo ‘sacrifica a tu familia’, eso ya es asunto de cada quien: buscar el balance y, por el contrario, a lo que sí da énfasis Lorenzo, y todos estamos de acuerdo, es que queremos gente con alta calidad de vida”.

Para Lorenzo H. Zambrano, desde la adolescencia la definición de esa “alta calidad de vida” pasaba antes que nada por lograr un primer objetivo: llegar a ser gerente general de Cementos Mexicanos.

Se lo dijo directamente a uno de sus tíos después de la muerte, por cáncer, de su padre en mayo de 1959, mientras él estudiaba en una escuela militarizada en Missouri.

Su padre no había llegado a ser gerente general, porque otros socios iniciales de Cementos Mexicanos, la familia Brittingham, habían nombrado a uno de sus empleados, Jesús Barrera Rodríguez, en ese puesto después de que el primer Lorenzo H. Zambrano, cuyo segundo apellido era Gutiérrez, falleciera antes de los 50 años a consecuencia de un accidente automovilístico.

¿Tendrás lo que se necesita?, obtuvo como respuesta el adolescente al bajarse de un caballo en el Club Hípico Monterrey.

Si entre lo que se necesitaba estaban la paciencia y la determinación, sí que las tuvo. Zambrano Treviño esperó 18 años su oportunidad, trabajando muchos de ellos directamente a las órdenes de un jefe que lo hostigaba, lo despreciaba y no le permitía desarrollarse. Mantuvo “foco y disciplina” para convertirse en cabeza de Cementos Mexicanos.

Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, pensaba que hay una variedad casi infinita de personalidades y que todos tenemos algo de ellas, pero la escuela de negocios de Harvard University ha tipificado tres como las más frecuentes entre los hombres de negocios: la erótica, la obsesiva y la narcisista.

Zambrano es un narcisista. Su Némesis y jefe durante muchos años, Rodolfo Barrera, era un obsesivo, un hombre que sólo confiaba en sí mismo y en sus hijos, que mantenía el orden con reglas muy estrictas, muy buen administrador, pero sin visión de largo plazo y con aversión al riesgo.

La personalidad de Barrera fue excelente, no obstante, para el periodo en el que dirigió Cementos Mexicanos (1965- 1985), pues justamente protegió a la compañía del canto de las sirenas en el que un gran número de empresas regiomontanas cayeron cuando en el sexenio de José López Portillo fluyeron en México los petrodólares.

Ingeniero graduado del Massachusetts Institute of Technology, Rodolfo es hijo del contador de los Brittingham, Jesús, un hombre sin educación superior formal aunque muy eficiente, que se había ganado la confianza de sus patrones, los dueños de Cementos Hidalgo, fundada en 1906. Cementos Hidalgo se fusionó en 1931 con Cementos Monterrey, fundada por la familia Zambrano en 1920, para formar Cementos Mexicanos.

Al morir el primer Lorenzo H. Zambrano, no había entre los otros socios principales, los Brittingham y los García, una cabeza que pudiera tomar la dirección de la compañía por que los hijos del fundador, Juan F. Brittingham, radicaban en California desde tiempos de la Revolución mexicana de 1910. Así fue como, en un movimiento descrito como “carolingio” –un golpe de Estado para destronar al rey– por el asesor de empresas e historiador aficionado, Reynelle Cornish, Jesús Barrera se hace en 1935 de la gerencia general de Cementos Mexicanos. Ejerce el cargo por 29 años y se lo hereda a su hijo Rodolfo Barrera Villarreal cuando, ya como accionista, se convierte en presidente del Consejo de la empresa.

Rodolfo Barrera tiene hasta hoy una oficina justo frente a la entrada de la nueva sede corporativa de Cemex, en la esquina de las avenidas Roble y Ricardo Margain. Él y su hijo Jesús son prósperos empresarios en la rama del sector automotor, con su firma Quimmco. Apelando a la memoria propia de un hombre mayor, Barrera recuerda muy bien sus inicios en Cementos Mexicanos y su época de oro, la década de los 70, pero es menos preciso, o tal vez incluso intencionadamente evasivo, con el final de su gestión.

“Nosotros compramos plantas en México, en Mérida por ejemplo, pero sobre todo construimos plantas. El gobierno necesitaba cemento para crecer en la presidencia de José López Portillo; él y yo nos encontrábamos con frecuencia, y yo le dije que podía dárselo, pero que necesitaba una depreciación más rápida de nuestros activos. Aceptó. La última planta que construí a mediados de los 80 ya estaba depreciada antes de empezar a producir”, recuerda orgulloso bajo la mirada de su hijo Jesús, siempre presente en la entrevista.

A diferencia de los directivos de las empresas regiomontanas que se endeudaron en dólares para crecer horizontalmente en los años de la abundancia petrolera, Barrera mantuvo una rígida administración de recursos y sólo utilizó los de la compañía, tanto para invertir en la operación como para incursionar en la compra selectiva de algunos activos del sector petroquímico y hotelero.

– ¡Claro que me vinieron a ver! [los banqueros internacionales]; me acuerdo de un muchachito joven, que nos ofrecía préstamos de todo tipo, un güerito él… ¿de dónde era, Jesús?
– Del Chase Manhattan.
– Vino dos semanas con mucha insistencia y un montón de papeles. Yo no le hice caso y regresó después con todos estos contratos y papeleo, resumidos en dos hojas nada más; le dije lo mismo, que no me interesaba. Yo no me endeudé y tuve razón. Hace poco tiempo me encontré al director de Alfa [en esa época, Bernardo Garza Sada] y me dijo que les llevó 10 años entender lo que yo había hecho, ¡imagínese, ellos acabaron quebrados! La proverbial austeridad de Barrera en la administración de la compañía, que sin duda colocó a Cementos Mexicanos en una situación privilegiada respecto de otras empresas regiomontanas, no lo era tanto cuando se trataba de pagar servicios a compañías relacionadas con su familia.

Al iniciarse la década de los 80, el capital social de Cementos Mexicanos estaba pulverizado y ninguna familia accionista, incluidos los Zambrano, los Brittingham, los García y los Barrera, tenía más de 10% del capital. Sin embargo, Rodolfo, el director general, actuaba con frecuencia como si él fuera propietario absoluto de la empresa.

Armando J. García, nieto de otro de los fundadores de Cementos Mexicanos, Rodolfo J. García, después de hacer su maestría de negocios en Texas había regresado a la compañía y trabajaba con su primo Lorenzo en la Dirección de Operaciones pero, a diferencia de éste, ante los malos tratos, la rudeza y las diferencias que hacía Barrera entre ellos y su hijo u otros ejecutivos que estaban en su círculo preferencial, se hartó y renunció en 1978.

Se fue a Cydsa, ganando cuatro veces más que el sueldo que tenía en la cementera. Sin embargo, no perdió contacto con su primo Lorenzo, y unos años más tarde, en 1985, meses después de que falleciera su padre, quien dejó instrucciones de que él lo sustituyera en el Consejo, volvieron a hablar de la compañía.

Las condiciones que habían hecho a Armando renunciar no sólo permanecían, sino que se habían recrudecido.

Trascendió que Barrera fletaba para Cementos Mexicanos, sin consideración alguna por el costo, camiones de la empresa de un primo. Pero la gota que derramó el vaso fueron los gastos presuntamente injustificados, y ciertamente no consultados a cabalidad con el Consejo en 1984, para la construcción del edificio corporativo, flanqueado por una enorme escultura, Los lirios, del chihuahuense Sebastián, en la avenida Constitución.

Rodolfo Barrera no calculó que unos años antes, en 1979, se había dado un silencioso cambio en el balance de poder dentro de Cementos Mexicanos. Jesús Barrera, su padre, dejó la presidencia del Consejo y en su lugar se nombró al arquitecto Marcelo Zambrano Hellión.

Las familias originales, Zambrano, García y Brittingham empezaron a detectar el malestar generalizado en la compañía por la conducta de Rodolfo Barrera, descrito como un jefe de talante “despótico”. No sólo eso, vieron que los Barrera, los nuevos accionistas, después de controlar la cementera por más de cuatro décadas, estaban preparando al segundo Jesús para que la dirigiera a la salida de su padre.

Vestido con un traje oscuro, con el peso de los años encima, perfectamente lúcido, Rodolfo Barrera mismo reconoce que él buscaba que su hijo fuera director general y que nunca quiso que Lorenzo llegara a ocupar el puesto.

Subestimó, sin embargo, la decisión de su subalterno de pelear por la dirección de la compañía, pues lo consideraba un joven enfermizo y demasiado interesado en los experimentos con esas nuevas máquinas llamadas “computadoras”, incapaz de sobrevivir en el rudo mundo de la producción de cemento.

 En efecto, desde la planta en Torreón, Lorenzo H. Zambrano, para no aburrirse en el exilio al que deliberadamente lo había mandado Barrera, había introducido una muy incipiente sistematización informática.

Cuando finalmente fue trasladado a la Dirección de Operaciones en la sede de la compañía, siguió con lo que devendría una marca de su gestión: la búsqueda de la aplicación de la mayor tecnología posible a los procesos de producción del cemento, que han variado poco en el último siglo.

Ya en Monterrey, Lorenzo parecía darle la razón a su jefe, respecto a su debilidad, pues faltaba con frecuencia a juntas convocadas por la Dirección General, aduciendo que padecía de “alergias”. La verdad es que no le daba la gana convivir con un hombre que no podía ser más diferente a él.

Si Barrera era obsesivo, de acuerdo con la tipología de Harvard Business School, Lorenzo H. Zambrano Treviño es un líder narcisista: “incansable y despiadado en su búsqueda de la victoria”.

De manera discreta, algunos miembros del Consejo empezaron a analizar el planteamiento que Lorenzo le hizo a su tío Marcelo. Ya no era un jovencito, como cuando lo verbalizó por primera vez, sino un hombre de 41 años, que le aseguró que “quería y podía ser director general de Cemex”.

Habían pasado más de dos décadas desde la mañana en el club hípico en que lo dijo por primera vez en voz alta, pero el objetivo seguía siendo el mismo, sólo que ahora había quien se sumara a sus sueños. Primero y antes que nadie, Armando J. García, aunque también algunos otros miembros del Consejo, como Salvador Sada Gómez, Rogelio Zambrano, Lorenzo Milmo Zambrano, Roberto Zambrano Lozano, Juan Muñoz Terrazas y de manera destacada varias de sus tías: Bertha, Gabriela, Margarita y Matilde, que, sin participar directamente, tenían influencia en importantes paquetes accionarios y querían que regresara a la dirección un miembro de su familia.

Juan F. Brittingham nieto coincidió en que era necesario un cambio para Cementos Mexicanos y, junto con Marcelo Zambrano, ideó una salida: habría un reconocimiento a la capacidad demostrada para Rodolfo Barrera, pero se pondría fin a su era.

La junta de Consejo se planeó cuidadosamente. El presidente de la misma informó a Barrera la decisión, y fue el único asunto en el orden del día. No hubo margen para negociar, se aceptó que se informaría de la separación del cargo con un reconocimiento pleno por su trabajo, que se plantearía como algo voluntario y que, por supuesto, tenía derecho, por sus acciones, a ocupar un puesto en el Consejo, como los otros. Todos menos su hijo Jesús, quien ya formaba parte de ese cuerpo de gobierno de la compañía, aprobaron la moción.

El arquitecto Marcelo Zambrano procedió a formalizar la sucesión. Rodolfo Barrera, al enterarse de que sería desplazado por Lorenzo H. Zambrano Treviño, puso públicamente en duda la conveniencia de esa decisión, argumentando que sus proverbiales alergias le impedirían desempeñar de manera adecuada el cargo. Lorenzo H. Zambrano respondió: “Sí, yo soy alérgico, pero alérgico a usted, ingeniero Barrera”.

Ahí terminó la discusión. El 30 de mayo de 1985 Lorenzo Zambrano Treviño tomó la Dirección General. Nunca más ha vuelto a ausentarse de su puesto por razones de salud.

* La autora es periodista especializada en economía y negocios, actualmente es directora de opinión del periódico El Universal y presidenta del consejo de redacción de la revista Foreign Affairs en español.
NOTA: Reproducido con autorización de Santillana, Ediciones Raya en el Agua.

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