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Las cumbres del G8 deben terminar

Las reuniones de los líderes de las potencias occidentales rara vez provocan una consecuencia real; demuestran su falta de efectividad al dejar afuera a los verdaderos poderes económicos del futuro.
jue 09 julio 2009 06:00 AM
Los líderes mundiales se reúnen en Italia para tratar de resolver problemas como la crisis económica. (Foto: Reuters)
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Las reuniones de los líderes de las potencias occidentales rara vez provocan una consecuencia real; al dejar afuera a los verdaderos poderes económicos del futuro demuestran su falta de efectividad.

El fracaso será bienvenido. Es una lástima que los líderes de las potencias occidentales reunidos en Italia harán su mayor esfuerzo para pretender evitarlo.

Pero la Cumbre del G8 que termine en un fracaso declarado debería ser un incentivo poderoso para que los participantes lleguen a la conclusión a la que debieron haber llegado hace mucho tiempo: desechar las cumbres.

En los 30 años que llevan estos eventos en la historia, las juntas anuales no han producido decisiones serias o avances importantes.

Lo que en la década de los setenta empezó como una junta informal en una casa en la playa entre los líderes de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia, se degeneró en una celebración diplomática solemne y vacía llena de banalidades y buenas intenciones. Miles de reporteros malgastan sus días mientras cientos de burócratas regatean cada coma de cada párrafo de sus declaraciones finales suavizadas.

La composición del G8 es un signo evidente de su irrelevancia; las leyes de las exquisiteces políticas y el balance diplomático llevaron a la inclusión de Italia y Canadá, pero no de España, probablemente porque nunca se molestó en preguntar.

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Mucho peor, esto no incluye a los verdaderos poderes económicos del futuro: China, India y Brasil. Ellos participan en otra cumbre junto con México y Sudáfrica, al mismo tiempo y en el mismo lugar.

No es que todas las cumbres sean inútiles; la reunión del G20 en Londres, que tuvo lugar hace sólo un par de meses, pretendía atacar la crisis financiera, y produjo algunos resultados potencialmente significativos. Estas reuniones pueden tener sentido: los líderes del mundo deberían hablar entre sí cara a cara, de forma informal mientras sea posible, pero estas reuniones deberían ser seriamente adecuadas a las circunstancias, con bases específicas y con una agenda estrictamente delimitada.

Infortunadamente, la inercia prevalece. Nadie parece querer tomar la batuta para sugerir el fin de las extravagancias anuales. Lo ideal sería que el montaje ridículo de la cumbre, con Berlusconi como anfitrión, fuera el ansiado gatillo, pero lo más probable es que se necesite un desastre real antes de que el G8 decida desarmarse solo.

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