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Están en duda los viajes de Marco Polo

Varios detalles en los escritos del explorador parecen indicar que nunca fue a China, explica Quo; entérate por qué las crónicas que dieron a conocer al mundo la Ruta de la Seda podrían ser falsas.
sáb 25 julio 2009 06:00 AM
Algunos estudiosos parecen demostrar que ciertas aventuras que el viajero Marco Polo dijo haber tenido, fueron resultado de su imaginación. (Foto: Alejandro Rodríguez)
La ruta de la seda (Foto: Alejandro Rodríguez)

Hotan dio la seda al mundo. Mejor dicho, los medios y la técnica para tener seda. Es un antiguo reino budista que después fue conquistado y convertido al Islam, y mucho más tarde fue tomado por China, a la cual pertenece ahora. Es una paradoja, porque el conocimiento que difundió sobre la seda lo robó precisamente a China. Esta mañana fui a ver a las artesanas que hilan, tiñen y tejen las hebras al estilo antiguo, pero muy antiguo (en esta parte del mundo da la impresión de que el tiempo se detuvo hace un par de siglos). La seda es la sustancia con la que las larvas del gusano de seda forman sus capullos. Para evitar que los rompan al crecer, las mujeres los hierven y matan así a las larvas. Esto suaviza también la cera con la que están pegadas las fibras y permite que las separen, extraigan y trencen para formar un hilo, con una rueca de madera. Después introducen los dedos en tintura, los sacan y pasan el hilo entre ellos para teñirlo. Una vez seco, lo estiran con otros de diversos colores en un telar, también de madera, para formar un tejido. Inevitablemente pensé en Marco Polo: el gran viajero veneciano que dio a conocer en Occidente las maravillas de la Ruta de la Seda y que estaba fascinado con este material: en cada lugar que incluye en sus crónicas, destaca la seda. Curiosamente, no la menciona en Hotan. Ni en las otras ciudades de Asia Central que en su tiempo eran famosas precisamente por este textil.

Al contar sus aventuras, Marco Polo metió la pata. Exageró, se le fue la mano, dijo al menos una gran mentira. Pero eso ya está más allá del debate y sus defensores lo admiten. Es más complicado, sin embargo. Si bien lo que dijo genera muchas dudas, es más sospechoso todavía lo que no quedó dicho, ni por él, ni sobre él, de parte de otras fuentes. En su época, hace 700 años, mucha gente no le creyó cosas que para nosotros son de lo más común, como que los mongoles de Kublai Khan usaban billetes, ¿a quién se le iba a ocurrir aceptar un pedazo de papel como si fuera dinero? Pero hoy en día son otros los elementos, muchos más, que nos brincan al leer su historia y nos llevan a preguntar: ¿En verdad fue Marco Polo a China?

Aunque le guste la seda

En tiempos de globalización, la seda es un producto más que se transporta velozmente de un extremo del planeta a otro. Cientos y miles de años atrás, no obstante, era un producto de gran lujo, sumamente apreciado en el Viejo Mundo y por el cual sus ricos aficionados estaban dispuestos a pagar fortunas. En viajes que duraban años, enormes caravanas de camellos cruzaban los áridos desiertos y las gélidas cordilleras de Asia, desde China hasta el Mar Mediterráneo, con paso por Persia, para llevar el producto. Obviamente tenían que obtener amplias ganancias para que mereciera la pena la inversión y el riesgo. Los grandes moralistas del Imperio Romano y de la Cristiandad, que lanzaban indignadas condenas contra la seda porque las mujeres que la usaban parecían vestirse y seguir desnudas (según ellos), conseguían regularmente el apoyo de los gobernantes, preocupados porque el oro y la plata de sus súbditos se iban a Oriente y el Estado perdía demasiados recursos.

Del otro lado, los chinos estaban muy contentos con el negocio. Todavía no llegaban los mongoles con sus billetes, pero la seda era tan abundante y valiosa que el Imperio la usaba como moneda: las cosas valían un determinado número de pacas de esta fibra y los tributos se cobraban de esa misma forma, por lo que con frecuencia se pagaban así los sueldos. Luego se enviaba a Europa y se comerciaba por metales preciosos. No había competencia porque nadie sabía cómo fabricarla: los griegos especulaban que se obtenía de una planta, como el algodón, o de un animal, como la lana. Por eso, sacar de China los gusanos y los árboles de mora blanca de cuyas hojas se alimentan, estaba penado con la muerte.

A principios del siglo V d.C., los hotaneses se las arreglaron para robar el secreto. De acuerdo con la costumbre de la época, el rey pidió al emperador chino la mano de una princesa de su corte, lo cual fue concedido. Cuando la joven se disponía a hacer el largo viaje hasta Hotan, con su séquito, el embajador real le dijo que su nuevo pueblo, del que ahora sería reina y madre, la amaría mucho más si ella le daba el precioso regalo de la seda. La joven, quien también pensó que ella misma no quería tener que pagar caro para importarla desde su antiguo hogar, escondió algunos capullos y semillas en su tocado, que los guardias en la frontera no pudieron descubrir. Hoy en día, las mujeres en Hotan hilan, tiñen y tejen la seda a mano, lo que le da un acabado imposible de obtener en los países occidentales donde esto se hace con maquinaria industrial.

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Marco Polo y su familia eran todos comerciantes, y el recuento del famoso viajero entusiasma más a alguien dedicado a la importación que al lector común y corriente: dedica incontables líneas a detallar qué productos hay en tal o cual lugar: minerales, manufacturas, tintes, conchas marinas, textiles, etcétera. Y de todos, el que más le llama la atención a lo largo de su obra es la seda: fascinado por su bajo precio, menciona que en Turcomania (en la Turquía asiática de hoy) hay "grandes cantidades de seda escarlata y de otros ricos colores"; en Georgia "hay gran abundancia de seda y hacen telas de seda y oro"; en Bagdad "manufacturan sedas con oro"; en Persia producen "una especie de seda y oro", y así sigue hasta que, cuando describe Asia Central, olvida la seda; justo en la región fuera de China que era entonces más famosa por sus productos. Marco Polo pasa por ciudades (también de la seda) como Samarcanda y Kashgar, y llega a Hotan, a la que describe como productor de jade, lo cual es correcto, pero falta la seda. Y sólo se acuerda de ella, otra vez, miles de kilómetros después, ya en China, donde "hacen telas de oro y seda", y luego en Beijing (que él denomina Cambaluc o "ciudad del Khan", como llamaban los mongoles a sus reyes), donde a falta de otros productos, "todas las cosas tienen que ser hechas de seda". 

Marco se queda 

No es, evidentemente, la prueba definitiva de que Marco Polo no fue a China. Pudiera tratarse de un error atribuible a numerosas causas. Al fin y al cabo, el texto de Marco Polo que nos ha llegado al siglo XXI no es uno, sino muchos, enredados en manipulaciones. En primer lugar, no lo redactó él directamente, sino un escritor de Pisa, Rustichello, a quien se lo dictó. Cuánto omitió o añadió por su cuenta el amanuense, no se puede saber. El original, además, no se conserva: hay más de cuarenta copias con diferencias. En la época, la imprenta no había llegado a Europa y todos los libros eran reproducidos por gente que los copiaba a mano. Y que tenía opiniones, ideas, información extra, fobias... es decir, le metían mano a lo que copiaban; podían añadir, quitar y modificar. Los viajes de Marco Polo es sólo el título con el que se conoce la versión más difundida de Le divisament du monde (la descripción del mundo), como se llamó el primer texto.  

Marco Polo conoció a Rustichello cuando los dos estaban en una cárcel en Génova. En esos tiempos, Italia estaba dividida en un montón de ciudades-Estado que competían entre sí y con frecuencia se iban a la guerra. Las tres rivales acérrimas eran Génova, por un lado, la Venecia de Marco Polo, por el otro, además de la Pisa de Rustichello. En 1298, Marco Polo cayó preso en una batalla: gracias a esta eventualidad tuvo tiempo y un compañero escritor que se dedicó a escribir su relato.

Los Polo tenían una posición comercial en la península de Crimea, que hoy pertenece a Ucrania, en el Mar Negro. El padre de Marco, Nicolo, y el tío, Mafeo, habían partido a Oriente en 1260, en busca de oportunidades comerciales, y llegaron hasta los dominios del gran Kublai Khan, heredero del gigantesco imperio mongol -el más grande en la historia de la humanidad- que construyó su famoso abuelo Gengis Khan. Hicieron buenas relaciones con él, y Kublai, que era budista, los envió a Europa con el encargo de regresar a China con cien curas cristianos, "capaces de demostrar por la fuerza de los argumentos que la Ley de Cristo es la mejor y que las demás son falsas". Les prometió que si esto quedaba probado, él y todos sus súbditos se convertirían al cristianismo. Quería, además, aceite de la lámpara del Santo Sepulcro en Jerusalén.

Nicolo y Mafeo fueron a Venecia, donde el primero descubrió que su esposa había muerto, y que su hijo, Marco, ya era un adolescente, y hablaron con el Rey de Francia y el Papa Gregorio X, quienes se entusiasmaron con la posibilidad de ganar para la causa religiosa a tal aliado: no sólo para beneficio de la fe católica, sino por la amenaza de los árabes musulmanes, cuyo poder aumentaba. Nicolo, Mafeo y Marco se lanzaron a un nuevo viaje en 1271. Llevaban el aceite y, en lugar de cien doctores en teología, sólo dos frailes dominicos que muy pronto desertaron. 

¿Qué pasó después? ¿Se presentarían ante el temible Kublai Khan con las manos prácticamente vacías, después de haberle anticipado que lo convencerían de cambiar de religión? Según Marco Polo sí fueron y les fue muy bien. No convirtieron nuevos cristianos, pero al llegar, en 1275, el joven Marco, de apenas 20 años, causó una excelente impresión al emperador mongol y éste los quiso mantener en su Corte. Marco se convirtió en una especie de asesor, llevó a cabo varias misiones imperiales e incluso llegó a ser gobernador de una ciudad. Muchos años después, por fin, se presentó la oportunidad de partir, cuando los tres Polo convencieron a Kublai Khan de que les encargara escoltar a Persia a una princesa que debía casarse con otro soberano mongol, khan de esa región. Regresaron a Italia en 1295, Venecia y Génova se fueron a la guerra, Marco cayó preso y dictó su historia a Rustichello. En su lecho de muerte, ante las dudas de los escépticos, declaró: "No he contado ni la mitad de lo que vi".

Siete siglos después, muchos siguen sin creerle. La polémica volvió a cobrar fuerza en las últimas décadas; ha habido fieros debates, se publicaron artículos y un libro que ha inclinado la balanza en contra de Marco Polo: escrito por Frances Wood, directora del Departamento de Estudios Orientales de la Biblioteca Británica, se titula Did Marco Polo really go to China? (¿En verdad fue Marco Polo a China?) Su respuesta es no. Entre los argumentos que baraja está el lenguaje del relato de Marco Polo: para designar las cosas que describe utiliza términos europeos o persas, nada chino. Pero esto también es atribuible a muchas causas: al regresar a Europa podría haberse familiarizado otra vez con lo italiano o habría querido comunicarse con sus lectores con palabras que pudieran entender. O las correcciones podrían haber sido introducidas por Rustichello o alguno de los copistas.

Más difícil de explicar es por qué no dijo nada sobre aspectos muy notorios, como la costumbre de deformar los pies a las mujeres o el hábito de tomar té, que siglos después se extendería por Asia y se convertiría en un distintivo de Gran Bretaña. Más dramático es que no mencione la Gran Muralla. No pudo no haberla visto: en el oasis de Jiayuguan, el acceso a China por la Ruta de la Seda que siguió, está todavía el fuerte que controlaba ese estrecho paso entre las montañas y el desierto de Gobi. Era la entrada oficial al país y no había manera de evadirlo. Y Beijing, la Cambaluc de Marco Polo, fue fundada por Kublai Khan en ese sitio, pasando la muralla desde Mongolia.

¿Habría manera de que todos estos datos se hubieran perdido con el tiempo, o que la cárcel no hubiese dado a Marco Polo la oportunidad de recordarlos? Puede ser que sí.

Cuestión de crédito

Las mentiras, sin embargo, complican más la defensa. Un siglo antes de la supuesta visita del veneciano, los mongoles habían invadido el norte de China y arrojado a los emperadores de la dinastía Song hacia el sur. En 1267, Kublai Khan decidió conquistar lo que faltaba, y para ello era necesario tomar una ciudad fortificada, Xiangyang. Sus ejércitos le impusieron un sitio desde 1268, pero no conseguían capturarla. Entonces aparecieron los Polo: aseguraron al Khan que tenían a la gente indicada para resolver el asunto y pusieron a dos ingenieros -un alemán y un cristiano nestoriano- a construir catapultas que arrojaban enormes rocas; bombardearon las defensas del poblado y las hicieron caer.

Así lo relató Marco Polo. El problema es que esto ocurrió a fines de 1272 y principios de 1273, en tanto que él, su padre y su tío, llegaron a China en 1275. Los anales chinos de la época, reunidos en el libro La historia de la dinastía Yuan, lo narran diferente: los ingenieros no venían con los Polo; se trataba de dos musulmanes, Ismail y Ala al-Din, enviados por el khan de Persia, que además era sobrino de Kublai y se casaría con la princesa que éste le enviaría, supuestamente escoltada por los Polo.

Hace milenios, la enorme burocracia china ha puesto gran énfasis en registrar todo lo que pasa en el país: desde arroz producido o territorios conquistados, hasta soldados fallecidos y concubinas amontonadas, con atención particular a extranjeros presentes en la corte. Sobre todo si recibían atenciones especiales del emperador, como dice Marco Polo que fue su caso: favorito de Kublai Khan, retenido en la corte por décadas, emisario imperial, gobernador provincial, escolta de la prometida del khan de Persia y coautor del histórico golpe militar que resolvió el sitio de Xiangyang, pero no aparece ni una sola vez en los documentos.

Cuando Cristóbal Colón zarpó hacia el oeste, tenía el libro de Marco Polo en su mesa de la carabela Santa María: el veneciano dijo que había oro en Cipango (Japón) y seda en Cathay (China), y el genovés quiso ir en busca de esas riquezas. Incluso basó sus cálculos en las referencias que él daba. También Aurel Stein, el explorador sueco que casi muere en el desierto del Taklamakan a fines del siglo XIX, hizo su travesía acompañado del texto de Marco Polo. William Dalrymple, el famoso escritor de viajes, fue en busca de la Xanadú, hogar de verano de Kublai Khan, que Marco describió. Miles de viajeros más comunes nos encontramos subiendo y bajando dunas en el centro de Asia, inspirados por las aventuras de un narrador que tal vez nunca las vivió. Wood sugiere que todo el tiempo estuvo en el puesto comercial en Crimea, o acaso llegó a Persia, pero no más allá, y que todo lo escuchó de otros comerciantes. Pero lo dejó escrito, que es tal vez lo que más importa. No hay decepción en descubrir que quizá no llegó hasta aquí: lo que aún se ve es fascinante, y Marco Polo dejó pistas suficientes para encontrarlo.


Los detallitos de Marco Polo


El narrador veneciano tenía gran ojo para el detalle, especialmente en lo relacionado con productos comerciables, dado el entrenamiento de mercader que recibió de su familia. Sus descripciones no quedaban allí, sin embargo, e incluían numerosos aspectos de carácter artístico, arquitectónico y sociológico. Por eso llama la atención lo que no mencionó en sus relatos sobre China:

  • El hábito de tomar el té, que se extendió por Asia­ y llegó a Europa.
  • La costumbre de deformar los pies de las mujeres.
  • La Gran Muralla y el fuerte oficial entre China y Mongolia.
  • La industria centroasiática de la seda.
  • Los términos chinos para describir los productos.

Para complicar más su versión, los archivos imperiales chinos -exageradamente minuciosos en la descripción de hechos, productos y personas- no dan cuenta del paso de los Polo por la corte del emperador.

Su credibilidad se derrumba cuando queda en evidencia una mentira grave: su supuesta participación decisiva en una batalla que ocurrió años antes de que él llegara a China.

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