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Convivencia familiar, útil para madurar

El psicólogo y filósofo Víctor Hugo Cabrera explica cómo los valores y la ética se forman; asegura que el respeto y la aceptación hacia los hijos es la mejor herencia para su futuro.
sáb 14 noviembre 2009 06:00 AM
La deuda de las familias de EU cayó 1.75% a tasa anual en el segundo trimestre. (Foto: Jupiter Images)
familia-campo-JI.jpg (Foto: Jupiter Images)

Parecería ser que el significado de la palabra favoritismo va asociado al de injusticia, toda vez que se prefiere o se beneficia mayormente a alguien que debería participar de una igualdad en derechos y oportunidades con respeto a los demás. Así, de una revisión del tema, podemos observar que existe favoritismo hacia ciertos grupos o sectores y, tristemente, favoritismo en la familia; está última, referida a aquellos casos en que uno de los padres o ambos toman a uno de sus hijos como el predilecto, excluyendo de su atención y buen trato a los demás integrantes de la familia.

Aún cuando fuera hijo único tal preferencia y sobrevaloración resultaría doblemente grave en tanto que se supone que es en el hogar donde la riqueza y calidad de las relaciones entre hermanos y padres e hijos, coloca las bases para el desarrollo de una personalidad sana; el hogar debe ser por excelencia, el ambiente donde el niño construye procesos internos que le permiten madurar afectivamente, debe sentirse en él: aprobado, reconocido, querido, pero también educado con límites disciplinarios correctos que fortalezcan su carácter.

Se dice simple, pero los padres que no tratan por igual a sus hijos estarían cayendo en actitudes de rechazo con el daño concomitante a la dignidad de los involucrados, además de que tratándose de niños es un hecho el perjuicio a su autoestima que puede incluso tener repercusión en facetas de su vida adulta personal y profesional.

Para entender mejor debemos abordar las causas de fondo que tiene el  favoritismo y que se ubica en una anti-pedagogía familiar que parte del precepto  no todos por igual.

Pues bien, desde un enfoque sistémico de la familia, la sobre-atención y el trato privilegiado que recibe uno de los hijos por diversos motivos (el primogénito, el más bonito, el hombrecito de la casa o la princesita, el sano y más deportista, el más simpático, el que tiene un problema de salud permanente, etc.) lo convierte en el sujeto depositario de aquellas expectativas inconscientes de uno o ambos padres, esperando con ello re-significar las frustraciones que en su momento cada uno experimentó en su historia personal y que dejaron ciertas huellas mnémicas intra-psíquicas que ahora movilizan fuerzas emotivas y actitudinales, por ello, el hijo elegido se convierte en el objeto de estos desplazamientos, "que él o ella sea lo que yo no pude ser" o "tengo que tratarlo como me debieron haber tratado a mí", convirtiéndose este dinamismo en una juego de proyecciones inconscientes que daña la psicología de la familia.

Dijo Carl Gustav Jung alguna vez, "Nada tiene una influencia más fuerte psicológicamente en su ambiente, y especialmente en sus niños, que las vidas no vividas de los padres"

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Nos debemos entonces cuestionar: ¿dónde queda el amor filial que se les debe a todos los hijos? ¿y la promoción de su seguridad básica desde etapas tempranas de su desarrollo? ¿qué pasa con su autoestima? ¿qué pasa con el desarrollo de su autonomía?

Preguntas todas ellas que gritan una única respuesta, el hijo predilecto no madurará su carácter: desencadenará sentimientos permanentes de inseguridad, podrá desarrollar rasgos de personalidad narcisista, y en el caso de otros hijos excluidos, pobreza en la autoimagen y en la autoestima, se dará la dependencia emocional y el estancamiento de la personalidad.

Diría Erick Erickson en su línea evolutiva del desarrollo afectivo infantil que el niño debe pasar por disyuntivas que de resolverse adecuadamente van dejando ciertos rasgos de personalidad, resultando el afecto, la cercanía y la madurez de los padres los que juegan un papel importantísimo en todo este proceso, de tal forma que el favoritismo estaría poniendo en riesgo el del niño.

Sobreproteger o ignorar son los dos extremos que comprometen la afectividad armónica de los hijos y el crecimiento de su personalidad.

Desafortunadamente, el recuento de los daños se manifestará en muchos casos hasta la edad adulta, cuando el joven estudiante o que inicia vida laboral se descubre inadaptado, inmaduro afectivamente y con dificultades en las relaciones interpersonales.

Si es que de verdad se quiere lo mejor para los hijos, lo que hay que hacer es revisar la dinámica familiar, las motivaciones inconscientes de la madre, del padre y el rol que juegan los demás hijos sobre todo con la segura rivalidad fraterna que se ha desencadenado con este proceso.

Recordemos que los seres humanos no somos puro inconsciente ni estamos determinados por necesidades reprimidas al cien por ciento, tenemos entendimiento, voluntad y libertad para danos cuenta y corregir actitudes, muchas veces con una ayuda psicoterapéutica ya que como dicta el psicoanálisis freudiano "hay que hacer consciente lo inconsciente" para poder someter estos contenidos al control de la voluntad y a los mandatos de la conciencia moral.

Siendo así, y viniendo de ese último párrafo, es que aseguramos que el remedio para el favoritismo en la familia es una razón iluminada por la verdad de lo que un hijo significa y una voluntad fuerte para actuar conforme al bien debido por naturaleza.

"El respeto a la personalidad del hijo no ha de ser solamente una norma intelectual o moral, sino algo profundamente sentido con una convicción casi mística, que imposibilita todo afán de propiedad y posesión", dijo en un relato Bertrand Russell.

Si como dice Eurípides "El amor es el maestro más fecundo", la urgencia de esta reflexión consistirá en resolver el dilema siguiente: ¿qué debemos de ser con nuestros hijos, más justos o más amorosos?

Michael Ryan (1999) nos dice "no hay oposición entre justicia y amor.

La justicia es la primera forma de Amor" y agrega, sin embargo conservan algunas diferencias, en la justicia lo de cada quien es de cada quien, en el amor se busca la unidad, la justicia se emplea preferentemente en el orden de las cosas, en el amor la auto-donación de personas es lo importante, la justicia es a veces fría, el amor otorga el perdón, la justicia tiene como medida el derecho del otro, el amor tiene como medida la caridad hacia los demás... la justicia está atenta a lo que debe ser según se haya ganado, el amor está atento a toda la persona"

Aceptar a todos los hijos por igual no es una cuestión de elección sino de reconocimiento de su condición ontológica; esto es que es verdaderamente un ser humano con dignidad y por ello es bueno y bello en su existencia. "El valor de un hombre no se determina por lo que posee, ni aún por lo que hace, sino que está directamente expresado por lo que es en sí mismo", escribió  Aristóteles. 

Todo adulto cuando fue niño tuvo el derecho a un trato digno y a recibir el afecto por parte de los padres o tutores, favorecer al uno y despreciar al otro es una forma de maltrato que se manifestará después de alguna forma en la personalidad adulta.

La moraleja es que en el hecho de la educación de los hijos no hay cabida a los predilectos. Si sucede, es entonces un problema de disfunción familiar, de falta de amor, de falta de comunicación, de falta de educación en los límites para formar carácter, y de expectativas subconscientes de los padres

La solución: fortalecimiento de la convivencia familiar reforzando hábitos, virtudes, roles, comunicación honesta con los hijos, apreciación de su valor como personas, y disciplina con  amor, mucho amor.

Se trataría de ser padres afectivos, maduros y dispuestos a promover el desarrollo armónico de sus hijos para asegurarles una juventud y adultez sin resentimientos y con esperanza de que puedan ser felices.

Víctor Hugo Cabrera Espinosa es  coordinador del área de Humanidades, psicólogo y filósofo humanista en la Universidad Anáhuac México Sur. 

 

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