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Una historia improbable: San Francisco, campeón de la Serie Mundial

A pesar de no tener grandes estrellas y de pasar un mal momento durante la temporada, los Gigantes de San Francisco ganaron a los Rangers
mar 02 noviembre 2010 02:04 PM

La novena de beisbol que ganó ayer la Serie Mundial, un conjunto mágico, nunca fue un equipo de la franquicia de los Gigantes, dice el columnista Joe Poesnanski de Sports illustrated. Fue, más bien, el equipo de San Francisco, una ciudad que nunca había ganado la Serie Mundial (Los Gigantes ganaron en 1954 la Serie Mundial cuando eran los Gigantes de Nueva York).

Así que San Francisco tuvo unos gigantes que ganaron en su nombre la Serie Mundial, derrotando a los Rangers de Texas 3-1 el lunes dejando la serie cuatro juegos a uno. Ganaron en la forma en que triunfaron en la postemporada, con excelentes lanzamientos y con un héroe improbable. Ganaron con un equipo que, apenas hace unos meses, se veía como algo que uno podría ver para un partido de entrenamiento en primavera. Ganaron con su ciudad, San Francisco, viendo un beisbol como nunca lo habían visto antes.

Para San Francisco el beisbol siempre había sido de estrellas y de decepción y del viento solitario en Candlestick Park. Para San Francisco, el beisbol eran figuras como Willie Mays, Willie McCovey, Juan Marichal, Will Clark y el joven Barry Bonds. El Barry que jugaba como nadie pero que no ganó respeto, el Barry robusto que era caricaturescamente bueno para llevar la pelota a los muros… el Barry que quería romper récords que superó el total de jonrones de Hank Aaron mientras que todo el país lo abucheaba a él y a la ciudad que lo amaba.

Así era el beisbol de San Francisco. Los Gigantes perdieron la Serie Mundial en siete juegos en el 62. Perdieron la Serie Mundial en el 89, un año más recordado por el terremoto. Perdieron la Serie Mundial en 2002 aunque llevaban una ventaja de cinco carreras con ocho outs faltantes. Pero nunca hubo la misma angustia en San Francisco por perder que la que sintieron en Cleveland o Boston o Chicago. Hubo, en cambio, una sensación de ira y de inquietud. ¿Cómo podía un equipo seguir perdiendo con esas grandes estrellas?

Y luego… este equipo de Gigantes se superó. ¿Dignos de amar? No, no al principio. Volvieron loca a la ciudad. “El beisbol de los Gigantes…  una tortura”, dijo el comentarista radial Duane Kuiper después de una docena de desgarradoras derrotas. Sí. Torutra. No hacían carreras. Los llamados jugadores estrella que habían sido llevados con grandes gastos - Barry Zito, Aaron Rowand, Edgar Renteria- estaban lesionados o jugando mal o los dos. La estrella revelación del año pasado, Pablo Sandoval, el Kung Fu Panda, ya no estaba bateando nada. El 2 de julio, los Gigantes habían perdido su séptimo juego en línea, estaban en cuarto lugar. Esta temporada se veía perdida.

La forma como llegaron de ese momento a la celebración con champaña el lunes es una historia ahora conocida, una de orgullo terco, de buenas oportunidades y de grandes lanzamientos de la pelota. Lo grandioso es ver cómo la ciudad se enamoró de ellos. Nunca habían visto a un equipo así. Era un equipo sin grandes estrellas costosas, sin grandes personalidades, sin nadie lo suficientemente grandioso para distraerlos.

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“Sólo somos un montón de chicos”, dijo el jardinero Cody Ross, que fue uno de esos chicos.

No parecía haber razón para pensar que los Gigantes  podían ganar el lunes. Jugaban de visitantes contra Texas, en el estadio de los Rangers donde se han visto muchos jonrones. Los Rangers habían ganado 51 de 81 partidos en casa (tenían record de derrotas como visitantes). Habían dominado en casa, haciendo un promedio de más cinco carreras por juego. Y encima de eso, los Rangers tenían al incontenible y pronto en convertirse multimillonario Cliff Lee, su estrella, el sujeto que llegó a la Serie Mundial con uno de los registros más impresionantes de la postemporada en la historia del beisbol. Los Gigantes lo derrotaron en el partido 1 (la primera derrota de postemporada de Lee) pero todo de ese juego pareció inesperado e irrepetible.

La alineación de los Gigantes después de ese juego parecía débil. Pero hay una razón por la que los Gigantes han podido hacer milagros este año. Esa razón es los lanzamientos. Los Gigantes lideraron la Liga Nacional en promedio  de carreras limpias permitidas (ERA). En la postemporada, habían lanzado cuatro blanqueadas o shutouts en 14 juegos. Matt Cain no había permitido que le hicieran una carrera  en toda la postemporada. Madison Bumgarner, de 21 años, destrozó a los Rangers en la noche del domingo. Y el lunes, los Gigantes tuvieron a su estrella, Tim Lincecum, en su mejor juego.

“Podías notarlo desde la primera entrada”, dijo su cátcher Buster Posey. “La pelota se estaba moviendo”.

El lunes Lincecum humilló a los Rangers con sus lanzamientos.

Pero en la parte baja de sexta entrada, con Mitch Moreland en base, el público un poco desesperado empezaba a pedir acción.

Ahí es cuando el improbable héroe del día entró en acción. Ross y Uribe conectaron sencillos. Luego Aubrey Huff hizo toque de sacrificio, que habría sido genial excepto que fue el primero de toda su carrera. Eso prácticamente describe a estos Gigantes (“Lo que sea que tengamos que hacer”, dijo Huff). Cuando Rentería llegó al bate tenía la primera base abierta.

Édgar Rentería. Qué carrera professional tan extraña. Ya había sido el héroe de una Serie Mundial. Hizo el hit ganador en la Serie Mundial de 1997 (ese año, Madison Bumgarner, el héroe de los Gigantes del juego 4, tenía 8 años de edad). Rentería había hecho más de 2,200 hits en las grandes ligas para seis equipos. Este fue su partido 66 de postemporada.

Y, para ser sinceros, ya parecía estar acabado. Estuvo en la lista de lesionados tres veces en 2010. Él pensó muchas veces que su carrera se había acabado. No empezó un solo juego en la serie de la división. Pero sí empezó cuatro partidos de la serie del campeonato, e hizo 0.63 y parecía tres veces más viejo. Inexplicablemente había estado bateando bien en esta Serie Mundial, no obstante, y Lee tenía la primera base abierta, y tenía a Aaron Rowand en deck. Parecía que no había razón para darle a Rentería nada bueno para batear. Con el partido 2-0, le lanzó a Rentería una bola al corazón del plato.

“Sólo estaba buscando un lanzamiento”, dijo Rentería. Y era ese.

Rentería lo conectó, lo mandó alto y lejos. En San Francisco la pelota habría sido agarrada. En Texas, aterrizó en la primera fila de las graderías izquierdas. Este equipo en esta postemporada había tenido a Cody Ross como héroe, a Juan Uribe como héroe, a Pat Burrell como héroe, a Aubrey Huff como héroe y, sí, a Édgar Rentería como hérore en el segundo partido. Le volvió a tocar el turno de serlo.

“Él me dijo que iba a hacer el jonrón”, dijo su compañero Andrés Torres. “¡Él me dijo!”

Lincecum y Brian Wilson terminaron el juego, y la celebración empezó en la Bahía de San Francisco. Nunca ha habido una historia deportiva más improbable en esa ciudad. Eso como un viejo aficionado de San Francisco me dijo: “Pensé que amaba el beisbol antes. Pero con este equipo, no sé, es algo más”. Ese viejo aficionado a San Francisco es Larry Baer, el presidente de los Gigantes.

Esto es por San Francisco”, dijo el manager de los Gigantes Bruce Bochy, y así fue.

Un equipo llamado Gigantes jugó en Nueva York antes de 1958. Pero eso es para los libros de historia. Los Gigantes de San Francisco ganaron su primera Serie Mundial en la noche del lunes con buenos lanzamientos, aprovechando las oportunidades, y con la loca creencia de que en realidad eran lo suficientemente buenos para ganarlo todo. Fue suficiente para hacer que San Francisco se enamorara del beisbol como si fuera por primera vez.

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