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Una ciudad de Pakistán cambia las armas por los guantes de box

En uno de los barrios más pobres de Karachi, el boxeo le da un nuevo enfoque a miles de chicos que lo practican
mar 01 noviembre 2011 01:42 PM
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No confundas el delgado cuerpo de Bilal Ahmed, de ocho años, su seductora sonrisa y sus enormes ojos radiantes con debilidad.

Bilal cambia cuando sube a un ring de boxeo.

Cuando el diminuto boxeador paquistaní sube a un viejo y destartalado cuadrilátero en el exterior de un centro juvenil, su sonrisa se convierte en una expresión fría como el hielo.

Con el sonido de la campana que marca el inicio del primer asalto, sus pequeños puños en el extremo de sus brazos que parecen palitos, se convierten en proyectiles que causan dolor, y machaca a su oponente.

“Quiero golpear a mi oponente”, dice Bilal, minutos antes de la pelea. “En lo único que pienso es en ganar”.

Bilal está obsesionado con ganar porque, para él, el boxeo es más que un deporte. Es la única oportunidad que tiene para escapar de Lyari, uno de los barrios más pobres, difíciles y peligrosos en la sureña ciudad porteña de Karachi, en Pakistán.

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El narcotráfico y la violencia de pandillas prolifera en ese lugar, tan sólo este año asesinaron a 100 personas.

“En la noche hay disparos”, dice Bilal. “Me despierto y voy con mi mamá. Cuando crezca quiero sacar a mi familia de aquí”.

Pero para los chicos de Lyari, el futuro suele ser sombrío. Muchos culpan al gobierno por no mantener los barrios seguros y por un sistema escolar ineficaz que le roba a los niños la oportunidad de tener éxito.

Durante décadas el boxeo le ha dado a miles de chicos de Lyari lo que el gobierno no puede —un lugar seguro para crecer, aprender y perseguir un sueño.

Los inmigrantes africanos llevaron el boxeo a Lyari en la década de los años 40, cuando Karachi todavía era parte de India y era gobernada por los británicos. Más de 70 años después, 22 clubes de boxeo, a cargo de voluntarios y con donaciones particulares, convirtieron a este barrio en la fabrica de boxeadores de Pakistán.

“Esta es la segunda Cuba”, dice el director de la asociación local de boxeo, Asghar Baloch, refiriéndose al país del Caribe que produjo a algunos de los mejores boxeadores del mundo.

“Si estos chicos no estuvieran aquí, estarían con pistolas y armas”, dice. “Si continuamos con las actividades positivas, tendremos resultados positivos”.

Los resultados positivos de los clubes de boxeo de Lyari no necesariamente son trofeos y victorias en el cuadrilátero. Son niños sanos y educados que se ríen y juegan, niños que terminan la escuela.

Pero esta noche, para Bilal, quien tiene un oponente más grande y más alto en un torneo importante, todo se trata de ganar.

Su oponente lo supera en el asalto inicial, pero Bilal se mantiene firme.

El segundo asalto es muy reñido, pero Bilal gana en el tercer y último asalto con una rápida combinación de golpes y poderosos ganchos derechos.

El réferi alza el brazo de Bilal como señal de victoria y vuelve la enorme sonrisa de este pequeño chico que continúa con su sueño de tener una vida mejor.

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