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Miedo y odio en Egipto: consecuencias a un año del caso Puerto Saíd

A un año de los acontecimientos en el estadio de Puerto Saíd que dejaron más de 70 muertos, en el país continúa la violencia
vie 01 febrero 2013 10:59 AM

Los rostros de más de 70 jóvenes y niños tuvieron un efecto adverso en la multitud congregada afuera del complejo de entrenamiento del Al Ahli, en El Cairo.

Casi 15,000 miembros del Ahlawy, el grupo organizado de aficionados duros del equipo de soccer más popular de Egipto, se reunieron este miércoles en espera de las noticias que tanto ellos como el país entero habían esperado durante casi un año.

A las 10:00 horas, un juez emitiría su veredicto acerca de uno de los momentos más oscuros en la historia del deporte.

Todo ocurrió el 1 de febrero de 2012, cuando más de 70 personas –esos jóvenes y niños cuyos rostros ahora figuran en una marquesina sobre la entrada del club—murieron después de un encuentro con el equipo de la ciudad mediterránea de Puerto Saíd, el Al Masri.

La mayoría de las víctimas murieron aplastadas cuando los aficionados del Al Masri se volcaron hacia la cancha.

Los jugadores corrieron por sus vidas y se refugiaron en los vestidores. Entonces, las luces del estadio se apagaron.

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Cuando las luces volvieron a encenderse, 10 minutos más tarde, los muertos se apilaban en el túnel ante una reja metálica cerrada que había impedido el escape antes de ceder ante el peso de los cuerpos.

Acción directa

Se arrestó a 73 personas y a muchas se les acusó de asesinato. La mayoría eran aficionados del Al Masri, pero había algunos miembros de las fuerzas de seguridad.

El hombre presuntamente responsable de apagar las luces también fue arrestado. El Ahlawy sospechaba que había algo oculto tras los hechos.

Hubo teorías de conspiración y muchas interrogantes: ¿se trataba simplemente de una rivalidad deportiva que había terminado mal? ¿Acaso la policía permitió que reinara la violencia en venganza contra los ultras por haber tomado parte en la revolución?

El Ahlawy  jugó un papel crucial en la revolución . Eran un grupo organizado de decenas de miles de jóvenes dispuestos a enfrentarse a la policía para hacerse escuchar, tal como lo habían hecho tanto dentro como fuera de los estadios egipcios en años anteriores.

Las autoridades negaron cualquier conspiración. Fue un accidente trágico, dijeron. Vandalismo e ineptitud, nada más y nada menos, ninguna intervención oculta.

Sin embargo, muchos de los aficionados del Ahlawy no estaban convencidos. Se canceló la liga egipcia y el Ahlawy emprendió una exitosa campaña de acción directa para impedir que se reanudara hasta que se hubiera hecho justicia.

Los jóvenes esperaron el veredicto este sábado. Algunos llegaron armados, anticipándose a una prórroga o peor aún, a un veredicto de inocencia. Algunos llevaban palos, otros llevaban pistolas caseras y escopetas recortadas.

Gases lacrimógenos

A las 10:00 horas, el juez se presentó ante la televisión nacional para emitir su veredicto. Se sentenció a muerte a 21 de los acusados. El veredicto para el resto de los acusados se emitirá el 9 de marzo.

Las noticias se esparcieron entre la multitud y a su paso dejaban gente llorando de alegría: adolescentes que habían perdido a sus amigos, madres que habían perdido a sus hijos, esposas que habían perdido a sus maridos.

“La corte tomó una buena decisión”, dijo Mihai, un miembro del Ahlawy que asistió para escuchar el veredicto. Al igual que el resto de los ultras, se negó a dar su apellido.

La gente celebró haciendo disparos al aire con las armas que habían llevado en caso de violencia.

Un aficionado disparó un arma automática hasta que se atascó. Revisó la pieza de equipo defectuoso y desconocido. Sin poder repararla, la metió en su cinturón y saltó entre el mar de hombres que celebraban.

“Esperamos que esta historia tenga un final perfecto. Hemos esperado esto por largo tiempo. Fue una buena decisión ejecutar a 21 personas. Ahora esperamos la decisión de la policía. Seguramente no fueron los únicos involucrados”, dijo Mihai.

En febrero, con los terribles hechos en Puerto Saíd aún frescos en la memoria, el Ahlawy exigió que se diera muerte a los responsables.

Su deseo se cumplió con el veredicto de la corte. Creían que se había hecho justicia, al menos en parte.

“Se juzgará a la policía el 9 de marzo”, dijo Mohamed, uno de los fundadores del Ahlawy.

La noche anterior, el aniversario de la revolución egipcia, El Cairo se vio cubierto de gases lacrimógenos conforme los manifestantes marchaban por las calles circundantes a la plaza Tahrir y expresaban su furia contra el presidente Mohamed Morsi y lo que para ellos era una falta de reformas auténticas.

Muchas personas, incluido el Ahlawy, esperaban que tras el veredicto ocurrieran más enfrentamientos.

Sin embargo, conforme la multitud entraba al complejo y se reunía en la cancha principal del equipo, quedó claro que ese día no habría enfrentamientos.

“Me sentí satisfecho de que quienes fueron responsables de lo que nos ocurrió hace un año tendrán su merecido”, dijo Ahmed, otro de los fundadores del Ahlawy quien creía que se había tomado la decisión correcta.

“Es un veredicto duro, pero no se merecen nada menos. Nadie quiere ver morir a nadie, pero cuando alguien mata, merece morir. Merece que se le arranque la vida. No veo cómo la policía podría salirse con la suya”.

Puerto Saíd se enciende

No todos estaban satisfechos, en especial quienes consideraron que el veredicto era un posible trampolín para retar a Morsi, que para muchos de los miembros del Ahlawy es igual a Hosni Mubarak, el dictador que gobernó Egipto durante casi 30 años.

“Nos están dando un remedio para aplacar la ira de los muchachos… para mí no es suficiente”, dijo Hassan, un aficionado del Ahli. “El resto de los movimientos políticos y los partidos estaba pendiente de lo que ocurriría aquí. Todos tenían fe en los ultras y ahora nos han dado un remedio, ahora cualquier cosa que hubiera podido ocurrir en contra del nuevo régimen ha perdido impulso”, agregó.

Pero lo que calmó al Ahlawy, al menos temporalmente, encendió a Puerto Saíd.

Los aficionados del Al Masri y los familiares de los 73 acusados que se habían reunido afuera de la prisión de Puerto Saíd en donde se retiene a los sospechosos, recibieron los veredictos con asombro, incredulidad e ira.

Al igual que los simpatizantes del Ahlawy en El Cairo, ellos también iban preparados. Dos policías resultaron muertos cuando los familiares de los detenidos trataron de entrar por la fuerza a la prisión. La policía contraatacó. Al menos 30 personas murieron en los enfrentamientos, entre ellos se encontraba un exjugador del Al Masri.

El presidente Morsi se dirigió a la nación y anunció un toque de queda de 30 días que se extendería de las 21 hasta las 6 horas en las ciudades más afectadas por la violencia.

Unas cuantas horas antes de que entrara en vigor el primer toque de queda, una tormenta golpeó Puerto Saíd. Al filo de las 21 horas, las calles estaban vacías, los cielos oscuros y cargados de lluvia.

El único sonido que se escuchaba eran las lejanas y periódicas ráfagas de disparos. Procedían de la cercana estación de policía de Al Arab, frente a la costa.

Barricadas en llamas

Al acercarse a la estación de policía, las calles vacías cobraban vida súbitamente, como si toda la energía de la ciudad se hubiera concentrado en un solo punto. Las barricadas hechas con llantas en llamas separaban a la policía de los grupos de jóvenes que respondían con rocas a los disparos.

Los enfrentamientos siguieron a los funerales de otros manifestantes que murieron el día que estalló la violencia en la prisión.

“Hay varios heridos”, dijo un miembro de la Media Luna Roja mientras se refugiaba de los disparos en una calle aledaña. Las ambulancias pasaban a toda velocidad con las sirenas encendidas.

“Hemos visto heridas de balas de las armas del gobierno. En cuatro días hemos visto más de 450 (heridos)”.

El futuro de una marcha apresuradamente organizada con el fin de desafiar el toque de queda de Morsi era desolador.

Sin embargo, a las 20:30 horas una multitud de miles de personas se reunió cerca del mismo sitio en el que la Media Luna Roja había estado esperando para llevar a los heridos al hospital. Marcharon a través de las barricadas en llamas hacia donde habían iniciado los disparos.

Ni el ejército ni la policía estaban a cargo.

Los vehículos blindados de transporte de personal y las tropas armadas estaban apostados en las esquinas de las calles donde se encuentran los edificios militares y civiles importantes.

En el centro estaba el grupo de ultras aficionados al Al Masri conocidos como Águilas Verdes. Pero no estaban solos. Los manifestantes llegaron de todas partes de Puerto Saíd. Varios cientos de mujeres marchaban juntas y denunciaban a Morsi y a El Cairo.

El toque de queda entró en vigor y la multitud lo desafiaba. “¡Son las 9 en punto!”, cantaban mientras pasaban frente a las tropas apostadas.

Pero no había animadversión hacia el ejército. La policía era el enemigo. Los protestantes se turnaron para abrazar y besar a los jóvenes soldados.

Pocos habrían reconocido al instante ser aficionados al Al Masri o decir que estuvieron presentes en esa fatídica noche, hace casi un año, que desencadenó esta serie de eventos letales.

Venganza

Lo que deberían decir es que creían que se había burlado a la justicia, que Morsi había sacrificado a Puerto Saíd para evitar el caos en El Cairo, que la tradicional antipatía hacia Puerto Saíd estaba en acción.

“La gente está realmente segura de que estas personas (los 21 sentenciados a muerte) no mataron a nadie. Nosotros no lo hicimos y ellos (el Ahlawy) no nos creen”, dijo Tariq Youssef, contador de 32 años que asistió a la marcha con un amigo.

“Al Masri no regresará en cinco años. Soy un gran aficionado del Masri. Pero no puedo ir a ninguna parte. Todos los simpatizantes de los grandes equipos de El Cairo o en cualquier otra parte creen que los simpatizantes del Al Masri fuimos los responsables”.

Para Tariq, reconocer que es un aficionado del Al Masri fuera de Puerto Saíd era imposible.

“Dicen: ‘Mataron a los aficionados del Ahli. Ustedes son como terroristas’. Nadie cree que no hicimos nada allá. No habrá futbol por los próximos cinco años”.

Conforme la marcha regresaba a donde había iniciado, se reanudó el fuego de las ametralladoras. Esta vez rodeaba a la marcha, al frente y a la retaguardia. La multitud se esparció. Un manifestante que estaba en la retaguardia de la marcha resultó muerto de un tiro, justo al lado de la estación de policía de Al Arab.

“En tres días hemos perdido a 21 personas que fueron juzgadas para ser ejecutadas, cerca de 39 asesinados y muchos heridos, así que no hay una sola familia que no haya perdido a un amigo, a un colega, a un vecino. Se puede considerar como una venganza entre el pueblo y la policía”, dijo Muhammad al Agieri, un maestro de inglés que se había quedado hasta el final. “La gente se va a quedar aquí toda la noche, todos los días durante un mes. Rechazan y desafían el toque de queda que impuso Morsi”, agregó.

A la mañana siguiente, la tormenta había pasado y brillaba el sol. Sin embargo, el ciclo de violencia continúa. Empezará otra marcha funeral, probablemente se prenda fuego a otra barricada y se violará otro toque de queda.

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