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El futuro del capitalismo

Cuatro premios Nobel de Economía, opinan sobre la globalización y la riqueza; hace unos meses Arrow, Scholes y Becker se reunieron para presentar sus disertaciones en EU.
vie 23 noviembre 2007 12:05 PM
El mayor reto del capitalismo es reducir el contraste entreo

La globalización y sus descontentos
Crecimiento económico, sinónimo de disparidad social.
Paul A. Samuelson

En el año 1,000 DC, Europa occidental y China disfrutaban más o menos el mismo estándar de vida. Sin embargo, nada sigue igual.

Por razones que nunca hemos de saber, más adelante China se estancó. Fue la sociedad holandesa en la llamada Era de la Exploración la que acabó en primer lugar del asta bandera del producto nacional bruto per cápita.

Después, en el siglo XVII, Isaac Newton, parado sobre los hombros de Copérnico, Kepler y Galileo, inició nuestra época corriente de continuo progreso científico. Durante dos siglos, hasta los últimos años del reino de la emperatriz Victoria, fue Gran Bretaña la que dominó al mundo.

Alrededor de 1900, Estados Unidos, hija rebelde de Gran Bretaña, con sus abundantes recursos, tomó el liderazgo económico mundial. Quizá dentro de 30 años, en 2037, los historiadores hablarán de la caída de Estados Unidos –aún con personajes como el presidente George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney y sus amigos–, a manos de miles de millones de chinos.

La historia nos muestra que los historiadores nunca entienden bien las cosas. Incluso si los votantes hubiesen puesto a los más perfectos filósofos en funciones entre el año 2000 y 2008, para mediados del siglo la población que vive en China, un tercio de la población mundial, habría rebasado a Estados Unidos y a Europa en producción económica real.

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Liberada de la ignorancia de Mao, la China de bajos salarios ha podido copiar las tecnologías occidentales. Por coincidencia, 1,000 millones de trabajadores de bajo salario en India –liberados del socialismo fabiano de Nehru– superarán en la competencia a los más y más asalariados trabajadores estadounidenses y euroccidentales.

Los lectores equivocarán el significado de mi texto si piensan que esto anuncia una triste historia para la región estadounidense. La economía, a diferencia de la geopolítica, no es un juego de suma cero.

Cuando la Alemania de Bismarck derrotó a la Francia de Louis Napoléon, en 1870, aquél fue realmente un juego político de suma cero, en donde un lado perdió y el otro ganó. Por contraste, cuando Japón ganó a Estados Unidos en ingreso real per cápita de 1950 a 1990, ello no implicó una caída en el ingreso real per cápita estadounidense.

Permítame ahora agregar un ingrediente necesario en un ensayo sobre globalización y sus descontentos:

1) Los mecanismos del mercado necesarios y suficientes para impulsar la productividad total, invariablemente exacerbarán las desigualdades entre ganadores y perdedores.

2) Los ricos frutos de la ciencia, que nos llevan a una mejor expectativa de vida, también empeoran nuestro ambiente y hacen crecer nuestra vulnerabilidad ante la devastación de la guerra y la malevolencia de los terroristas.

3) Lo que puede hacer que la economía no sea una ciencia tan equivocada son las consideraciones de que la ciencia en sí puede:
a) Ayudar a limitar la contaminación del aire y el agua.
b) Rectificar, de alguna manera, la desigualdad en la distribución del ingreso.

No. Definitivamente no. Estas admirables cosas ocurren únicamente si los votantes acceden a cobrar impuestos a las utilidades de los ganadores para usarlas en reducir las pérdidas que el mercado impone a los perdedores.

Durante la Gran Depresión, bajó el liderazgo del Nuevo Convenio de Franklin D. Roosevelt, los votantes sentían: “Todos corremos el mismo riesgo. Si no fuera por la gracia del destino, estaríamos sin trabajo y sin hogar”.

Por ello, entre 1932 y 1980, los votantes optamos por una sociedad mixta y no por el absoluto libre mercado.

Es la forma en que piensan los votantes de Finlandia y Dinamarca. Ahí los nombres de economistas liberales como Milton Friedman y Friedrich Hayek son poco mencionados y en las encuestas globales sobre felicidad, son los habitantes de economías mixtas los que se sienten menos infelices.

El realismo y la conciencia requieren que registre una advertencia final: Ningún gobierno democrático, de ninguna parte, puede adivinar con éxito los mecanismos del mercado mediante extremos programas de transferencias de los ricos a los pobres con la esperanza de nivelar las diferencias.

Cuando mucho, podrán hacer redistribuciones limitadas de los ingresos del Estado.

El dilema fiscal

El auge de la riqueza tiene dos enemigos: la aversión por los ricos y el terrorismo.
Por Gary Becker

Aún tengo optimismo por el futuro del capitalismo, pero también algunos puntos de preocupación.

Hay varios desarrollos de las últimas décadas que son causa de mi panorama positivo. Uno de ellos es el crecimiento de China e India, casi 40% de la población mundial. En 1980, ninguno de estos países era capitalista, en el sentido de tener un sistema de empresas privadas basado en el mercado, y en el que los precios y los salarios son flexibles.

El segundo, estrechamente relacionado, es la globalización. Aunque el PIB global ha aumentado rápidamente, el comercio creció al doble de rápido. El mundo está mucho más conectado. Es, de hecho, más ‘plano’.

Tercero, el ambiente macroeconómico provisto por los gobernadores de los bancos centrales se hizo más estable al haber aprendido a concentrarse en la inflación.

Cuarto, a escala global, las naciones han avanzado hacia más bajos impuestos. Incluso los países escandinavos han disminuido sus tarifas máximas.

No hace mucho leía Capitalismo y libertad, de Milton Friedman. En el libro de 1962, menciona que la tasa máxima de impuestos en Estados Unidos llegó a ser de 91%. Ahora, por supuesto, la tasa máxima es de 30% de ingresos personales.

Todos los países en el mundo han avanzado en esta dirección. Algunos países de Europa del Este y Hong Kong incluso tienen un impuesto único puro.

Ahora, algunas preocupaciones.

El islam radical, en particular la clase wahhabi practicante del islam que se promueve en Arabia Saudita, es un problema. Si de nueva cuenta tenemos significativos ataques terroristas de la clase del 11/9, habrá afectación importante a la economía mundial.

La otra preocupación es que cuando el capitalismo prospera y provee grandes, aunque disparejos, beneficios se tiende a tener una respuesta negativa contra la riqueza.

Existe la tendencia a entrometerse con la ‘gallina de los huevos de oro’, en otras palabras, la regulación y la interferencia del Estado.

Entonces, hay una constante batalla para encontrar formas de mejorar nuestras vidas con la riqueza que produce el capitalismo sin afectarlo. Al volverse exitosos los países, me temo, encontraremos más y más intentos por destruir las bases de ese éxito. Ése es el temor que tengo.

El laberinto de la longevidad
La población mundial tiende a vivir cada vez más; ante eso, la economía poco puede hacer.

Hace unos meses los premios Nobel de Economía Kenneth Arrow, Myron Scholes y Gary Becker se reunieron en el Instituto Milken en Los Ángeles. A continuación, un extracto de sus disertaciones:

Kenneth Arrow
Ciertamente, un área en que los países exitosos tratarán de mejorar las vidas de su población, con la riqueza que generan, es la atención a la salud y los beneficios para el retiro ahora que la gente vive más hacia la vejez.

Esto crea algunos verdaderos problemas para la relación entre el Estado y el mercado.

Aunque Estados Unidos está en el nivel medio de su envejecimiento poblacional, los ciudadanos de países exitosos, en particular Japón, España, Italia y Alemania, han reducido voluntariamente sus tasas de nacimientos.

Una consecuencia de esto es que el porcentaje de población mayor aumentará y la gente vivirá más gracias a los avances en conocimientos médicos y de salud.

En Estados Unidos, los gastos en cuidados médicos fueron del orden de 4% del ingreso nacional en 1960. En 2007, la cifra es 17% –el más alto porcentaje de cualquier país del mundo–, aunque no se traduce en una tasa más alta de salud en comparación con otros países que gastan menos.

Además, la atención a la salud es un área en donde el consumidor, por lo general, tiene menos información que el proveedor –el doctor y el hospital– y no está en posición de tratarse a sí mismo o autorregularse para mantener bajos costos, por lo que el gobierno interviene para asegurar a la gente algún nivel de cobertura. En Estados Unidos, el Estado paga 60% de los costos médicos.

Hoy, ya hay menos jóvenes trabajando y produciendo la riqueza necesaria para pagar esta creciente cuenta médica; inevitablemente, el costo caerá sobre una tasa impositiva más alta para los viejos, pero todavía activos.

Ésta me parece una realidad inexorable. Pero tampoco me parece el fin del mundo.

Los escandinavos, después de todo, dedican fracciones mucho más altas de su PIB al Estado que cualquier otro país y siguen teniendo tasas de crecimiento satisfactorias.

Myron Scholes
Si el costo de los cuidados médicos está creciendo de acuerdo con proyecciones lineales, lo cual es cierto, el verdadero debate debería ser sobre las ineficiencias de la atención a la salud y la entrega.

En lo que deberíamos concentrarnos es en incrementar la productividad de nuestros sistemas de salud.

Entonces, incluso si sigue habiendo demanda, no necesariamente significará que los costos aumentarán conmensuradamente.

Sólo un ejemplo: las opciones poco sanas para el estilo de vida, desde la dieta hasta el tabaquismo y la falta de ejercicio hasta la obesidad, producen una fracción muy grande de costos a la atención médica.

Si uno quiere reducir el costo de 1.7 billones de dólares que gastan los estadounidenses al año en cuidados médicos –1,000 millones de los cuales se deben a causas del estilo de vida–, éste es, obviamente, el sitio donde comenzar a atacar sus costos.

Gary Becker
Seguramente hay buenas razones para gastar más en cuidados médicos y seguridad social al tener una población que empieza a envejecer.

Nosotros los economistas utilizamos una métrica llamada “valor estadístico de la vida”, que mide lo que la gente está dispuesta a pagar por mejorar su vida.

Está dispuesta a pagar una cantidad enorme, como hemos visto en las décadas recientes.

No es sorprendente que, al aumentar los ingresos, la gente esté dispuesta a gastar más en su bienestar.

Para hacerlo, por supuesto, tienen que separar más dinero para su vejez, ya sea de manera pública o privada.

La pregunta interesante será qué fracción tiene que venir del gobierno o del propio dinero de la gente, que toma sus propias decisiones.

Creo que permitir la opción individual es el camino que como sociedades debemos de seguir.

Distribuido por Tribune Media Services

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