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La crisis de ayer... la crisis de hoy

El ex secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, comparte sus opiniones sobre la debacle económica; el experto ve similitudes entre la crisis actual y la que afectó a México en 1982.
vie 16 enero 2009 06:00 AM
México no supo aprovechar su bonanza petrolera y se vio golpeado por la baja en el precio del crudo en 1981. (Foto: Archivo)
petróleo (Foto: Archivo)

Todo exceso es mucho

Dicho popular yucateco

A mediados de la década de los setenta se descubrieron ricos yacimientos de petróleo en el golfo de Campeche. En unos cuantos años nos convertimos en uno de los principales productores y exportadores en el mundo. La producción petrolera se elevó de 500,000 barriles diarios en 1976 a 2.3 millones en 1981. Los ingresos por la exportación pasan de menos de 1,000 millones de dólares en 1977 a 15,600 en 1982. El incremento es notable. Sin precedente en la historia petrolera mundial.

Al mismo tiempo, la banca internacional tenía un exceso de recursos prestables originado, por una parte, por una menor demanda de crédito en los países industriales y, por otra, por los cuantiosos depósitos de los países productores de petróleo, los llamados petrodólares. Había que colocar dichos recursos y los países con petróleo eran buenos clientes.

De esa manera, entramos en una explosión del endeudamiento externo, cuyo nivel se elevó en alrededor de 50,000 millones de dólares en esos años.

En ese lapso, petróleo y crédito externo significaron entradas acumuladas, no esperadas, de cerca de 100,000 millones de dólares. Entre 1978 y 1981, el ritmo de crecimiento promedio del producto nacional bruto fue 8.4% anual. A diferencia de los otros países petroleros, cuya capacidad de absorción interna era limitada y sólo elevaron sus activos financieros, habíamos encontrado la fórmula para usar eficientemente los recursos petroleros. México era un ejemplo en la comunidad internacional.

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Fueron años de euforia colectiva, de auge. Fueron años -se decía- en que era necesario aprender a "administrar la abundancia" e incluso analizar la posibilidad de convertirnos en un país exportador de capitales.

Sin embargo, había desequilibrios fundamentales que no se quisieron reconocer: un déficit presupuestal creciente, una sobrevaluación del tipo de cambio y un excesivo endeudamiento externo. No se reconocía que las cosas podían cambiar y se pensaba que el camino sería de permanente ascenso.

Pronto se supo que no era así. En junio de 1981, el precio del petróleo sufre un descenso en los mercados mundiales, ante lo cual reaccionamos de manera equivocada y no modificamos la política económica para ajustarnos a una nueva coyuntura internacional. Se provocó una fuerte salida de capitales y el inicio de un clima de incertidumbre y pérdida de confianza.

Los precios de nuestros principales productos de exportación sufren un descenso y la tasa de interés se eleva a niveles sin precedente (en Estados Unidos llegó a 20% en términos nominales). El déficit público pasó de 7% del PIB en 1980 a 14% en 1981 y llegaría a 17% en 1982.

El año de 1982 fue terrible. El 17 de febrero el peso se devalúa alrededor de 30%. Unas semanas después se autoriza un alza salarial de 10, 20 y 30%, según el nivel del salario, que nulifica el efecto de ajuste interno de la propia devaluación. Un día antes del incremento salarial, asumo la responsabilidad de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Eran tiempos difíciles. Las semanas y meses siguientes fueron terribles. Enormes salidas diarias de capital, que no se podían detener, a pesar de algunos esfuerzos.

Un clima de incertidumbre y desconfianza cubría el panorama nacional. Pérdida de confianza en las medidas de política económica, en los funcionarios y en las instituciones. Pérdida de rumbo.

Hubo intentos ortodoxos de ajuste interno que fracasaron ante la resistencia de muchos actores que no reconocían que el periodo de auge había terminado y que ahora, lo que enfrentábamos era una crisis.

La sombra de caer en un incumplimiento de nuestras obligaciones financieras externas se extendía de manera creciente ante un gasto público desenfrenado, un tipo de cambio sobrevaluado, caída de las reservas del Banco de México y el cierre del crédito externo.

En el verano de 1982 se iniciaron negociaciones complicadas con la comunidad financiera internacional, en las que participaron el Tesoro de Estados Unidos, el Banco de la Reserva Federal y otras dependencias estadounidenses, el Fondo Monetario

Internacional, el Banco Mundial, el Banco de Pagos Internacionales y más de 100 bancos acreedores de más de 40 países. Fue un proceso sin precedente. Como señaló en fecha reciente el secretario del Tesoro, Paulson refiriéndose a la crisis financiera actual, "no hay un manual o instructivo para responder a desequilibrios que nunca habíamos enfrentado" (New York Times, 12 de noviembre, 2008). Así nos pasó hace 26 años.

Una primera reestructuración de la deuda aligeró el pago del servicio y tuvimos recursos frescos con que enfrentar las necesidades más urgentes en dólares.

Siguieron otras reestructuraciones y un arreglo más constructivo en 1990 que permitió eliminar el cinturón de fuerza que la deuda significó para la economía nacional durante casi una década.

El 1 de septiembre de 1982 se nacionalizó la banca mexicana y se estableció un control integral de cambios.

Tres meses después se inició un nuevo gobierno que enfrentó la crisis más severa desde la Gran Depresión de 1929-32. Pero ésa es otra historia.

Existen algunas observaciones importantes que pueden hacerse alrededor de la crisis de 1982:

1. Surge después de un periodo de gran expansión económica.

2. Se comenten excesos en varios frentes: un muy elevado déficit fiscal; una excesiva sobrevaluación del tipo de cambio, que se mantiene por mucho tiempo; un excesivo endeudamiento externo, público y privado, en donde la responsabilidad debe ser compartida entre el deudor y los acreedores; una arrogancia excesiva de las autoridades al no reconocer, con oportunidad, la gravedad de los problemas.

3. La duración y profundidad de la crisis resulta mayor de lo que se anticipaba.

Es curioso, pero varios de los elementos anteriores están presentes en la crisis financiera y económica actual.

Se reconoce ya como la peor en los últimos 70 años y representa, sin duda, un parteaguas en el funcionamiento de la economía mundial. Las cosas no podrán ser iguales. El mundo del capitalismo será diferente.

"¿Cómo es posible que nadie la hubiera anticipado?", preguntó la reina Isabel de Inglaterra en una visita a la London School of Economics en este mes de noviembre.

Lo que hemos observado en los últimos meses nos ha dejado -por lo menos a mí- atónitos y hemos visto hechos que nunca antes hubiéramos imaginado.

En el país en que se origina la crisis, el más poderoso del mundo, aparece la debacle en Wall Street, la parálisis del crédito, la bancarrota de la compañía de seguros más grande del orbe, el rescate de las hipotecarias más importantes, la nacionalización parcial de su banca; en el Reino Unido y en otros países europeos, la caída estrepitosa en el valor de las acciones de uno de los bancos más importantes del mundo, la volatilidad en las bolsas de valores y la pérdida acumulada en el año de más de una tercera parte de su valor; el desplome en el precio del petróleo a un nivel de un tercio sobre su pico de hace apenas unos meses, entre otros hechos verdaderamente sorprendentes y no fáciles de entender o explicar. Hay que agregar la problemática de las tres fábricas de automóviles en Estados Unidos; ¿quién hubiera imaginado la posible quiebra de General Motors?

Por otra parte, el tamaño de los programas de rescate financiero y estímulo a la actividad económica en varios de los países más afectados alcanzan cifras inimaginables hace poco tiempo. De acuerdo con las últimas cifras, el conjunto de estos programas en Estados Unidos, algunos países europeos y China ascienden a más de 4 trillones de dólares (con doce ceros). Más lo que se acumule en el futuro próximo: por ejemplo, el apoyo anunciado por el FED en estos días por un monto de 800,000 millones de dólares para reactivar el crédito y el consumo y el anuncio de un paquete de estímulo por alrededor de 700,000 millones de dólares por el próximo gobierno de Barack Obama.

Sin embargo, persiste el clima de zozobra, incertidumbre y desconfianza, como si las medidas adoptadas y anunciadas no fueran suficientes para los actores en el mercado. La confianza se pierde con facilidad y es muy difícil recuperarla. Por supuesto que la gran interrogante persiste: ¿qué tan profunda y duradera será la crisis? Por lo pronto la palabra recesión se escucha y hace eco en muchos lados.

La crisis global tendrá varias consecuencias importantes: un resurgimiento de la regulación gubernamental en el mundo financiero y en otros sectores de la economía; la supremacía del mercado está en entredicho; el liderazgo y la autoridad intelectual de

Estados Unidos se han visto disminuidos. México no puede estar inmune a estos acontecimientos.

En especial dada nuestra elevada vulnerabilidad con lo que sucede en nuestro vecino del norte. Las exportaciones mexicanas se verán afectadas ante la caída en la demanda  externa, las remesas de los trabajadores se verán disminuidas y es probable el retorno de un número importante de repatriados a suelo mexicano; el turismo, a pesar de una mejor posición competitiva por el ajuste cambiario reciente, así como el flujo de inversión extranjera directa se verán, igualmente, reducidos.

El programa económico de 2009 descansa sobre bases endebles y poco realistas: crecimiento de 1.8%, tipo de cambio de 11.70 pesos por dólar, inflación de 3.8%, precio del petróleo de 70 dólares por barril. Todas estas variables han sido rebasadas ya por la realidad.

Por su parte, aparecen mayores presiones inflacionarias y la generación de empleo ha sido en 2008 menor a la mitad de lo que requerimos. El riesgo-país ha sufrido un importante deterioro.

Una de las consecuencias más nocivas del problema actual es la parálisis del crédito. Muchas empresas mexicanas -grandes y medianas- enfrentarán mayores dificultades para lograr la renovación de sus líneas de crédito u obtener recursos frescos con los bancos en Estados Unidos. Muchos proyectos nuevos o en proceso se verán entorpecidos.

La banca mexicana -mejor dicho, extranjera que opera en México- apoya poco a la actividad productiva y puede tener la tentación de transferir ahorro de mexicanos para respaldar los problemas financieros de sus matrices en el extranjero.

Las repercusiones de todo lo anterior ya las empezamos a ver. 2008 será un año con un crecimiento menor al 2% y las perspectivas para 2009 apuntan a un crecimiento menor, incluso nulo o negativo. México en estos dos años será el país con menor crecimiento en América Latina.

¿Qué hacer? Lo primero es reconocer el problema, no minimizarlo. Dicen que el primer elemento para resolver un problema es eso, reconocerlo.

Decía Keynes que todo país exitoso en lo económico, tenía un gobierno activo, prudente y promotor.

Es necesario devolver al gobierno mexicano ese carácter que perdió en el dogma liberal. Es decir, existe la necesidad de establecer una estrategia integral de carácter contracíclico, como lo está haciendo todo el mundo.

En el presupuesto de 2009 hay ya pasos en esta dirección, así como en el anuncio reciente de varias medidas de apoyo a la planta productiva y al empleo. Son pasos en el rumbo correcto, pero probablemente sean insuficientes y vayan a requerir de medidas adicionales en los próximos meses.

En estas circunstancias y dada la experiencia reciente en el mundo, hay que recordar que más vale pecar de exceso que de defecto. El mayor riesgo sería minimizar el problema. Es menos riesgoso sobreestimar lo que sería necesario para enfrentarlo.

*El autor fue secretario de Hacienda (1982-86), y el texto fue publicado originalmente por la revista "Este País. Tendencias y opiniones" en su edición de enero de 2009 como parte de la serie "La crisis: testimonios y perspectivas".

 

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