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La maldición de las crisis

México ha padecido una crisis cada sexenio sin excepción desde hace 40 años, dice Jonathan Heath; el crecimiento del país en promedio es de 2.1%, pero si quitamos la crisis, sería de 4.5%.
lun 31 mayo 2010 06:01 AM
Si borramos los periodos de crisis en los últimos 40 años, la economía mexicana sería el doble de la actual. (Foto: Jupiter Images)
domino caida perdida (Foto: Jupiter Images)

México ha padecido una crisis económica cada sexenio sin excepción desde hace 40 años.  Las primeras eran producto de déficits cuantiosos en las finanzas públicas y en las cuentas externas.  Posteriormente, eran reforzadas por expectativas negativas autorrealizables.  Últimamente, el origen proviene del exterior.  Sin embargo, independientemente de las causas, han sido el impedimento principal al crecimiento económico sostenido .

El crecimiento promedio anual del Producto Interno Bruto (PIB) de 1982 a la fecha es de apenas 2.1%.  Sin embargo, si calculamos el promedio sin los años de crisis, sube a 4.5%.  Esto significa que si hubiéramos crecido a esta tasa en los últimos 28 años en vez de 2.1%, el tamaño del PIB real sería prácticamente lo doble de lo que es actualmente.

Si examinamos la pobreza en el país a través de los últimos 60 años , vemos una tendencia decreciente, interrumpida con un escalón ascendente cada vez que hemos incurrido en una crisis.  Queda claro que las crisis recurrentes son el factor más importante que contribuye a la pobreza .  Sin estas crisis, tendríamos una economía significativamente más grande, mucho menos pobreza y bastante más empleo.

Existe un consenso de que el desempeño tan pobre ha sido por la falta de reformas estructurales profundas.  Si aprobáramos reformas significativas en materias laboral, fiscal, energética y regulatoria, el país crecía mucho más.  Sin embargo, estas reformas no son la panacea de nuestros males. Aunque podrían contribuir a más crecimiento, no resuelven el problema de fondo.

De entrada, la tarea fundamental radica en evitar nuevas crisis. Lo primero es mantener los equilibrios macroeconómicos que tanto trabajo nos ha costado.  Esto significa finanzas públicas sanas a través de presupuestos balanceados y niveles bajos de deuda pública. También implica sostener el régimen cambiario de flotación y el banco central independiente con el objetivo prioritario de abatir la inflación . Finalmente, debemos evitar errores de política económica que generan desequilibrios en los mercados más importantes.

Sin embargo, una situación macroeconómica sólida no es suficiente. A pesar de las mejorías sustanciales que hemos logrado en la última década, las últimas dos crisis provienen del exterior, en particular del contagio de las recesiones que ha sufrido Estados Unidos. Aunque se puede argumentar que la situación macroeconómica interna ayudó a contrarrestar los impactos negativos, en ambas ocasiones las crisis mexicanas fueron mucho mayores a la experimentada en el exterior.

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En 2001, Estados Unidos tuvo una recesión que duró ocho meses, mientras que la mexicana duró 36 meses (utilizando la misma barra de medición).  En 2008, Estados Unidos tuvo una recesión más traumática, sin embargo, la caída en la actividad económica de México fue brutalmente más profunda.  La disminución del PIB mexicano en 2009 fue por mucho la mayor de toda América Latina y de las más elevadas del mundo. Si la culpa proviene del exterior, ¿por qué el impacto en México es siempre mucho mayor?

La respuesta está en la debilidad de nuestra economía interna.  La economía mexicana tiene un solo motor de crecimiento, las exportaciones no petroleras.  Cuando se apaga este motor, la economía interna no logra caminar.  La razón principal es que el tamaño del mercado crediticio es demasiado pequeño y no le otorga a la economía interna suficiente dinamismo.  El crédito de la banca comercial al sector privado es alrededor del 14% del PIB en México, mientras que en otros países es sustancialmente mayor.  Por ejemplo, en Brasil es de alrededor de 45%, en Chile cerca de 65% y en Panamá llega a 94% del PIB.  Sin el apoyo del crédito, especialmente para las empresas medianas y pequeñas, resulta difícil esperar que la economía pueda crecer a tasas elevadas.

El problema tiene su origen en la crisis bancaria de 1995, la cual prácticamente destruyó el mercado crediticio. La banca ya se encuentra debidamente capitalizada y el gobierno ha implementado una mejor regulación. Sin embargo, no podemos ni debemos esperar que la penetración crediticia crezca a tasas demasiado elevadas. Esto significa que estamos condenados a tasas de crecimiento del PIB relativamente bajas por varios años más, hasta que el mercado crediticio llegue a ocupar un lugar significativo en el país.

* El autor tiene casi 30 años de experiencia en el análisis de la economía mexicana y sus perspectivas.  Es el Presidente del Comité Nacional de Estudios Económicos del IMEF.  Ha sido conferencista invitado en más de 20 universidades y sus artículos han aparecido en más de 50 periódicos y revistas, tanto en México como en el exterior.  Su último libro se titula Para Entender al Banco de México.

 

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