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Europa, ¿repetirá la catástrofe de 2008?

Economistas opinan que, aunque rescaten a Grecia, podría derivarse una recesión económica mundial; el mercado pide reestructuraciones congruentes, pero pérdidas potenciales de bancos lo han impedido.
vie 01 julio 2011 02:29 PM
La deuda europea podría resultar en otra desaceleración del crecimiento y una posible hiperinflación global. (Foto: Photos to Go)
euro (Foto: Photos to Go)

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El Parlamento griego aprobó un severo plan de austeridad para recibir más ayuda financiera de la Unión Europea (UE) y del Fondo Monetario Internacional, incluido el último tramo del paquete de rescate otorgado el año pasado y un segundo rescate económico. Las autoridades europeas han desembolsado hasta ahora 270,000 millones de dólares (mdd) para mantener a Grecia a flote, señalando que gastarán lo que sea necesario para evitar que el insolvente país se declare en bancarrota. También los principales acreedores de Grecia, los bancos alemanes y los franceses, están discutiendo planes complejos para retrasar el vencimiento de sus créditos. 

La expectativa es que estos mensajes de apoyo consigan calmar a los mercados, eviten un colapso fiscal que puede destruir a la Unión Europea y permitan que los países más endeudados de la zona superen sus problemas crediticios mediante una refinanciación.

Por desgracia, el mercado no funciona así. Como me señaló un gestor de fondos de cobertura experto en deuda soberana: 1) no hace falta que se de un impago al vencimiento para que los rendimientos se disparen tan alto que obliguen a una reestructuración; y 2) el mercado siempre obliga a una reestructuración.

Brian Whitmer, analista de Elliott Wave, coincide. "Hay un momento de luz donde todo mundo reacciona y dice que una crisis es demasiado grande para controlarla", indica. Al principio, las autoridades dijeron que era imposible que sucediera. Ahora dicen que será controlada. Y luego de la nada sobreviene una pérdida de confianza y los políticos dicen que nadie podía predecir lo que sucedería o su gravedad. Ante el reciente rescate de Grecia, algunos economistas e inversionistas piensan que es hora de aceptar que en los próximos años seremos testigos del colapso de la deuda soberana europea, y nos hundiremos en otra recesión global.

Sólo recordemos lo que ocurrió en 2008, cuando las autoridades estadounidenses no pudieron salvar a Wall Street. Primero, la Reserva Federal inyectó cerca de 30,000 millones de dólares para impedir la quiebra de Bear Stearns y la arrojó a los 'brazos' de JPMorgan. Se suponía que la medida evitaría la "caótica corrección" de Wall Street, según anunció Ben Bernanke al Congreso esa primavera. Una vez controlada la situación de Bear, se creyó que disminuiría la presión sobre otras instituciones sobreendeudadas que podían enfrentar problemas de liquidez parecidos, si los mercados dejaban de proporcionarles dinero a corto plazo. "Espero que esto constituya un evento inusual, espero que nunca se repita", declaró Bernanke.

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Pero el contagio se había diseminado a las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, lo que obligó al entonces secretario del Tesoro, Hank Paulson, a decir que el Gobierno respaldaría a esas compañías. Paulson dijo que esa garantía gubernamental era su arma, su "bazuca", y creyó que los inversionistas se tranquilizarían. Pero los títulos y los bonos de Fannie y Freddie continuaron cayendo durante el verano, y el Gobierno de EU se vio forzado a asumir el control de las compañías y a suministrarles 200,000 millones de dólares de ayuda financiera inmediata.

Poco después, las instituciones financieras se precipitaron cuesta abajo en una rápida sucesión de eventos. Nadie quería prestarle a gente como GE Capital, Lehman Brothers, AIG o Merrill Lynch; el Gobierno también tuvo que inyectar dinero a estas firmas y, en el caso de Lehman, enfrentar las consecuencias de una bancarrota muy desordenada.

Las 'bazucas' y el riesgo de una catástrofe sistémica no importaron a quienes estaban en condiciones de mantener abiertos los flujos de liquidez. Los acreedores dejaron de otorgar préstamos casi simultáneamente cuando decidieron que los riesgos eran demasiado altos. A fin de cuentas, nadie quiere ser el último en quedarse cuando todos han huido.

Ahora volvamos al caso de Europa. El mercado sabe que Grecia, Irlanda, Italia y Portugal deben más de lo que pueden pagar. El rescate entregado a Grecia el año pasado no resolvió el problema y ahora regresa con más fuerza. Los diferenciales de deuda en Portugal e Irlanda se acercan a niveles máximos históricos y, de acuerdo con Michael Darda, jefe economista de MKM Partners, estos países necesitarán también un segundo rescate.

"El mercado está pidiéndoles que se unan y esbocen una reestructuración que tenga sentido, aunque ocasione pérdidas a los tenedores de bonos y títulos", comenta Bill Laggner, cofundador del fondo de cobertura Bearing Asset Management. "Pero el dolor sería tan extremo, principalmente para los banqueros, que ellos no quieren hacerlo y la clase política tampoco quiere obligarlos".

Las protestas en Grecia demuestran que los programas de austeridad funcionan mejor en teoría que en la vida real. Los ciudadanos no están dispuestos a sacrificar sus ingresos y su patrimonio para que ese dinero pueda canalizarse directamente a las instituciones financieras que dieron préstamos a Grecia.

Y cuando esos tenedores de bonos (ya sean los bancos europeos , los fondos del mercado monetario de EU, o los compradores de los swaps de impago de deuda alrededor del mundo) finalmente se vean obligados por el mercado a admitir que han perdido dinero en sus inversiones, ¿qué sucederá después? Si la política enturbia la toma de decisiones, si las instituciones financieras intentan ocultar pérdidas, y si nadie está seguro de cuán frágil es la situación financiera de sus contrapartes, "podría darse el pánico, el contagio, el miedo sistémico, y las cosas comenzarían a desmoronarse", opina Laggner. Esa es la fórmula para otra crisis crediticia mundial. "Asumimos el dolor u optamos por incrementar las hojas de balance del Banco Central Europeo y de la Reserva Federal", se pregunta Laggner.

Ya sea que los bancos del mundo, las compañías aseguradoras y los inversionistas reconozcan grandes pérdidas, o que los bancos centrales intenten imprimir más dinero para rellenar el hueco, el resultado será el mismo: otra desaceleración del crecimiento y la posibilidad de una hiperinflación global.

Ya Whitmer ha predicho una segunda recesión, donde la fase bajista del mercado "será más fuerte que la anterior". En su opinión, las autoridades europeas seguirán haciendo pagar a los contribuyentes por los riesgos que voluntariamente tomaron los inversionistas. Habrá más disturbios civiles. Los problemas de deuda soberana se contagiarán al corazón de la eurozona -Francia, Alemania e Inglaterra- y más tarde a Estados Unidos. Whitmer estima que la desaceleración ocurrirá entre el 2014 y el 2016.

Es difícil no sonar apocalíptico cuando se predice una crisis, pero es aún más difícil esperar que Europa no se estrelle.

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