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Europa: ¿inflación o austeridad?

Las políticas de ajuste al gasto han provocado un desplome en la demanda y más desempleo; sin embargo, el BCE tiene la opción de imprimir dinero y reducir la deuda mediante la inflación.
mié 30 mayo 2012 11:53 AM
En la inyección de liquidez a tres años, el BCE evitó una crisis inmediata en la eurozona, sin embargo, puede requerir hacerlo de nuevo. (Foto: Thinkstock)
billetes euro (Foto: Thinkstock)

Desde Estados Unidos, la crisis de deuda europea puede ser vista como una comedia negra poblada de estereotipos regionales: anglosajones con mano de hierro, mediterráneos irresponsables y arrogantes burócratas de Bruselas. Pero si se la observa más de cerca, no es divertido en absoluto. En palabras de Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra, Europa está "desgarrándose sin solución aparente."

En espera de la segunda elección griega el 17 de junio, es difícil hacer predicciones. Muchos analistas consideran una salida griega del euro como precursora de una ruptura más amplia. En Bruselas, algunos veteranos de la Unión Europea argumentan lo contrario, dicen que una vez que la familia del euro haya echado a Grecia, que siempre ha sido un niño problemático, unirá más sus vínculos y  seguirá adelante. Hasta ahora, mi creencia es que los europeos saldrán al paso, con o sin los griegos. Pero para que eso suceda, el continente debe encontrar una manera de impulsar el crecimiento.

La austeridad ha fracasado miserablement e. Fuera de Alemania, el continente está sumido en la recesión. Y al buscar un presupuesto equilibrado a golpe de recortes, muchos países han caído víctimas del círculo vicioso que los economistas keynesianos ya advertían: ​​cuando el gasto público se reduce, se desploma la demanda, las empresas despiden a más trabajadores, el desempleo se dispara, los ingresos fiscales caen y el déficit se mantiene obstinadamente alto.

Numerosos economistas de academia son partidarios de abandonar el euro (o restringir su uso a Alemania y algunos otros países centrales) ya que esto permitirá que naciones como Irlanda y Portugal, e incluso Italia y España, devalúen sus monedas a fin de impulsar sus exportaciones. Eso suena bien en teoría, pero una ruptura desordenada del euro crearía caos financiero. Habría corridas bancarias, colapsos bursátiles, más inestabilidad política y, muy posiblemente, otra recesión mundial.

Una opción menos drástica sería un estímulo fiscal a nivel europeo, con el gasto enfocado en los países periféricos. François Hollande, el nuevo presidente francés, apoya la idea, y Angela Merkel, en una entrevista con CNBC, sugirió que estaba abierta a ella. Pero incluso si se materializa un programa de estímulos, sería modesto y temporal. Para lograr que Europa realmente retome el rumbo, ese estímulo necesitaría combinarse con una condonación de las deudas diseñada para que las cargas financieras de los países periféricos disminuyan a niveles más manejables.

La deuda sigue siendo la raíz del problema. Si el segundo rescate de Grecia, que fue acordado en marzo, hubiera funcionado como estaba previsto, el país habría emergido con un ratio deuda-PIB de más del 160%, y el interés de esa deuda habría consumido uno de cada cinco dólares de los impuestos durante un tiempo indefinido. Irlanda, que ha hecho todo lo que sus deudores demandaron, se encuentra en una situación similar. No es de extrañar que los votantes estén cansados ​​de la austeridad.

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Si el público alemán no consiente la condonación de los deudores, otra solución habrá de encontrarse. La más obvia es imprimir dinero y reducir la deuda mediante la inflación. Al otorgar un billón de euros en préstamos baratos a los bancos europeos atribulados a principios de este año, el Banco Central Europeo evitó una crisis inmediata. Ahora, Mario Draghi, el presidente del BCE, tiene que activar otra vez la manguera de dinero para apagar el fuego que se producirá si Grecia sale del euro y para atajar el problema más amplio de la deuda. Draghi podría imitar a la Reserva Federal estadounidense y comprar bonos del gobierno. Podría reanudar su programa de préstamos a bancos, que es una forma indirecta de flexibilización cuantitativa. Y también podría conceder préstamos a los fondos de rescate de la Unión Europea, que los usarían para financiar ulteriores reestructuraciones de deuda. (Para que eso suceda, a los fondos de rescate tendría que dárseles una licencia para operar como bancos.)

Estas políticas, si se adoptaran, conducirían finalmente a una devaluación del euro y a un aumento de la inflación, lo que sería para bien. La historia demuestra que la inflación, y no la austeridad, es la mejor manera de lidiar con una montaña de deudas.

Este artículo pertenece a la edición de Fortune del 11 de junio de 2012.

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