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El FMI y su personalidad bipolar

A casi 70 años de su creación, el organismo tiene grandes contrastes, dice Mohamed El-Erian; sus brillantes análisis y acciones han quedado opacadas por sus deficientes respuestas en Europa.
lun 22 abril 2013 06:03 AM
La gobernanza del FMI es un reflejo de un pasado lejano y no de la economía global de hoy, dice El-Eriam. (Foto: AP)
Lagarde FMI (Foto: AP)

El FMI no es una, sino dos instituciones: un grupo de análisis muy respetado apuntalado por espléndidos tecnócratas y que produce puntos de vista de clase mundial; y un operador incoherente que frecuentemente es rehén de la presión de sus dirigentes políticos en las economías avanzadas y por lo tanto falla en cumplir sus promesas.

El contraste nunca ha sido tan fuerte como lo es hoy. Y las consecuencias nunca han sido tan concretas.

Conformado en 1944 en circunstancias globales muy distintas, el FMI ha navegado brillantemente los flujos y reflujos de la economía global. Al hacerlo, ha mantenido su reputación como la más poderosa, competente y relevante de todas las instituciones internacionales.

En el papel, el FMI sirve a la economía mundial en cuatro maneras principales: proporciona un análisis imparcial que no sólo cubre los acontecimientos nacionales, sino también, y de manera importante, sus efectos transfronterizos; es un foro para los debates y coordinación de las políticas globales; es una institución financiera de primera respuesta, que proporciona préstamos de emergencia a países bloqueados de los mercados y a menudo al borde del colapso; y respalda la implementación de políticas sensatas y el establecimiento de procesos y buenas prácticas de los países miembros.

Esto es de por sí una lista impresionante. Sin embargo, no hace justicia a todo el alcance y el impacto de un FMI con un buen funcionamiento. Verás, un FMI creíble se traduce en una institución que es capaz de aprovechar de manera significativa todo lo que hace.

Los préstamos del FMI pueden desbloquear fondos de otras fuentes. Su análisis forma parte esencial de las cumbres económicas, influyendo potencialmente en el orden del día y en su narrativa. Su asistencia técnica puede liberar el potencial infrautilizado en las economías nacionales. Y, en su papel como conductor de políticas a nivel mundial, puede ser la mejor fuente de equilibrio de poderes, en particular en la aplicación de las normas internacionales.

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En momentos de su historia, el FMI realmente ha sobresalido. Demostró ser mucho más que el líder intelectual del mundo, proveedor de financiamiento de emergencia, y consejero de confianza de los gobiernos. También desempeñó el papel de brújula institucional del mundo.

Sin embargo, el FMI de hoy se queda corto en su potencial y, por consiguiente, en lo que la economía mundial necesita para crecer y prosperar. La credibilidad de la institución es insuficiente. Su poder de convocatoria se ha debilitado. Sus recursos financieros se han rezagado ante el crecimiento y la volatilidad de los capitales privados.

El FMI también tiene un considerable déficit de representación y legitimidad. Su gobernanza es un reflejo de un pasado lejano y, desde luego, no de la economía global de hoy. Como tal, la función de coordinación de políticas de la institución es vista como asimétrica por la mayoría, y como ineficaz por la mayoría. Y el Fondo ya no desempeña el papel catalizador que es tan importante para obtener buenos resultados económicos globales.

La culpa no está en el análisis de la institución. Su trabajo, encabezado por el 'Panorama Económico Mundial', es considerado como de primera clase.

Puedo dar fe de eso como economista y como participante del mercado. Esperamos con impaciencia el análisis, los datos y los puntos de vista del Fondo, todo lo cual informa e influye en la forma en que pensamos acerca de la economía global y los mercados mundiales.

El problema con el FMI de hoy es que es fácilmente manipulable por los países occidentales en general, y por Europa en particular. Y las consecuencias perjudiciales han sido claras para todos.

Varias veces en los últimos tres años, el FMI ha presionado para participar en programas para las economías europeas en dificultades, los cuales no han sido diseñados adecuadamente, han sido mal supervisados e insuficientemente financiados.

Como era de esperarse, los resultados siempre han sido inferiores a lo prometido a los ciudadanos. Comprensiblemente, muchos han empezado a ver al FMI no como parte de la solución, sino más bien como parte del problema. Este triste fenómeno fue puesto de relieve recientemente por las debacles en Chipre.

Ante el asombro total de casi todos los que conozco, el FMI firmó un acuerdo inicial que estaba tan pobremente diseñado que inmediatamente atrajo una amplia condena internacional y nacional. Como resultado, el acuerdo fue esencialmente repudiado por todos aquellos que, apenas unas horas antes, lo habían firmado y que habían participado en un triunfal anuncio.

Posteriormente, el FMI de nuevo socavó más su credibilidad. Aprobó un programa revisado que mostró una insuficiente comprensión y análisis de la complejidad de los problemas del país, y que aún hoy no está totalmente financiado.

En ambos casos, y en otros casos similares en Europa (incluida Grecia), sospecho que el FMI sintió que no tenía más remedio que sucumbir a la presión de los políticos europeos. Pero al hacerlo, ha arriesgado más que su credibilidad y prestigio. También ha socavado su capacidad para influir en el flujo de capital privado que es tan fundamental para el crecimiento y el empleo, y cuya reversión repentina puede desestabilizar países e imponer privaciones sociales.

Para ser más eficaz, el FMI tiene que hacer mucho más para presionar a sus líderes políticos para reformar la gobernanza y las prácticas de la institución. Las actuales y modestas propuestas de ajustar los derechos de voto y representación son insuficientes y ya están estancadas. Deben ser mejoradas con reformas más significativas. Por otra parte, el proceso de selección para el líder de la institución, que de facto reserva el puesto a un europeo (y lo ha hecho desde la creación del Fondo), debe ser cambiado drásticamente para evitar que la nacionalidad sea más importante que los méritos.

Algunos piensan que dichas reformas, aunque largamente garantizadas, no tendrán ninguna posibilidad práctica de implementación. Argumentan que los europeos se resistirán a la erosión de sus derechos históricos, aunque éstos sean ahora descaradamente anticuados.

Tienen un punto. Sin embargo, la respuesta no es permitir que el inmenso talento del Fondo y su enorme potencial se erosionen aún más. En cambio, su visión habla de la importancia de un debate honesto y amplio. Y el ancla para ello debe provenir del propio FMI.

Ahora es el momento para que la administración y el personal del Fondo le diga al mundo lo que se necesita para que la institución realice un papel que es críticamente necesario y está dolorosamente ausente en la economía mundial altamente interdependiente de hoy. Con esto como plan de acción, es posible imaginar un debate global más informado y constructivo, y un progreso real. Sin ello, la economía mundial se parecerá a una orquesta sin coordinación que, a pesar de muchos puntos brillantes, producirá confusas y, a veces, dolorosas ejecuciones.

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