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Confederaciones, ¿oportunidad perdida?

La copa de futbol arranca en Brasil en medio de una caída de optimismo por el estado de la economía; los costos y retrasos en las construcciones afectan los planes para el Mundial y los Olímpicos.
sáb 15 junio 2013 02:00 PM
Muchos brasileños temen que lo que los visitantes verán no tendrá nada que ver con un país en pleno auge. (Foto: AP)
brazil (Foto: AP)

Para casi 200 millones de brasileños, la Copa Confederaciones será el primero de una serie de grandes eventos que dirán mucho acerca de su país, sus ambiciones primermundistas y la capacidad de su Gobierno de cumplir su promesa de presentar una nación transformada en medio de la disminuida confianza en la mayor economía de América Latina. La competencia entre ocho equipos que inicia este sábado servirá además de ensayo general para dos espectáculos mucho más grandes: el Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016.

Cuando ganó el derecho a organizar los eventos, Brasil estaba en una racha imbatible. Las competencias exhibirían un país que durante la primera década del siglo canalizó sus altos ingresos por exportaciones, el aumento del consumo doméstico y sus ambiciosos programas sociales hacia un crecimiento económico que sacó a más de 30 millones de personas de la pobreza.

Pero actualmente, a la hora del espectáculo, Brasil ha perdido su brillo.

El estancamiento de la economía, la elevada inflación y la escalada en los crímenes violentos que se suponía disminuirían con la prosperidad reavivan los viejos cuestionamientos sobre cuánto ha avanzado realmente Brasil en el difícil camino de nación emergente a desarrollada.

En vísperas del inicio de la Copa Confederaciones, en seis de las 12 ciudades que serán las anfitrionas del Mundial, muchos brasileños temen que lo que los visitantes verán no tendrá nada que ver con un país en pleno auge.

El Gobierno afirma que los amantes del deporte pueden estar tranquilos. Después de todo, los pesimistas predicen desastres antes de cualquier gran evento deportivo, sea que se realice en Brasil o en los países más ricos del mundo. Objetan todo: desde las mascotas olímpicas hasta el diseño de la pelota del Mundial.

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Y aún así el espectáculo, invariablemente, sigue adelante.

"No tenemos ningún miedo de no estar listos", dijo esta semana Aldo Rebelo, el ministro de Deportes de Brasil, sobre la culminación de las obras de los estadios para el Mundial antes del plazo límite de diciembre y la ampliación de los colapsados aeropuertos para recibir a los visitantes.

Oportunidad perdida

Pero algunos críticos están indignados por los excesos en los costos, los retrasos en las construcciones, la aparente falta de transparencia y la rápida escalada en los precios de las entradas para los partidos y las actividades del turismo vinculado a los eventos.

Las obras en el Maracaná, el estadio en Río de Janeiro que por medio siglo fue uno de los templos del futbol global, se demoraron tanto que los partidos de la Copa Confederaciones se jugarán con los exteriores, y gran parte del área circundante, aún en construcción.

Y también está la cuestionable utilidad de construir nuevos estadios en ciudades remotas, incluyendo al centro agrícola de Cuiaba y la capital del estado de Amazonas, de Manaos, que no tienen equipos de futbol de primera división ni forman parte del circuito de conciertos y parecen condenados a terminar siendo elefantes blancos.

En un reporte reciente, el Tribunal Federal de Cuentas, el ente encargado de fiscalizar el gasto público, calculó que los costos del Mundial ya han excedido el presupuesto inicial de 24,000 millones de reales (11,200 millones de dólares) en al menos 15%.

Los organizadores de las Olimpiadas, que se realizarán en Río de Janeiro y en zonas aledañas, ni siquiera han revelado un presupuesto oficial, aunque reconocieron que costará mucho más que los 29,000 millones de reales calculados cuando la ciudad se candidateó para la organización de los juegos.

Lo que irrita a muchas personas es que pese a sus ambiciones iniciales, Brasil terminó renunciado a muchos de los grandiosos diseños que había propuesto para los eventos: desde un tren bala entre São Paulo y Río de Janeiro hasta sistemas de tránsito rápido en ciudades más pequeñas.

Romario, ex goleador estrella que ganó el Mundial 1994 con Brasil y que ahora es diputado en el Congreso, ha condenado el despilfarro de tiempo y recursos.

"Los brasileños se decepcionarán de haber perdido otra buena oportunidad de hacer de este un mejor país para vivir", dijo recientemente.

Confianza socavada

La evaluación en medio de una ola de malas noticias ha marchitado la confianza que Brasil tenía hace apenas unos años.

Después de crecer 7.5% en 2010, la economía de Brasil se expandió apenas 0.9% el año pasado.

Y el empeoramiento de los pronósticos para 2013, sumado a una inflación en ascenso y al deterioro de las finanzas públicas, llevó la semana pasada a la agencia Standard & Poor's a advertir que podría rebajar la calificación de la deuda.

Esas preocupaciones erosionaron la alta popularidad de la presidenta Dilma Rousseff. Y una serie de violaciones de alto perfil y asaltos en Río de Janeiro y Sao Paulo, donde los crímenes violentos se dispararon más de 10% en los últimos tres años, hacen que la gente se pregunte si la seguridad también está deteriorándose.

Aún así, Brasil pondrá su mejor cara para recibir a los visitantes. El Gobierno lanzó recientemente una campaña de publicidad que pide a los brasileños exhibir su diversidad, creatividad y hospitalidad y "mostrar lo que significa ser brasileño".

Globo, la principal cadena de televisión, ha exhibido una serie de reportajes ilustrando los problemas que los extranjeros enfrentan al llegar a Brasil: desde señales confusas en los aeropuertos hasta encontrar brasileños que hablen otros idiomas y el acoso de los agresivos vendedores ambulantes que colman las principales atracciones turísticas.

Y mientas despliega la alfombra de las bienvenida, algunos temen que Brasil esté también cerrando la puerta de un portazo.

La alta demanda de cuartos de hotel y pasajes aéreos implica que muchos brasileños no podrán viajar durante los eventos. Y la necesidad de recuperar las costosas inversiones en los estadios encarecerá los precios de las entradas, que estarán fuera del alcance del bolsillo de muchos aficionados brasileños.

Tras la reinauguración del Maracaná a comienzos de este mes, muchos frecuentadores del estadio notaron que el público era más homogéneo, blanco y aburrido en comparación con la animada "torcida" del pasado.

Tostão, un legendario delantero y hoy columnista del diario Folha de S. Paulo, lamentó después del partido "la elitización del futbol en todo Brasil".

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