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EU, frío con delincuentes bancarios

Los procesos a JPMorgan y Goldman no llegaron a los principales culpables, dice Eleanor Bloxham; las sentencias a empleados de bajo perfil ha minado la confianza en las autoridades reguladoras.
jue 22 agosto 2013 05:15 PM
El CEO de JPMorgan, Jamie Dimon, libró las acusaciones en la investigación sobre la Ballena de Londres. (Foto: Getty Images)
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Trabajas duro, haces lo que te encomiendan, sigues órdenes. Si los directivos parecen equivocarse, intentas buscar cómo se puede conciliar tu primera impresión con aquello que quieren tus jefes. Manifiestas tu escepticismo, pero al final haces lo que te dicen. Después de todo, necesitas el salario, ¿cierto?

Ten cuidado. En estos días, comportarse de esa manera podría traerte problemas judiciales, especialmente cuando tu jefe está dispuesto a cargarte el muerto y testificar en tu contra.

Piensa, por ejemplo, en JP Morgan y la ballena de Londres . El CEO Jamie Dimon no es quien recibe los golpes de los fiscales, quienes están en el banquillo son los exempleados Javier Martin-Artajo y Julien Grout. Y en Goldman no fueron el CEO Lloyd Blankfein o el presidente Gary Cohn los enjuiciados, sino el exoperador Fabrice Tourre .

Los funcionarios del Gobierno están orquestando un revés en la suerte de los empleados. En la época anterior, los fiscales iban primero tras los peces chicos para atrapar al pez grande. Pero en estos días, los fiscales se pavonean delante de las cámaras culpando a los peces gordos mientras que en la práctica presentan sus casos contra los soldados rasos, el personal de a pie.

Los fallos del liderazgo nos afectan por partida doble. Primero sufrimos las consecuencias de los ejecutivos bancarios dispuestos a reventar nuestra economía... Y luego recibimos el golpe bajo de los reguladores que no los llevan ante la justicia. ¿Y qué se consigue? Estos ejecutivos y los responsables de aplicar la ley han logrado, de forma muy pulcra, destrozar la ya deteriorada confianza de muchas personas en la autoridad.

El Fiscal General estadounidense Eric Holder es famoso por haber dicho que los grandes bancos son demasiado grandes para ir a la cárcel, pero ahora nos está dejando claro que los individuos sí caben entre los barrotes. ¡Vaya! Ojalá hubiéramos sabido eso antes. Ya han pasado cinco años desde la crisis sin que se haya enjuiciado a ningún ejecutivo de alto rango. Tal vez sus declaraciones son una advertencia: quizás caigan más peces chicos.

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¿Qué viene después?

Estados Unidos ha abierto una investigación por el delito de cohecho contra JP Morgan por la supuesta contratación de hijos de funcionarios chinos. ¿A quién esperamos ver en el banquillo?, ¿al auxiliar administrativo responsable de los trámites de las nuevas contrataciones? Y en la más reciente indagación al banco por manipular los precios energéticos, ¿encontrará el fiscal Preet Bharara a un humilde trader a quien acusar?

Tal vez los fiscales extiendan este enfoque de nuevo cuño (ir por los peces chicos) más allá del sector bancario. Con toda seguridad a la cúpula de Enron, el CEO Jeff Skilling y el director financiero Andy Fastow le hubiera encantado que estas hubieran sido las prácticas habituales cuando Enron se hundió.

Tal vez la delincuencia organizada reciba pronto el mismo trato; veríamos a los fiscales informándonos con orgullo que consiguieron que un capo de la droga -no encarcelado, libre como el viento- aportara pruebas que incriminan a un par de narcomenudistas que ahora están acusados de vender droga.

Cualquier efecto que tenga este cambio de enfoque puede tener un lado positivo: si los fiscales persiguen enérgicamente a los Javieres, Julianes y Fabrices, los empleados con aversión al riesgo se lo pensarían dos veces antes de aceptar trabajar para organizaciones dirigidas por personas que no comparten su brújula moral. Hemos visto, de hecho, a empleados menos dispuestos a trabajar para grandes empresas que tienen misiones contrarias a las suyas, que maltratan a sus accionistas o dañan el medio ambiente.

Seamos realistas. Si la sociedad quiere que los Javieres, Julianes y Fabrices del mundo antepongan los principios morales, las personas necesitan tener opciones de empleo bona fide. Una economía con escasas opciones para los trabajadores produce una oferta laboral de perder-perder para la mayoría y de ganar-ganar para unos cuantos.

Hay, por supuesto, varias formas de romper esa inercia. Una de ellas es dotar a los graduados universitarios con los medios para crear su propia empresa o trabajar por cuenta propia con las aptitudes y destrezas básicas para el mercado.

Otra opción es asegurar que nuestro país destine suficientes recursos para crear puestos de trabajo en organizaciones que benefician a la sociedad, y ser más inteligentes a la hora de evitar el recrudecimiento de las dificultades económicas, porque ante esa situación de desesperación es difícil que la gente normal rechace empleos que no concuerdan con sus valores.

Los procesos judiciales recientes son solo los últimos ejemplos de los mayores riesgos que experimentan las personas que cobran salarios más modestos. Estamos parados de cabeza y la sangre no nos deja pensar con claridad. Es hora de ponerse de nuevo en pie.

*Eleanor Bloxham es CEO de The Value Alliance and Corporate Governance Alliance , una firma de consultoría gerencial.

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