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Auténtica comida 'de altura'

Tres empresarios belgas elevan 50 metros a sus comensales para degustar una cena gourmet; la invitación es para 13 personas, 'colgarse' cuesta 22,000 dólares, sin opción a pararse al ba
lun 21 abril 2008 06:00 AM
Si las emociones fuertes no afectan tu digestión, prepárate

Al momento en que el encargado preguntó si todos estaban listos, Lucy McDonald quedó paralizada. Su corazón latía a toda velocidad y no entendía cómo había aceptado la invitación.

Apenas fue capaz de emitir un tímido gemido cuando la gruesa cadena de la grúa comenzó a elevar la mesa sobre la que ella, y 14 personas más, compartieron la comida ‘más locuaz de su vida’.

“En lugar de estar sentados en torno a una mesa normal”, relata McDonald, “estábamos en la frontera de Bélgica y Holanda, suspendidos en el aire, a 50 metros de altura con  sillas, comedor, vajilla y un habilidoso camarero que nos sirvió una copa de vino mientras nos balanceábamos con la brisa”.

Ya en tierra firme, McDonald, periodista del diario británico Daily Mail, está convencida de haber vivido “una nueva experiencia para millonarios y comensales aventureros, ávidos de algo más extremo a la hora de la comida”, bromea.

Detrás del concepto están los belgas David Ghysels, Stephan Kerkhofs y Pierre Chaudoir, a cuya compañía no pudieron bautizar mejor: Dinner in the Sky (Comida en el cielo).

“Es un concepto muy creativo, un poco surrealista”, dice Ghysels, quien a veces entretiene a los comensales, mientras el cocinero y el camarero trabajan al centro del comedor alemán de metal y cinco toneladas de peso.

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La oferta incluye música en vivo con piano, si se desea, sobre otra plataforma suspendida al mismo nivel.

No es sorpresa entonces que Dinner in the Sky sea uno de los 10 restaurantes ‘más extraños del mundo’, de acuerdo con el portal de la revista Forbes, a lado del Dans Le Noir en Londres, París y Moscú (donde los clientes comen sus alimentos en completa oscuridad); el Ninja, en Nueva York (en el que los meseros hacen trucos de magia mientras sirven sushi), o el Moto, en Chicago (con guisos cocinados con rayo láser).

Rentar los 22 lugares del restaurante flotante cuesta 13,000 dólares por ocho horas, e incluye el pago de personal y equipo de seguridad de la firma Benji-Fun, especializada en ‘atracciones extremas, espectaculares y excitantes’.

El menú es el indicado para la ocasión. De bienvenida, a cada cliente se le sirve una copa de champaña; como entrada, una ensalada de jamón tipo Parma seguido de camarones salteados, todo acompañado de vino blanco de primera. La empresa ha sido contratada en Bruselas, Lisboa, Londres, París y Johannesburgo. De no haber sido porque tuvo problemas con las pólizas de seguro en Estados Unidos, hubiera podido hacer realidad el sueño de más de uno suspendido sobre las cataratas del Niágara y el Gran Cañón.

La marca de agua embotellada San Pellegrino, la champaña Moët et Chandon y el hotel de primera clase Dolce de Bruselas han encontrado aquí un escenario para promoverse.

En 2007, algunos suertudos gozaron de una vista envidiable del circuito de Fórmula Uno de Francorchamps, en Bélgica, gracias a una promoción de la radio local RTL.

Pero hay un inconveniente: en las alturas, y sujetado a la silla con un montón de armazones de seguridad, preguntar dónde está el baño es un mal chiste.

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