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Reseña: 'Iron Man 3', éxito de taquilla irónico y 'dulcemente calibrado'

La arrogancia de Tony Stark a pesar de la adversidad y los duelos de actuación, son parte de la oferta de la tercera cinta de la saga
sáb 04 mayo 2013 11:00 AM
iron man
iron man disney cortesía iron man

Tony Stark pudo haber empezado como una copia de Batman —al igual que Bruce Wayne, es un empresario casanova, un industrial multimillonario que heredó la buena vida antes de canalizar su ira a través de la seguridad nacional—, pero no hay duda de que en las cintas, Robert Downey Jr. ha hecho notar la diferencia entre Tony y el Batman sombrío y angustiado de Christian Bale.

Ostentoso y frívolo, es un exhibicionista que disfruta de llamar la atención del público y es un caballero ligero con la piel gruesa. Tradicionalmente, los protagonistas reciben castigo por su arrogancia y la primera cinta de Iron Man siguió ese camino.

Sin embargo, Downey disfruta demasiado de la arrogancia de Stark como para darle una lección de humildad. Siempre se ha opuesto a la idea de personificar a alguien arrepentido. Stark puede haber desarrollado una consciencia luego de su encuentro con el Talibán en la primera película y hasta se volvió monógamo por Pepper (Gwyneth Paltrow), pero en el fondo sigue siendo un hedonista cínico y chiflado.

Entonces, ¿qué debemos deducir acerca de los ataques de ansiedad que inutilizan al señor Stark en la cinta Iron Man 3, de Shane Black?

Aparentemente está aterrorizado luego de sus alucinantes experiencias del año pasado en Los Vengadores (aunque a nadie más parece preocuparle que los dioses nórdicos estén libres en el cosmos y que cuando las cosas se ponen difíciles no toma el teléfono para pedir ayuda a sus nuevos amigos, que no es el único hueco de la trama).

Black, quien escribió el guión de Arma Mortal hace tiempo y que recientemente ayudó a restaurar la carrera de Downey con Kiss Kiss Bang Bang, puede haber esperado que un indicio de duda rompiera la armadura emocional de Iron Man y restaurara el rostro humano detrás de la máscara, pero Downey no da señas de estar interesado en la introspección.

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Black arrebata sistemáticamente a Tony todo lo que tiene —sus dispositivos, sus juguetes y su traje más fuerte—, pero el actor no le da importancia.

Esta vez hay mucho cableado defectuoso, tecnología que parece estar tan llena de defectos como su inventor, pero si la mayoría de sus problemas son producto de sí mismo, Tony permanece impasible, listo para hacer una broma y esbozar una sonrisa sarcástica. Downey bien podría estar protagonizando a “Iron-ía Man”.

La arrogancia y el narcisismo de Stark regresan a atormentarlo en la forma del despechado empresario Aldrich Killian (Guy Pearce) y del imponente creador del terror que se hace llamar El Mandarín (Ben Kingsley), que es una mezcla entre Osama bin Laden y Fu Manchú.

Sin embargo, con el estilo vocal estruendoso y estremecedor de un evangelista bautista del sur, El Mandarín saca lo mejor de Ben Kingsley, quien no había tenido un papel tan jugoso como este en muchos años.

El Mandarín es un némesis digno, un hombre de espectáculo extravagante como Tony que puede penetrar a voluntad en las transmisiones televisivas y que se adjudica una serie de atentados a lo largo de Estados Unidos. Cuando Happy Hogan (Jon Favreau) queda atrapado en una de las explosiones, Tony lo toma como una afrenta personal y en un arranque atrae los ataques sobre sí mismo.

La forma de contar la historia tiene cierta cualidad informal: la historia escribe sus propias leyes de la física cuando es conveniente, lo que estrictamente debería ser un problema mayor de lo que realmente es. Sin embargo, Black y el otro guionista, Drew Pearce, saben cómo escribir diálogos inteligentes. Aunque no signifiquen nada, sus escenas tienen mucha vida.

Además, tienen un as bajo la manga, un comodín que le da un giro vertiginoso al tercer acto, justo en el momento en el que las dos películas anteriores empezaron a perder impulso.

Si decimos más arruinaríamos la diversión. Iron Man 3 tiene bastante qué ofrecer al respecto. Es un éxito de taquilla confiadamente irónico, dulcemente calibrado para el atractivo caballeresco de Downey y para las excéntricas exclamaciones de Kingsley, una batalla campal entre los egos desenfrenados en la que la actuación dice más que las palabras.

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