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Las tardes de helado de vainilla y capuchino de 'Gabo' en el DF

Una heladería y una librería eran dos de los lugares a los que el nobel solía acudir y donde se encontró con muchos de sus fans
sáb 19 abril 2014 07:45 AM

Gabriel García Márquez disfrutaba de ir a una plaza cercana a su casa, en el sur de la Ciudad de México, a tomar un helado de vainilla, casi siempre gratis, o por un capuchino en una librería.

Siempre llegaba a Perisur, una plaza a unos 10 minutos de su casa en Jardines del Pedregal, acompañado de su asistente Genovevo Quiroz, el compañero con quien compartía comidas y postres y el brazo del que se ayudaba para caminar por el lugar, cuentan a CNNMéxico empleados de la plaza.

Era frecuente ver a García Márquez tomando capuchino o comiendo en El Péndulo, al que acudía a veces hasta dos veces por mes desde hacía algunos años.

Llegaba después del mediodía, comía o tomaba café y se iba, cuenta uno de los empleados de la librería.

José, un joven que un día coincidió en el lugar con el nobel cuenta que poca gente se percataba de su presencia. “No se dieron cuenta quien era hasta que vieron que nos tomábamos fotos y nos firmaba libros”.

En esa ocasión, José y sus amigos pidieron a García Márquez sentarse con ellos y le invitaron un café, aunque al final Gabo, terminó invitándoselos a ellos.

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A pesar de ser uno de los autores más leídos y traducidos en el mundo, y cuya obra Cien años de soledad ha sido comparada con el Quijote, Gabo pasaba desapercibido entre los comensales. Pocos se daban cuenta de su presencia, quienes lo notaban murmuraban en voz baja que el autor de El amor en los tiempos del cólera estaba entre ellos. Algunos se acercaban para pedirle una foto, un autógrafo y saludarlo.

Pero era afuera donde se “conglomeraba la gente. Esperaban afuera a que terminara su café para obtener su rúbrica en alguna de sus obras.

Aunque no fuera a El Péndulo por su acostumbrado capuchino, los empleados del lugar sabían que Gabo estaba en la plaza “porque todo el mundo empezaba a venir a comprar sus libros”.

“Luego lo correteaban por medio Perisur para que se los firmara”, cuenta la cajera de la librería.

Aunque dice no ser fan del colombiano considera que sus obras  no le desagradan y se siente afortunada porque a solo unos días de haber entrado a trabajar a la librería el Gabo quiso robarse sus ojos.

“Cuando yo recién entré, vino (García Márquez). Cuando ya iba de salida se para aquí, (en la caja) voltea y se me queda viendo y me dice ‘un día voy a venir y me voy a robar esos ojos y me los voy a llevar a mi casa".

“Ayer cuando me enteré de su muerte pensé, ‘ya no se van a robar mis ojos’”, cuenta la cajera.

Un helado gratis

El escritor es recordado como un hombre de andar lento, un poco sordo, amable con todos los que se acercaran a pedirle un autógrafo o una foto y usando su acostumbrado saco a cuadros, dicen los empleados de la heladería Häagen-Dazs, de la que García Márquez era un asiduo cliente.

Siempre se sentaba junto con Genovevo en la penúltima mesa de la hilera. Entonces ordenaban un helado de vainilla para el nobel  y de frambuesa para su asistente, cuenta Francisco, uno de los empleados.

Gabo parecía no escuchar bien y era su asistente el que le hablaba al oído mientras disfrutaban de sus helados que casi siempre le pagaban otros comensales del lugar.

“Mucha gente se lo pagaba, era impresionante ver cómo la gente se emocionaba, era como una forma de agradecer (por sus obras)”, cuenta el joven.

Laureado con el Nobel de Literatura en 1982, el creador de Macondo era un hombre sencillo y amable que nunca negaba una foto.

Recuerda que una señora colombiana que iba pasando por la heladería – ubicada en el primer piso de la plaza – lo vio y se acercó a saludarlo, “se emocionó hasta casi llorar y le dijo que le daba mucho gusto verlo acá”.

Francisco, como otros de sus compañeros, puede presumir una foto y su edición de Cien años de soledad firmada por el colombiano que le regaló a su esposa, otra fan del escritor, con quien le quedó un encuentro pendiente.

“Cuando me firmó el libro me dijo, ‘dónde vives’, aquí en CU, le dije, y me dice ‘deberías hablarle a tu esposa y yo creo que si llega y ya te esperamos para que venga a conocerme’, eso fue la antepenúltima vez, pero ya no pudimos”, recuerda Francisco. 

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