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Las 30 promesas

Le hace justicia a los cafetaleros tzeltales de Chiapas

Alberto Irezabal hizo que la cooperativa Yomol A’tel comercializara por su cuenta y a precio justo; evitó el coyotaje y la imposición de precios desde Wall Street en favor de una economía solidaria.
mar 21 abril 2015 06:00 AM
El director de Estrategia Institucional de Yomol A’Tel tiene 30 años. (Foto: Ana Blumenkron / Expansión)
alberto irezabal 30 promesas 2015 (Foto: Ana Blumenkron / Expansión)

“Juntos trabajamos, juntos caminamos, juntos soñamos”, ése el significado de Yomol A’tel, cooperativa que agrupa a 300 familias tzeltales de Chiapas productoras de café y miel orgánicos, a la que Alberto Irezabal ayudó con un modelo de negocio que prescinde de los intermediarios. Como resultado, la cooperativa generó recursos por 36 millones de pesos en 2014.

Alberto, egresado de Ingeniería Industrial de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y director de Estrategia Institucional de Yomol A’Tel, es una de las 30 Promesas Expansión 2015.

El ritual de las reuniones estratégicas

Las reuniones para decidir estrategias son singulares. Unas 300 familias llegan a la sede de Yomol A’tel. Hombres, mujeres y niños se preparan para un día entero de ayuno de alimento y sueño.

Cada cuatro horas encienden una vela, que inicia la discusión de un nuevo acuerdo. Cuando llega la madrugada del siguiente, el cansancio y el hambre hacen que todos se unan en “un solo corazón” y los acuerdos se afianzan, publica la revista en su edición del 27 de marzo con los 30 talentos que prometen transformar a México.

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Alberto, de 30 años y que vive entre Chiapas y la Ciudad de México, jamás pensó que así serían sus juntas de trabajo, cuando desde la Universidad Iberoamericana, miraba los corporativos. Él se imaginaba en una de sus oficinas.

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Precio justo y fuera de Wall Street

Desde Chilón, Chiapas, el vigésimo quinto municipio más pobre de México, Irezabal abre nuevos caminos para la cooperativa en el mercado del café, que produce 1,600 millones de dólares y representa 7% del PIB agrícola.

Va por buen camino. Pasó de percibir 600,000 pesos en 2009 (75% de fundaciones) a generar recursos propios por 36 millones de pesos en 2014. Pasó de agrupar a 10 productores en tres comunidades a cerca de 300 en 65 pueblos.

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Los primeros retos de Irezabal fueron lidiar con los intermediarios o coyotaje que fija el precio de compra del café y la imposición del precio en la Bolsa de Nueva York.

“Era injusto que los productores sufrieran un precio fijado en un lugar que nada tenía que ver con ellos”, dice.

La solución para ambos problemas fue apostarle a la calidad y no a los kilos de café producidos.

Los cooperativistas fundaron la Escuela del Café, que tiene la planta de tostado y molienda con la que iniciaron la comercialización. Además el producto se empaquetó para venderse en bolsa.

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Los japoneses sí quieren pagar

El siguiente paso fue buscar un mercado dispuesto a pagar el precio. “Fue el gran aporte de Irezabal”,  dice el padre Óscar Rodríguez, del Centro de Desarrollo Indígena. “Trajo a los japoneses”.

En 2009, la multinacional Grupo Zensho, con más de 4,000 restaurantes en el mundo, quiso que la cooperativa fuera uno de sus proveedores. En 2011, Yomol A’tel exportó los primeros 200 kilos. Hoy envían 10,000 kilos mensuales.

Yomol A’tel tiene además su propia cafetería: Capeltic (“Nuestro café”, en lengua tzeltal), con sucursales en el ITESO, Ibero Ciudad de México e Ibero Puebla. Allí, también se ofrecen miel y jabones orgánicos.

La economía solidaria es la base de estos proyectos, cuyo fin no es la maximización de las utilidades como sucede en las grandes compañías, sino en la maximización del beneficio social como detonador del desarrollo sustentable de la región indígena, explica Capeltic en su página web.

La preferencia por el café en el mundo va al alza y México no es la excepción. El consumo per cápita pasó de 1.16 kilos, en 2005, a 1.85 kilos, actualmente.

León Reffreger, fundador de las cafeterías de Jalisco La Borra del Café, dice que no basta con llegar a estas comunidades y organizar a los productores, “sino abrir el canal comercial”.

Entre producir café molido con calidad de exportación, vender a una multinacional y crear un fondo de ahorro preventivo, Irezabal se queda con un logro: conseguir que el mercado se ajustara al ritmo de las comunidades productoras indígenas, y no al revés.

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