Dicen que la familia de conquistadores Pizarro cargaba con una maldición, la de los incas. Después de que se llevaran las riquezas del imperio su suerte se enredó. Juan murió en una batalla en Cuzco, Gonzalo se rebeló contra el rey y fue ejecutado, Hernando estuvo encarcelado durante 20 años a su regreso a España... La maldición se puede leer en la casa museo Francisco Pizarro de Trujillo. Este último, conquistador de Perú, murió de una estocada en el cuello mientras dormía. Los autores fueron sus propios compañeros que querían arrebatarle el poder. Su estatua cubierta de pátina (regalo del escultor estadounidense Carlos Rumsey) flota sobre la plaza medieval y renacentista de la localidad, una de las más impresionantes de España. Trujillo podría ser la capital de los conquistadores, más de 500 aventureros salieron de allí, entre ellos, los hermanos Pizarro (primos de Hernán Cortés) y Francisco de Orellana (descubridor de Ecuador). Ese espíritu contagió al propio Cervantes, que vivió allí varios meses en el palacio construido por De Orellana con las ganancias del Nuevo Mundo. Cervantes volvía de su largo cautiverio en Argel a darle gracias a la Virgen de Guadalupe. Los días en Trujillo le alcanzaron para escribir obras como Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Ya había escrito El Quijote, pero aquellas historias de conquistadores le fascinaban. Francisco Pizarro, un hombre iletrado, cuidador de cerdos, con una infancia dura y gris, había amasado una fortuna tan grande como el encuentro con el imperio inca.
La anatomía pétrea y angulosa de Trujillo transmite fuerza como si fuese una ciudad armadura, aunque los cactus crecen como hongos en sus vértices. En lo más alto se alza una fortaleza árabe desde donde se repelió a las huestes cristianas durante siglos. Ahora, a través de una ventana, se puede ver en toda la ciudad la Virgen de la Victoria, una figura miniatura que gira sobre sí misma cuando se le introduce una moneda de un euro. También se conservan trozos de la muralla y sus puertas, el convento de Santa Clara, hoy Parador Nacional, que durante siglos fue codiciado por reyes y nobles por sus lujosas y enormes estancias. Y entre todo ello, algunas cabezas esculpidas con rasgos asiáticos y pómulos pronunciados que recuerdan el vínculo con el Nuevo Mundo.
Esas cabezas se multiplican en la fachada del Palacio de la Conquista que los hermanos Pizarro le encargaron al sobrino del famoso arquitecto Churriguera. Las cabezas lloran, se lamentan, están unidas con una cadena gruesa de piedra. Debajo de ellas los bustos de los hermanos Francisco y Hernando comparten lugar con sus esposas incas: Francisca e Inés Huylas Yupanqui, pertenecientes a la nobleza peruana. Lamentablemente, no se puede acceder al edificio, ya que es propiedad privada. "Los herederos de la familia Pizarro llevan años discutiendo el destino del palacio. Sé que adentro hay pinturas y esculturas de animales e indígenas, de todo lo que se encontraron en América", susurra una monja de clausura del convento de San Carlos, en la esquina opuesta del palacio. La maldición de los Incas rebota en su enorme portal.