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‘México necesita rebeldía e imaginación’

El país no se beneficiará de ser obediente, advierte Roberto Mangabeira Unger, ex profesor de Obama; el ministro de Brasil y académico de Harvard recomienda impulsar a las clases medias emprendedoras.
lun 01 junio 2009 06:00 AM
Ya sea como maestro de Obama en Harvard o como ministro en Brasil, Roberto Mangabeira ha llegado a las altas esferas del poder. (Foto: Roosewelt Pinheiro / ABR)
Roberto Mangabeira (Foto: Roosewelt Pinheiro / ABR)

En 1999, cinco años después de dejar la presidencia, Carlos Salinas de Gortari publicó un artículo académico titulado El giro hacia el mercado, sin neoliberalismo, donde proponía “alternativas progresistas” para dejar atrás las crisis financieras que habían sufrido poco antes Asia, Rusia y Brasil.

En el artículo, Salinas atacaba las privatizaciones (uno de los sellos durante su gestión al frente del Ejecutivo) y buena parte de las reformas de mercado introducidas en su sexenio. ¿Cómo era posible?, se preguntaban sus críticos y también sus aliados.

El secreto, probablemente, estaba en el nombre del profesor brasileño de la Universidad de Harvard que cofirmaba el artículo con Salinas: Roberto Mangabeira Unger, un filósofo social de izquierda conocido en los círculos académicos por su concepto de ‘democracia radical’.

Mangabeira, legendario en el mundo de las universidades –en Harvard fue mentor de Barack Obama, quien lo calificó como “el mejor profesor que he tenido”– pero poco conocido fuera de ellas, ya llevaba años buscando una manera imaginativa e innovadora de superar la dicotomía que han sufrido desde siempre los países de América Latina: por un lado, la obediencia y la sumisión a la ortodoxia económica; por el otro, el populismo nacionalista.

El intelectual brasileño dice que América Latina ha estado presa de estas dos narrativas durante medio siglo y que es hora de encontrar un camino propio, no necesariamente intermedio. Su entusiasmo actual está puesto en las nuevas clases medias de Brasil y México, las cuales, dice, “han capturado la imaginación de ambos países”.

Ahora, Mangabeira es bastante más conocido que hace 10 años. Es el ministro de Asuntos Estratégicos de Brasil, un cargo creado especialmente para él por el presidente Lula da Silva, desde el que se dedica a pensar el rumbo que debe tomar su país para fortalecer su crecimiento como economía y como democracia.

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Desde la tribuna que le da su nuevo puesto (en Brasil a veces lo llaman el Ministro del Futuro), Mangabeira, de 61 años, ha sido un fuerte crítico del desempeño de los países ricos antes y después de la explosión de la crisis financiera.

Este hombre pequeño pero de ideas apasionadas, que recita sus palabras como si estuviera frente a un estadio, viajó hace unas semanas a Nueva York para dar una conferencia sobre la relación entre Estados Unidos y Brasil. “No hay dos países más parecidos en el mundo”, dijo. Allí conversó con Expansión:

¿Recuerda el artículo que escribió con Salinas? Entonces creía que había espacio para una alternativa progresista al Consenso de Washington. ¿Sigue creyendo lo mismo?
Toda mi vida he estado buscando alternativas, tratando de entender cuál es el mejor camino para América Latina. La zona lleva 50 años sin un proyecto económico y democrático, desde la época de la sustitución de importaciones. Desde entonces, ha sido la región más obediente del guión que le han escrito los países ricos.

Y ésa es una razón importante para explicar el declive relativo de su importancia en el mundo. El Consenso de Washington (conjunto de medidas promercado recomendadas por EU y aplicadas por casi todos los países de América Latina entre finales de los 80 y fines de los 90) es un ejemplo notable de esta obediencia, pero había comenzado antes.

¿Hay un problema de instituciones entonces? Usted pone mucho énfasis en la importancia de tener buenas instituciones.
El problema más importante de América Latina en estas décadas es que nuestras instituciones han fracasado a la hora de darles oportunidades a decenas de millones de personas que han intentando llevar adelante emprendedurismos. En nuestros países hay una tremenda energía emprendedora que no encuentra instrumentos adecuados.

¿De dónde viene esta energía?
De la nueva clase media, sobre todo en Brasil y en México, la clase media mestiza que lucha por abrir pequeñas empresas. Tienen todo en contra, pero, aun así, esta nueva clase social ya ha capturado la imaginación popular de sus países.

¿Qué se puede hacer para ayudar a esta clase?
Lo principal es la educación. Pero no se puede hacer sin una nueva estructura institucional de nuestros mercados y nuestra democracia.

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¿Tiene algo más detallado sobre cómo podría ser esta nueva estructura?
Es un proyecto dividido en cuatro partes. La primera consiste en democratizar la economía de mercado. Organizar a estas nuevas fuerzas que le mencionaba para que puedan cooperar y competir al mismo tiempo.

Creando una nueva forma de coordinación estratégica, descentralizada, participativa, que ayude a fomentar la innovación.

La segunda deberá educar al pueblo. Y para eso se necesita reconciliar en nuestros países la gestión local de las escuelas con los estándares de calidad nacionales. Para llegar a ello hay que renovar las estructuras federales y la relación que actualmente existe entre los distintos niveles de gobierno.

Además, hay que cambiar el contenido de la educación, que sea más analítico y menos superficial, que enseñe, a los estudiantes secundarios, conceptos técnicos que les permitan conocer cómo funcionan las cosas.

El tercer aspecto es innovar en nuestra forma de democracia. Adaptar nuestras instituciones para que fomenten y permitan democracias de alta energía, con mayor participación de los ciudadanos.

Algunas formas de hacer esto son expandir el financiamiento público de las campañas, extender la propiedad de los medios de comunicación a organizaciones sociales y reformar el presidencialismo para que el Poder Ejecutivo o el Legislativo puedan llamar a elecciones en momentos de estancamiento o bloqueo.

Eso permitiría acelerar el proceso democrático. También hay que consolidar y mejorar el federalismo. Debemos aspirar a un modelo que debilite nuestra dependencia a las crisis como impulsoras de los cambios.

¿Y la cuarta?
Es adoptar instituciones que nos permitan interactuar con el mundo en nuestros propios términos. Un requisito fundamental es forzar el aumento del ahorro interno. Nadie se hace rico con el dinero de otra gente.

El Consenso de Washington lo que finalmente hacía era atar las manos de los gobiernos que querían adoptar programas un poco más rebeldes. Hay que terminar con esto. Y la crisis actual no es una amenaza, sino todo lo contrario, es una oportunidad para acelerar el cambio.

Cuando dice “rebeldes”, ¿se refiere a gobiernos como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador o Argentina?
No. La tragedia de América Latina es que ha oscilado entre la seudoortodoxia económica y el populismo. El populismo es un disfraz para tapar la ausencia de alternativas. Es un premio de consuelo para la falta de alternativas. Muchos países de América Latina en los 80 y los 90 obedecieron a los ortodoxos y fue un desastre.

Otros han querido rebelarse frente a esto pero no han sabido cómo. Esta confusión ha tomado la forma de populismo, que tiene que ser remplazado por un proyecto de verdad. Un proyecto que organice a las mayorías dispersas y que deje de premiar a las minorías organizadas.

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¿Por qué es tan duro con la respuesta del mundo ante la crisis financiera?
Porque su respuesta ha sido superficial, compuesta por rescates, estímulos y nuevas regulaciones, nada relacionado con la economía real. En Asia, la reacción ha sido distinta: están queriendo reconstruir un bloque proteccionista. En América Latina debemos encontrar una tercera respuesta, enfocada en la economía real y que amplíe el concepto de economía real: una respuesta productivista.

En Brasil tenemos el BNDES, un banco estatal de desarrollo. Es crucial que esta institución financiera no sólo dé dinero a las grandes empresas del país, sino a un elenco más amplio de personajes, especialmente las empresas pequeñas y medianas, que son el sector más importante de nuestras economías.

¿Cómo le gustaría que fuera el sistema financiero del futuro?
La regulación financiera es la punta del iceberg de un tema mucho más profundo, que es el volver a organizar la relación entre las finanzas y la manufactura.

Las empresas que producen en gran medida logran autofinanciarse, con reinversión de utilidades. Es un misterio para qué sirve entonces todo ese dinero que da vuelta en las bolsas.

Debemos reorganizar las instituciones de la economía de mercado, empezando por restablecer el vínculo entre financiamiento y manufactura, para asegurar que los ahorros de toda la sociedad en su conjunto se movilicen hacia la inversión productiva, en vez de participar en un casino financiero en el que todos tengan pérdidas.

Hablando de manufactura, ¿cuál sería su política laboral ideal?

Tenemos que modificar la relación del trabajo con el capital. Actualmente, tenemos tres grandes problemas. Primero, es un escándalo económico y moral que la mitad de los trabajadores de Brasil y de buena parte de América Latina (aunque es cierto que no tantos en México) estén empleados en la economía informal.

Es necesario regularizar esta situación, financiando los derechos de los trabajadores con impuestos generales. Segundo, en la economía formal hay demasiados empleados con contratos temporales o precarios. Es necesario construir una nueva tutela jurídica para eso.

El tercer tema es la participación de los salarios en el producto bruto de los países, que ha estado en caída durante mucho tiempo.

Hay que revertir esta situación, pero no alcanza con influir en el salario nominal. Hay que comenzar a hablar de la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas.

A esto es precisamente lo que yo llamo ‘democratizar la economía de mercado’. Son ejemplos de innovaciones institucionales limitadas que, sumadas y combinadas, cambian radicalmente las cosas y dan contenido a este proyecto alternativo.

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¿Cuál es su opinión de su ex alumno Barack Obama?
Siempre he sentido admiración por él. Es una persona muy buena, de una inteligencia excepcional, que además ha demostrado en el curso de su trayectoria unas enormes cualidades morales. Después de graduarse (de la Escuela de Leyes de Harvard), podría haber ido a trabajar a alguna de las grandes firmas de abogados, pero no lo hizo, decidió trabajar para los demás.

Buscó empleo como abogado de los trabajadores pobres de Chicago. El presidente Obama es una persona que ha demostrado una capacidad social poco común, que no es sólo ardor sino que está acreditada por su comprobado sacrificio.

¿Cómo ha visto la evolución de México en estos últimos años?
Conozco al presidente mexicano Felipe Calderón, es una persna que admiro porque creo que siente simpatía por el hombre común. Ahora es necesario traducir eso en políticas públicas. México no se beneficiará por ser obediente, sino por ser más imaginativo. México necesita, como América Latina, una combinación de rebeldía e imaginación.

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