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Entretenimiento, industria de la soledad

Luis de Llano se pregunta si el espectáculo podrá sobrevivir en medio de la crisis y el pánico; el vicepresidente de Programación Musical de Televisa ve cambio de hábitos, pero no el fin del show.
vie 24 julio 2009 06:00 AM
La duda es si conciertos masivos en el futuro serán on line. (Foto: Francisco Huerta)
Publico (Foto: Francisco Huerta)

La razón de la crisis, es la crisis de la razón; basta con acceder a las noticias de cualquier medio, cualquier día, en cualquier idioma, para darnos cuenta de que la crisis se ha convertido en el pánico nuestro de cada día.

Como raza humana, hemos podido sobrevivir, una y otra vez, el ataque cíclico de las epidemias y las crisis importadas de los países del primer mundo nos pueden llegar a parecer ‘retos a superar’. Sin embargo, dentro de nosotros, la peor de las amenazas que crece a pasos agigantados se llama soledad, un mal que nos aísla de los otros que son como nosotros…

La soledad se ha convertido en una industria millonaria, no en vano, durante la contingencia sanitaria el renglón de entretenimiento en el hogar fue uno de los que registró mayores crecimientos durante el periodo del 25 de abril al 5 de mayo, con 101% en el Valle de México y 79% en el interior del país.

En contraparte, la industria cinematográfica perdió 268 millones de pesos (MDP) e industrias que concentran a un gran número de personas, como las ‘expos’, registraron pérdidas por 780 MDP en el mismo periodo.

Pero no hacía falta una epidemia, a principios de año la situación económica ya nos había llevado a entrenarnos para la vida en el aislamiento. En marzo, seis de cada 10 mexicanos ya habían recortado su gasto en entretenimiento fuera del hogar. Cambiaron las idas al cine, los conciertos y otros espectáculos públicos, por una película rentada, las palomitas, bebidas y pizzas frente al televisor.

En medio del deseo creciente de soledad, la peor crisis económica de la historia y la epidemia de influenza, cabe hacer la reflexión de qué pasará con el espectáculo, con el mundo del entretenimiento.

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La función debe continuar
En casi todos los diccionarios, la palabra ‘espectáculo’ se define como un acto público, atractivo, que se ofrece a la vista con el fin de divertir, asombrar, causar dolor u otros efectos.

Puede darse en cualquier lugar en el que se concentre gente para presenciarlo.

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Pero para definir, el porqué y el para qué del espectáculo, no tenemos que acudir al diccionario o a la etimología: para encontrar la razón del espectáculo es imprescindible remontarse hasta los orígenes y entender las expectativas, satisfactores e impulsos genéticos de aquel primer ser humano, cuya curiosidad, audacia y capacidad de asombro lo llevaron a bajar del árbol, erguir el cuerpo y observar por sí mismo el espectáculo de su entorno natural.

Aquel mono desnudo que se aventuró a bajar del árbol, fue el primer espectador, en la primera fila, de las maravillas de la naturaleza que lo rodeaban; y una vez que logró que sus congéneres imitaran su actitud y bajaran del árbol, dio un inmenso paso para la humanidad.

En torno a la luz de una fogata reunió a sus compañeros tribales para compartir con ellos su experiencia personal, iniciando la evolución del primate al Homo sapiens y del Homo sapiens al Homo videns; y de la sociedad tribal hacia la sociedad de la información… Y aquí es donde el espectáculo compartido, y el poder de transmitir, convencer y motivar a quienes creyeron en las palabras de quien actúa como comunicador definieron a las tres grandes fuerzas que mueven, o movían, a nuestra civilización: la política, las creencias religiosas y el entretenimiento masivo.

Hoy, para no ser visto como una amenaza social latente, o un ser irresponsable y antisocial, debemos acostumbrarnos a circular en público con tapabocas, tapaojos, tapaorejas y todo tipo de ‘tapa…rroscas’.

Ahora que nos estábamos acostumbrando a no echar humo en lugares cerrados, a olvidarnos de la hora feliz, las desmadrugadas… a canjear el intercambio de fluidos por la intimidad de plástico… ahora amanecemos con la novedad de que nos tenemos que ir haciendo a la idea, no sólo de usar guantes en las extremidades –superiores o inferiores– de nuestro cuerpo, sino a evitar los saludos de mano.

Lo de hoy es acostumbrarnos todos a las telenovelas sin besos, a evitar las aglomeraciones, las juntas, los convivios, fiestas y reventones; a lavarnos las manos sistemáticamente –a la manera de Poncio Pilatos–, a temer a quien tose al lado de nosotros, a desconfiar de quien estornuda, a soportar la mexicanofobia a olvidarnos del cine, el teatro, el bar, los restaurantes, la disco… bueno, ni siquiera a misa podremos ir.

Verdaderamente, fue toda una dicha haber vivido en épocas menos estrictas… ahora cuando voy por las lánguidas calles de la Ciudad de México, me entra una nostalgia por aquellos tiempos cuando eran un cisma social la minifalda, el amor libre y las películas de medianoche. Hoy en día, ni al cine podemos ir… y las niñas bien se cubren la boca y no las piernas.

Para muchos fatalistas, el panorama del espectáculo en México esta en vías de extinción… no habrá más conciertos, ni estrenos multitudinarios, clásicos partidos futboleros a reventar, ni por más rudos o cursis que nos pongamos, nada habrá que justifique la inversión del ‘nuevo cine mexicano’.

Internet será el rey, las reuniones ‘masivas’ serán privadas, pero on line, y la contingencia será no sólo sanitaria, sino económica, consuetudinaria y mortífera para el negocio del espectáculo, el arte, los artistas, y todos los que vivimos del entretenimiento.

¿La verdad? No lo creo, quizás porque ya me he acostumbrado a todo tipo de amenazas públicas, rumores omnidireccionales, chupacabras de ocasión y crónicas anunciadas de la mortalidad ineludible de los medios televisivos.

Quizás, a fuerza de tantas malas noticias, me he hecho resistente a la viralidad rumorológica… A la pésima ‘influenza’ que tienen algunos medios sobre la opinión pública.

La verdad es que el remedio para todo mal está en la risa… en la generosa risa que se da entre el público que llena un teatro, un baile, una feria, una sala de exposiciones… en el poderoso aplauso que ‘sube la temperatura’ del público en cualquier concierto… en la arraigada tradición del espectáculo en México.

Contra eso, nada lo puede… Porque sin entretenimiento, diversión, espectáculo o risas, ¿entonces, para qué sirve la vida?

Luis de Llano es vicepresidente de Programación Musical de Televisa.

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