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&#34El reto, recuperar la confianza del

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Es la primera vez en la historia del México actual en que unas elecciones están tan competidas. En los últimos meses, las campañas políticas de los contendientes han empapado la vida cotidiana de los mexicanos: se les ve en televisión, en los postes de las calles, en universidades, en reuniones con empresarios... Y detrás de todo ese movimiento de partidos se encuentra el Instituto Federal Electoral (IFE), con José Woldenberg a la cabeza, organizando el proceso electoral y, sobre todo, tratando de recuperar la confianza de la ciudadanía y la credibilidad en las elecciones.

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¿Por qué son tan importantes estas elecciones si no van a decidir quién gobernará el país el próximo sexenio?
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Son muy significativas por los cargos de elección que se deciden y, especialmente, por el momento que atraviesa el país. Vamos a unas elecciones en las que se elige la totalidad de la Cámara de Diputados y la cuarta parte de la de Senadores, y donde, simultáneamente, habrá elecciones de seis gobernadores, de siete congresos locales y de un número muy grande de ayuntamientos. Asimismo, se elige por primera vez a la autoridad ejecutiva y la asamblea de legisladores del Distrito Federal. Por lo que está en juego, sin duda son importantes. Pero también son cruciales por el momento político que vive el país. Con las elecciones de este 6 de julio se juega la posibilidad de que todas las fuerzas políticas significativas reconozcan, por la vía electoral, la fórmula a través de la cual pueden dirimir sus diferencias y acceder a los puestos de gobierno. Yo creo que ése es el reto mayor de las elecciones, porque más allá del resultado coyuntural –en el que obviamente unos van a ganar y otros van a perder–, lo importante es que todos entiendan que, a través de ese método, tienen la mejor fórmula para convivir y competir -institucionalmente, de manera pacífica y ordenada. Lo que se juega en estas elecciones, más allá de ganadores y perdedores, es la importancia de la propia vía electoral.

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El mundo contemporáneo ha sido testigo de importantes cambios políticos. Se acabaron las dictaduras a la usanza latinoamericana y los centralismos de corte europeo oriental; incluso se dieron por terminadas más de tres décadas de gobierno del Partido Laboral Demócrata en Japón. ¿Este contexto internacional ha influido en los momentos de transición por los que atraviesa México?
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Desde mediados de los años 70 el mundo vive una ola expansiva de la democracia. Los países de la Europa meridional transitaron de regímenes militares o autoritarios hacia la democracia, los países del Cono Sur pasaron de regímenes militares a gobiernos democráticos, en el Este europeo los mal llamados países del socialismo real transitaron de formas autoritarias de gobierno hacia formas abiertas de regímenes democráticos. En Japón, como usted señala, se acabó la hegemonía del partido dominante, y yo creo que –sin querer asumir un punto de vista mecánico–, sin duda, el proceso de tránsito democrático en México sí está enmarcado en una corriente universal que resulta evidente. Creo que a fines del siglo XX las principales corrientes político-ideológicas –de Occidente por lo menos– han llegado a la conclusión de que la única formula a través de la cual la pluralidad política, ideológica, cultural y social puede expresarse y convivir es a través de fórmulas democráticas, que incluyen forzosamente el expediente electoral. Es cierto que las elecciones no agotan el tema democrático, pero también es cierto que no hay democracia sin elecciones.

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Si las elecciones no son todo lo que se necesita para acceder a un sistema democrático, ¿cuáles serían las características que se requerirían para que en México se alcanzara la democracia?
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Un mínimo democrático se establece cuando la pluralidad de opciones políticas tienen un cauce para expresarse y competir, cuando los ciudadanos pueden elegir entre diferentes opciones y cuando las condiciones en las que se lleva a cabo esa competencia tienen un mínimo de equidad. Si se cumplen esas tres condiciones, yo creo que podemos hablar de un régimen democrático.

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Sin embargo, la calidad de un régimen democrático depende de muchísimos factores. Tiene que ver con el grado de cohesión social, con las desigualdades que lo impactan, con la información con la que llegan los electores a las urnas, con las condiciones en las que se desarrolla la propia competencia electoral y con el grado de vigencia de un estado de derecho.

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Entonces, cuando un país tiene un mínimo democrático a través del cual la diversidad puede competir y acceder a los puestos de gobierno y a los cargos legislativos, lo demás es siempre una historia interminable. Es decir, la democracia no es punto de llegada a partir del cual se resuelven todos los problemas. Es, más bien, un punto de partida que resuelve dos asuntos: que las autoridades sean legítimas y que la diversidad política pueda competir en términos pacíficos y civilizados.

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Durante muchos años, la estabilidad política en México estuvo fincada en el presidencialismo y en la existencia de un solo partido en el poder. Actualmente asistimos a la pluralidad con elementos que generan cierta incertidumbre, como son la violencia política y la falta de certezas sobre la situación económica y social que vive el país. Con estos elementos, ¿en qué tendríamos que fincar la estabilidad política del país?
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Como todos los procesos de cambio, el que vive México genera también incertidumbre. Pero lo que hay que tener muy claro es que la recomposición del viejo modelo que ofrecía certidumbre es imposible. Vivimos en un país más diferenciado, más abierto al mundo, porque los partidos políticos se han fortalecido, porque las elecciones son cada vez más reñidas, porque el país ya no puede ser encuadrado bajo el manto de una sola organización partidista. Si la vuelta al pasado es un camino vedado, lo que tenemos que pensar seriamente es cómo construir una estabilidad de nuevo cuño. Creo que el principio para resolver este asunto es reconocer la existencia de partidos políticos fuertes y elecciones competidas.

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Tenemos partidos que presumiblemente harán cada vez más competidas las elecciones y elecciones cada vez más competidas que irán multiplicando la importancia de los partidos políticos. Hay en esto una mecánica ineludible y, por eso, hay que construir un marco normativo institucional para que ese proceso se desarrolle de manera natural. Eso eventualmente nos dará una estabilidad de nuevo cuño, con procesos electorales claros, transparentes y equitativos, en donde sean los ciudadanos quienes decidan quién debe gobernar y quién debe legislar. A eso le llamo yo ir naturalizando la mecánica democrática, de tal suerte que al final amaneceremos con una estabilidad más profunda y duradera que la anterior, y que ofrezca un aliciente al -desarrollo económico y social del país.

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En este contexto, ¿el IFE es agente transformador del cambio o es un simple mecanismo que garantice la legalidad de los comicios?
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El cambio lo están haciendo la sociedad mexicana y sus actores. Lo que tiene que hacer el IFE es darle garantías a las diferentes fuerzas políticas de que es un árbitro imparcial que reconoce que la última palabra en materia electoral la tienen los electores. Y en este terreno, el reto más importante es la recuperación de la confianza por parte del electorado. La confianza no es algo con lo que se amanezca de la noche a la mañana ni algo que se pueda establecer por decreto; es una construcción social de proceso lento y definitivo. Sin embargo, creo que hemos ido ganando espacios en este terreno. Llevamos ya dos procesos electorales –1991 y 1994– y más de 30 elecciones en distintos estados sin conflicto, con alternancia. Vamos por buena ruta.

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En los últimos años, México ha puesto en marcha importantes reformas económicas, sociales y político-electorales. ¿Están los partidos políticos a la altura de esta nueva condición?
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Creo que sí. Los partidos políticos expresan corrientes muy profundas del México actual y han sido, en el caso de la reforma electoral, no sólo su acicate, sino además los forjadores de la nueva normatividad. Sin entrar a calificar a uno u otro partido, creo que lo que tenemos es un proceso de maduración del sistema de partidos. Vivimos en una especie de paradoja. Hay quien ya se encuentra –o se siente– más allá del sistema de partidos y lo ve, incluso, como algo que no tiene sentido. Pero yo sigo insistiendo en que no hay democracia sustentable sin un régimen de partidos sólido y representativo.

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¿Cuál ha sido la respuesta de los empresarios?
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Uno de los grupos sociales más interesados en el proceso electoral es el de los empresarios. He hablado con parte de ellos a fin de explicarles en qué consiste la reforma electoral y la apuesta de armar unas elecciones que al final resulten incontrovertibles. La verdad es que he encontrado mucha comprensión de su parte; están convencidos de que también son necesarias unas elecciones intachables. Ciertamente hay incertidumbre, pero no sólo en el ámbito empresarial, porque también estamos transitando por un modelo en el que los resultados eran absolutamente ciertos, pero las reglas eran muy inciertas. Ahora las reglas son muy ciertas, pero como los resultados dependen de los electores entonces dichos resultados son muy inciertos; no obstante, creo que tenemos que aprender a vivir en un mundo de pluralidad.

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Uno de los grandes problemas de México es el de la injusticia social. ¿Alcanzar la democracia significa también acabar con las desigualdades?
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En términos mecánicos, no. La democracia hace florecer una serie de expresiones que, de otra manera, se mantendrían ocultas o marginadas. Entonces es posible que, en un sistema democrático, los intereses de las franjas más desfavorecidas puedan gravitar más.

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La gran tarea del México de hoy y de los próximos años es, precisamente, armar un sistema democrático de gobierno y atender las enormes desigualdades económicas que existen en el país. No hay democracia sustentable si la integración o la desigualdad social no se aborda. Las democracias más sólidas son aquellas que han logrado atemperar las abismales desigualdades sociales que aún subsisten en México.

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