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35 años en tránsito

Hoy vivimos los primeros años de la alternancia en el poder. Sin embargo, 35 años de política nac
mar 20 septiembre 2011 02:55 PM

No hemos dejado de cambiar. Si algo define la vida política nacional de las últimas tres décadas y media, eso es, precisamente, el tránsito permanente de una sociedad que se debate entre el lastre de inercias políticas autoritarias y la emergencia de dinámicas democráticas inéditas.

- ¿Qué tan distintos somos en relación con el último tercio del siglo pasado? ¿Cuánto hemos cambiado, en términos políticos, al país y a nosotros mismos? ¿Qué falta y qué sobra? ¿Cuáles son esos espacios de la vida pública nacional donde el cambio político es irrefutable? En contraste, ¿dónde se ha atorado la transición? ¿Cuánto falta, cuánto nos queda por dejar atrás?

- Seguramente, nos hemos transformado menos de lo que miles de ciudadanos deseaban, pero mucho más de lo que el ancien régime pretendía. Todavía falta mucho, pero notablemente menos que hace algunos lustros. No es que el país no haya dejado de avanzar desde hace 35 años, es que no ha dejado de moverse (hacia atrás o hacia adelante), que es diferente, porque sólo así se pueden explicar y entender los claroscuros de los grandes cambios, las inercias y retrocesos que se expresan en algunas coyunturas, el costo del progreso, etcétera.

- No basta con decir que este andar no ha sido fácil. Esta vez el lugar común se queda demasiado corto respecto a lo que ha significado para la nación el tránsito hacia la democracia, hacia un régimen de libertades civiles y políticas. El costo no ha sido menor: muertos y desaparecidos, persecución y represión policíaco-militar, autoritarismo y cerrazón frente a la crítica… Al menos así fue durante más de una década, como se ha documentado en fechas recientes.

- No podemos olvidar que no sólo la alternancia en el poder, sino el régimen de garantías, la construcción de una ciudadanía democrática y de un incipiente Estado de derecho son episodios históricos, capítulos épicos a cargo de una sociedad que se resistía a seguir siendo tratada como infante (literalmente: sin voz), de una serie de fechas de rupturas, quiebres, discontinuidades: 1968, 1971, 1982, 1988, 1994, 1997, 2000... Cada una de ellas, y muchas otras, sugieren la idea de una larga batalla –la de la democracia contra el autoritarismo– que muy probablemente desde 1968 señaló el comienzo de un prolongado final de ese régimen.

- Si tuviera que resumir en una sola idea el cúmulo de transformaciones sufridas por el sistema político en los últimos años, tendría que referirme al dato fundamental de nuestra coyuntura histórica: la alternancia en el poder. No afirmo que ésta haya puesto fin al largo tránsito, que hayamos cumplido la tarea en el momento en que Vicente Fox entró a Los Pinos. Sólo digo que en el calendario democrático del país, el 2 de julio de 2000 ocupa un lugar especial. Desde luego, para que esto ocurriera tuvieron que registrarse cambios profundos en la vida política, social y cultural del país. Mutaciones larvadas durante décadas de modernización sociodemográfica, liberalización, apertura controlada y crisis recurrentes. 35 años en tránsito que propongo leer como la crónica de un derrumbe anunciado.

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- 1969-1976
el fin de la estabilidad
Durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz las características del régimen se expresaron a plenitud y con toda crudeza: omnipotencia del Ejecutivo, servidumbre del Legislativo y vergüenza del Poder Judicial; uso represivo de la fuerza pública y marginación de la disidencia; férreo control social y preeminencia de la mayoría silenciosa; complicidad de los medios de comunicación e inexistencia histórica de las oposiciones.

- Amante de un orden casi absolutista, agazapado en la sospecha, el Presidente enfermó de miedo e intentó resolver su mal con un antídoto letal: la violencia. Equivocó la cura: el país esperaba democracia y le aplicaron represión.

- Heredero de Díaz Ordaz, el gobierno de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) estuvo marcado por la gran crisis política derivada de 1968. Acaso debido a ello, a pesar de que el mandatario –secretario de Gobernación en el anterior sexenio– compartía con Díaz Ordaz la responsabilidad del manejo político y la solución represiva que puso fin al movimiento estudiantil de 1968, propuso desde su campaña presidencial una especie de “reconciliación”, acompañada por una tímida “apertura política”. La famosa teoría del péndulo parecía mostrar su validez: de la derecha a la izquierda, para mantener los equilibrios al interior del sistema; de un gobierno conservador en el extremo de la represión y la negación del diálogo público, al espíritu populista y la retórica de la Revolución Mexicana como “democracia social” sui generis.

- Durante la gestión echeverrista se atendió con particular interés a los sectores medios, universitarios e intelectuales. Llegaron al gobierno jóvenes políticos progresistas, nacionalistas-revolucionarios, enemigos acérrimos de las tendencias proyanquis que desde la década de los 60 habían ganado espacios importantes en la burocracia gobernante. El discurso tercermundista y antimperialista en política exterior se vio acompañado de acciones de gobierno que fortalecieron los vínculos del régimen con el sindicalismo independiente y el movimiento campesino. Según los observadores de la época, esta combinación tiñó de rosa el periodo: una suerte de socialdemocracia a la mexicana: presidencialista, corporativa, clientelar.

- No obstante, el pacto fundador del poder posrevolucionario no sufrió variaciones sustanciales: los beneficios del desarrollo siguieron concentrándose en la punta de la pirámide social. Por lo menos hasta 1973, cuando los conflictos entre el gobierno socializante y la elite privada comenzaron a tomar una dinámica distinta. Ese año cayó el gobierno constitucional del presidente chileno Salvador Allende. El Estado mexicano repudió el golpe militar y recibió a gran cantidad de exiliados. También en 1973 (una semana después del 11 de septiembre), la actividad guerrillera en México llegó a su clímax con el asesinato del industrial regiomontano Eugenio Garza Sada. Los grupos armados de extrema izquierda no sólo atentaron contra un símbolo del poder económico, sino contra el hombre que representaba un “muro de contención” que moderaba la inquietud corporativa. Derribado éste, se abrió un abismo. En el entierro de Garza Sada se expresó la voz agraviada de los empresarios.

- El progresismo de Echeverría terminó su ciclo en 1976, con un golpe a la libertad de expresión y al raquítico periodismo independiente: promovió, alentó o toleró la expulsión de Julio Scherer García y sus colaboradores del periódico Excélsior. El fin de la administración fue contradictorio. Se polarizó el conflicto con la cúpula empresarial (Grupo Monterrey) y se produjo una “crisis de confianza” que se agravó por la decisión de “expropiar grandes extensiones de tierra en Sonora con el fin de formar ejidos”, unos meses antes de concluir el sexenio. Para cerrar con broche de oro, el 31 de agosto de 1976 se registró la primera devaluación del peso después de 22 años de paridad fija. La deuda externa adquirió proporciones que entonces parecieron inimaginables y se inauguró el ciclo de crisis recurrentes al final de cada sexenio.

- 1976-1982
el fin del modelo
No se puede explicar la política sin la economía. Cuando se agotó el milagro económico mexicano (las décadas de crecimiento y estabilidad), comenzaron a aflojarse las riendas del control corporativo y el sistema político le empezó a quedar chico a una sociedad en proceso de modernización.

- La “crisis de confianza” de la iniciativa privada, la devaluación, la inflación y el empobrecimiento señalaron el rumbo a la administración de José López Portillo, que al inicio de su mandato propuso dos acciones centrales para los primeros años de su gobierno: una reforma política, con el fin de transformar las instituciones democráticas, y una alianza popular, nacional y democrática para la producción, como estrategia para “superar la crisis”.

- La primera sería a la postre el único éxito, el más duradero y significativo, de un sexenio que terminó en ópera bufa. Se concretó la apertura iniciada por Echeverría, más allá de la retórica y los intentos de cooptación, pues se reconoció la pluralidad política y adquirieron reconocimiento legal corrientes marginadas de la vida institucional.

- Con los registros del PCM (la izquierda independiente mejor organizada) y del PDM (pequeño grupo de la derecha rural, de raíz cristera y sinarquista), el sistema de partidos dejó de ser una entelequia habitada por el PRI (partido-gobierno-Estado) y sus satélites (PPS, PARM). Se reanimó el PAN, después de su peor crisis histórica (no presentó candidato presidencial en 1976). Las elecciones comenzaron a ser algo más que farsa y reacomodo de fuerzas al interior del régimen: reparto y rebatiña por el pastel.

- En el frente económico, la riqueza petrolera abrió esperanzas de crecimiento, expansión productiva y creación de empleos. Según López Portillo, el país debía prepararse para “administrar la abundancia”. Fue un espejismo. Se dilapidó la riqueza por megalomanía, graves errores técnicos, corrupción y autoritarismo presidencial.

- Una nueva crisis, más profunda y dolorosa por las expectativas creadas, cerró el periodo. Esta vez, las dificultades económicas pusieron al descubierto algo más grave: el agotamiento del modelo (basado en la sustitución de importaciones) de los gobiernos posrevolucionarios.

- 1982-1988
modernización a la mexicana
Después de la catástrofe, la mesura. Después de López Portillo, Miguel de la Madrid. En 1982 arrancó el primer sexenio de los modernizadores. La derecha del régimen tomó el poder y el proyecto de país nacionalista, matraquero y autárquico, concluyó en la grisura del estilo presidencial y la apertura definitiva al universo de la globalización.

- Las medidas adoptadas por el gobierno para superar la crisis y sentar las bases de un crecimiento sostenido causaron estragos en la población. Las contradicciones al interior del PRI y sectores de la burocracia gobernante se convirtieron en franca divergencia. El movimiento obrero organizado se distanció del Presidente de la república.

- En este clima, se fortaleció la oposición en ciertas zonas del país. Especialmente el PAN, que aprovechó y abanderó el resentimiento de un sector del empresariado que se sintió defraudado por los excesos lópezportillistas y la antidemocracia del régimen. En 1986 se registró el estirón del blanquiazul en las elecciones de Chihuahua, que desató una movilización nacional contra el “fraude patriótico”, operado por el gobierno para no ceder a la reacción la primera gubernatura de la historia.

- Otra catástrofe, esta vez natural, provocó nuevas cuarteaduras en el edificio institucional: los sismos de septiembre de 1985, la impotencia oficial, la solidaridad social que tomó el control de la ciudad por unos días, la organización de los damnificados, la efervescencia en el movimiento urbano popular, la sociedad civil independiente.

- Hacia el final del sexenio, se conjugaron la crisis económica y el descontento político en todas las esferas. La disidencia al interior del PRI movió las aguas de la sucesión y exigió nuevas reglas para la selección del candidato. Tomó forma la corriente democrática, con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo a la cabeza. Se precipitaba la ruptura. No hay desprendimientos masivos de militancia priísta, salvo en Michoacán. Cárdenas aceptó postularse como candidato presidencial por el PARM.

- 1988-1994
el sueño salinista
En un escenario insólito, con fuerte presencia opositora en la Cámara de Diputados y un impetuoso movimiento social en contra, el flamante presidente Salinas de Gortari tuvo que lograr en la acción de gobierno la legitimidad que no pudo lograr en las urnas. Hábil político y audaz estratega, comenzó a ganarse a la opinión pública con acciones espectaculares: la detención de los caciques del sindicato petrolero (La Quina, como símbolo de corrupción y control de una empresa pública), el apartamiento de Carlos Jonguitud del cacicazgo en el SNTE y el encarcelamiento del empresario Eduardo Legorreta Chauvet.

- Inmediatamente después, la campaña de presión y represión contra el neocardenismo (que ese mismo año fundó el PRD). Golpear, desprestigiar, comprar o cooptar. Crear la imagen de un partido violento. Evidenciar que en esa oposición se aglutinaban todas las apuestas del pasado: estatismo, burocracia, populismo.

- Por otro lado, Salinas necesitaba un acuerdo con la otra oposición: el PAN, como alternativa responsable, moderna, democrática… y anticardenista por vocación y origen. La dirigencia de Acción Nacional aprovechó el momento, demostró habilidad y espíritu pragmático, no dio paso sin huarache. Llegaron las concertacesiones. Cuando fue necesario, votó en la Cámara de Diputados con el partido del Presidente. Se negó a forzar una transición democrática, como lo esperaba el PRD –partido con el que compartía demasiado poco–. Empezó a crecer en los comicios locales y obtuvo su primera gubernatura en 1989, con Ernesto Ruffo en Baja California.

- La historia del periodo salinista es de sobra conocida: éxito en materia económica, Pronasol como herramienta clientelar, recuperación electoral del pri (1989), reformas constitucionales de gran calado (artículos 3, 27, 82 y 130), clímax de la imagen presidencial en el exterior, tlc con viaje al primer mundo. Sin embargo, a lo largo de 1994 se vino abajo la imagen exitosa del estratega cosmopolita, modernizador, justiciero. A pesar de ello, y aunque no hubo final feliz para el gran reformador, la elección presidencial de agosto de 1994 no fue la tumba del PRI; su candidato, Ernesto Zedillo, logró concitar el voto del miedo, el voto de la paz, el voto de la estabilidad. Ganó con 17 millones de sufragios, seguido del candidato panista (Diego Fernández) y humilló a Cárdenas que ocupó un lejano tercer sitio.

- 1994-2000
crisis y alternancia
1994 fue un año trágico para México. No sólo por el levantamiento guerrillero en Chiapas y los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, sino por ser el preámbulo del estallido de la crisis económica más profunda en décadas de crisis y milagros mexicanos. En su dramático encadenamiento, los cuatro acontecimientos marcarían el derrotero de casi la mitad del sexenio: incertidumbre en todos los ámbitos, inquietud social y desarreglo general de nuestra vida pública. Crisis múltiple que en ciertos momentos pareció desbordar los márgenes de estabilidad garantizados por el régimen priísta en más de 70 años. Al doctor Ernesto Zedillo le tocó enfrentar un escenario altamente complejo y riesgoso, lo que obligó a un ejercicio presidencial acotado por todos los flancos.

- A medio sexenio, el electorado le cobraría, todas juntas, las facturas al PRI. De manera un tanto sorprendente, la votación del PRD trastornó el escenario del bipartidismo PRI-PAN. El instituto político del sol azteca obtuvo más curules que el blanquiazul y se convirtió en la segunda minoría, después del PRI, que no pudo hacer nada para mantener la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. En la capital, Cárdenas arrasó (venciendo a Alfredo del Mazo del PRI y a Carlos Castillo Peraza del PAN) y el PRD logró el control mayoritario de la Asamblea Legislativa del DF. El PAN, por su parte, se llevó las gubernaturas de Querétaro y Nuevo León, con lo que consolidaba su posición como segunda fuerza política nacional.

- Relativa, pero sólida, la victoria de los opositores modificó el equilibrio político. La batalla por el control de la Cámara de Diputados impactó en otros ámbitos, particularmente en la relación con el Ejecutivo: el 1º de septiembre la alianza opositora controlaba el Congreso y definía las reglas del III Informe de Gobierno. El país de un solo hombre empezaba a encontrar equilibrios, límites y contrapesos. En lo sucesivo, la presidencia imperial tendría que negociar con un Poder Legislativo en proceso de independencia.

- A principios de 1999, pese a la autonomía del Legislativo, a la sensible reducción de las facultades metaconstitucionales del Ejecutivo y a la creciente desconfianza entre el primer mandatario y el PRI, pocos meses después de los comicios el gobierno de Ernesto Zedillo consiguió lo que parecía imposible, inadmisible: endosar el costo de los errores de diciembre de 1994 a las finanzas públicas, a los contribuyentes. Se llamó Fobaproa y luego IPAB: el robo del siglo.

- A pesar de éste y de la nómina más alta de pobres, Zedillo terminó su sexenio como muy pocos imaginaban: con una gestión más o menos exitosa –en la medida que logró controlar la crisis y estabilizó la economía nacional–, con altos niveles de popularidad y, sobre todo, con un envidiable lugar en la historia como el Presidente de la transición.

- 2000-2003
el gobierno del cambio

Decretada en las urnas la noche del 2 de julio de 2000, la alternancia en el Poder Ejecutivo coronaba el largo y accidentado proceso de apertura y liberalización política iniciado en la década de los 70. Quizá fue la victoria electoral o el cambio de época, pero luego de ese día se impuso en el ambiente el pensamiento mágico de la alternancia: bastaba con echar al partido hegemónico de Los Pinos para que los grandes problemas nacionales encontraran solución. No había asunto, por complejo que fuera, que el hombre que derrotó al PRI no pudiera resolver.

- Vicente Fox aceptó jugar con fuego: avivó las expectativas, ya de por sí encendidas, de millones de personas que interpretaron la derrota del PRI como la entrada –automática, instantánea– al paraíso. Las promesas se cumplen o se pagan. Pese a que el Presidente no es el único responsable por la situación actual del país, el desencanto y la preocupación que gobierna el ánimo colectivo llevan su nombre.

- Tres años han sido suficientes para que el gobierno del cambio agotara sus reservas de creatividad y su capital político. A la mitad del sexenio, no hay mucho que celebrar. Acaso lo mínimo e indispensable: que la alternancia no devino catástrofe; que el gabinete pudo conjurar los mayores peligros de la mudanza; que los conflictos graves se atendieron con prudencia (a falta de previsión); que las perturbaciones mundiales se afrontaron con seriedad y mesura obligadas.

- Por donde se vean, resultados insuficientes, exiguos, si atendemos a las expectativas generadas; a las necesidades de un país en plena metamorfosis sociocultural y productiva que reclama nueva política; a las contrahechuras y protuberancias que surgen de un proceso cristalizado, pasmado en la frontera del viejo sistema (que no termina de irse) y el nuevo arreglo institucional (latente, potencial, vaporoso).

- A mitad del túnel, las elecciones intermedias resultaron una fotografía fiel del sentir colectivo, de la percepción de desencanto y preocupación –no sólo respecto a la administración Fox, sino de todo el sistema político, e incluso, acerca de la democracia– que parece prevalecer en la mayoría: alrededor de 58% de los 64’710,596 convocados a la elección federal del medio sexenio decidieron faltar a la cita.

- Contrario a lo que se esperaba, los comicios federales del 6 de julio no fueron un mero trámite. Se mantuvieron los equilibrios, pero el orden de los factores modificó sustancialmente el producto. Seguimos con el gobierno dividido, como expresión de pluralidad y competencia, aunque sin encontrar los mecanismos para conjurar los riesgos de parálisis. Un escenario particularmente complejo para el porvenir de las reformas estructurales en la perspectiva foxista –de lo cual ha dado muestra el choque de trenes (la pugna entre Roberto Madrazo y Esther Gordillo) al interior del PRI–.

- Últimas palabras
Estos 35 años guardan los secretos, los días y los años del cambio. En este periodo se nos presentan dos extremos de una sola cuerda: Díaz Ordaz hizo valer más sus toletes y sus balas que Vicente Fox su legitimidad. Ambos son los bordes: autoritario el primero; vacilante y falto de liderazgo el segundo. México no necesita ninguno, mucho menos de aquél que de éste. Precisa, por un lado, un Presidente que ejerza a cabalidad las facultades constitucionales, pero sólo esas: que no tenga miedo a gobernar; y, por otro, de una ciudadanía de tiempo completo, que haga suyos –porque lo son– los asuntos públicos, que se exprese más allá de las urnas, que se convierta en una escuela democrática basada en la difusión y fomento de conductas y formas diversas de participación política.

- Ambas asignaturas constituyen, según lo veo, el principal reto político que le plantea el futuro a la nación.

- * El autor es director de Grupo Consultor Interdisciplinario.

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