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Adiós al PRI, de Zaid, no de Camacho

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Tarde, pero Manuel Camacho abandonó el cobijo del PRI. Por supuesto, tuvo que ser ayudado por diatribas, cartas, acusaciones, sarcasmos, pero por fin comprendió Camacho que el cambio no es posible sin ruptura, al menos tratándose del PRI.

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Digo que tarde, muy tarde, porque Camacho abandona un navío que, según variados indicios, está por zozobrar definitivamente.

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Desde 1985 Gabriel Zaid había descrito varios escenarios sobre el fin del PRI, y ahora hay que saludar el magnífico volumen de los ensayos recientes del propio Zaid bajo el claro título: -Adiós al PRI.

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Por supuesto, Camacho se benefició muchos años y con persistencia de las artimañas del PRI para que hoy, en una mágica operación de amnesia, se presente como paladín de la democracia. Empero, si la amnesia colectiva funcionó con cierta eficacia en los casos de Cuauhtémoc Cárdenas y de Porfirio Muñoz Ledo (los hermanos priístas separados), no hay por qué descartar que el manto protector del conveniente olvido también cubra las impudicias priístas de Camacho.

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Lo interesante es que el proceso mismo de Camacho abandonando la nave del PRI, revela cuán acertada es la percepción de que el PRI navega inexorablemente hacia su desaparición.

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Por ejemplo, Camacho no fue vituperado por el presidente formal del PRI, Santiago Oñate, sino por el secretario de Gobernación quien, aficionado a la oratoria inflamada y grandilocuente, aprovechó una protocolaria inauguración para fustigar al frustrado precandidato priísta a la Presidencia. Se diría que el gobierno establecido tuvo que ir en auxilio de un ya casi inexistente PRI para expulsar al -indeseable Camacho.

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De hecho, no pocos admiradores del talento de Oñate como secretario del Trabajo, lamentaron su inopinado nombramiento como presidente del PRI, como quien lamenta una carrera truncada por la encomienda de dirigir una asociación fantasma.

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Cada vez más el PRI es tal cosa: una reliquia, una antigualla, un conglomerado disfuncional.

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Hay una señal inequívoca de la decadencia del partido ideado por Plutarco Elías Calles: cada vez es más costoso para el erario, en pesos y centavos, lograr pírricas victorias del PRI en las contiendas electorales.

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Sin ir más lejos, la elección que llevó por corto tiempo a don Emilio Chuayfett a la gubernatura del estado de México es muestra clara de que el PRI requiere cada vez más recursos para obtener resultados apurados. Los votos por el PRI en tal elección costaron, según las cifras oficiales, hasta seis o siete veces más que los votos por la oposición. En términos de eficacia y rentabilidad electoral el PRI es un fiasco.

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Para colmo de males, votos tan caros como los que recibió Chuayfflet resultaron burlados, al poco tiempo, con el nombramiento de este personaje como secretario de Gobernación. Hasta ahora, sin embargo, el encomiado oficio político de don Emilio sólo se ha expresado por la vía discursiva y epistolar en su intercambio de adjetivos con Camacho.

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Por su parte, la copiosa votación por Ernesto Zedillo, 17.2 millones de votos en números redondos, tampoco resultó barata. Al poco tiempo, debimos enterarnos que este triunfo fue apoyado por la tenaz persistencia de una política de gasto público y de complacencia monetaria que, bajo criterios menos laxos, habría sido impensable después de la salida de capitales a fines del primer trimestre de 1994 (es decir, luego del asesinato de Luis Donaldo Colosio). ¿Cuánto nos costó esta política benefactora de la candidatura de Zedillo? Es mejor no hacer cuentas para evitar lágrimas, en esta época de ajustes -dolorosos, pero necesarios.

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Lo que sí resulta doloroso (para algunos) pero necesario (para el país) es decirle adiós al PRI de una vez por todas. Tal vez en eso pensó la otra mitad del electorado (17.1 millones de votos en números redondos) que en agosto de 1994 no votó por la paz ofrecida por el PRI sino por las esperanzas de la oposición. Como dice el propio Zaid, esto no es poca cosa, habida cuenta de los notoriamente menores recursos de la oposición y de los costos que en México tiene el ser independiente.

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El autor es periodista y director editorial del diario El Economista.

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