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Alfredo Harp y Roberto Hernández

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

No hay noche sin día, no hay ron sin cola, no hay Hernández sin Harp. Con orígenes francamente distintos, este dúo dinámico se formó a mediados de los 60 para progresar en el mundo financiero, con resultados sorprendentes.

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Hace 20 años, cuando la Bolsa Mexicana de Valores (BMV) no era más que un pequeño mercado ignorado por la opinión pública, Roberto Hernández, un egresado de Administración de Empresas en la Universidad Iberoamericana, logró presidirla de 1974 a 1979, empezando a los 32 años. Tenía tres años de haber fundado la casa de bolsa Acciones y Valores (Accival) junto con su socio Alfredo Harp Helú, un contador público de la UNAM. ¿Que unió a este mexicanísimo hijo de un ex presidente municipal de Tuxpan, Veracruz, primo de la célebre Amalia Hernández (directora del Ballet Folclórico de México) con un chilango, miembro de la colonia libanesa en México, primo del telefónico Carlos Slim Helú? No fue otra cosa que la afición a la compra y venta de valores.

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En el medio bursátil se criaron y crecieron, y para finales de los 80 eran dueños de una de las casas de bolsa más importantes del país, aparte de sus intereses en compañías como Robert’s, Crisoba y Unión Carbide Mexicana. Esto les permitió pensar en grande, y se incorporaron a todo vuelo a la ola privatizadora del presidente Carlos Salinas, primero con una puja importante por Teléfonos de México (que les ganó por mucho Slim), posteriormente con la llamada “joya del sistema financiero” (un tanto despostillada actualmente), el Banco Nacional de México (Banamex), que ganaron, ascendiendo así a la fama.

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Aunque lo hizo junto con otros 800 empresarios (entre los que destacan nombres como Lorenzo Zambrano, Jorge Martínez Güitrón, Max Michel, Valentín Díez Morodo y Rómulo O’Farrill), el salto le ganó a Hernández la suspicacia de parte de la opinión pública. Quienes ignoraban su historia se encontraron de pronto ante un advenedizo sin apellidos pesados como Garza, Sada o de perdida Legorreta, y que alguna vez fue rechazado de cierto club social por su carácter de “desconocido”. Además, se trata de un hombre demasiado “joven” como para ser socio mayoritario del banco más grande del país: este año apenas cumple los 54.

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Entonces los medios empezaron a hablar de la amistad personal de Hernández con el entonces presidente Salinas, y de cómo en su sexenio se marcó el ascenso vertiginoso de una nueva casta de “billonarios” mexicanos. Sólo el nombre de Carlos Slim se ligó más cercanamente que el de Hernández al hoy repudiado ex mandatario (aunque, para ser justos, él y Harp ocupan los dos últimos escaños entre los 24 de Forbes, con $400 millones de dólares cada -uno).

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Hoy en día Hernández mantiene un perfil mucho más bajo que en el sexenio pasado. En parte por la cuestión Salinas (los dardos han llegado a tocar la honestidad de la privatización bancaria), y en parte porque el negocio del banco sigue siendo un dolor de cabeza. Ni siquiera Banamex pudo salvarse de recibir una “ayudadita” del gobierno mediante la compra de cartera y los préstamos vencidos dan un salto cada vez que suben las tasas de interés para amortiguar presiones cambiarias.

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Que las cosas de repente se vieron como de “montaña rusa”, eso lo puede atestiguar el poco afortunado Harp. El 14 de marzo de 1994, su auto fue interceptado en Coyoacán por un comando que de inmediato se lo llevó secuestrado. Su desaparición coincidió con la ola de “plagas” que azotaron al país entonces (junto con el levantamiento en Chiapas y el asesinato de Luis Donaldo Colosio), y que contribuyeron a generar la salida de capitales que tarde o temprano generarían el “error de diciembre”.

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Desde entonces, hasta su liberación en junio, la prensa publicó patéticas cartas y fotos de Harp con la barba crecida, implorando a su familia el pago del rescate al pie de la letra. Incluso se llegó a hablar de un distanciamiento con su socio de la vida, quien supuestamente se negaba a comprometer dinero de Banamex en el rescate. Ese fue el primer secuestro negociado en la televisión, por cierto, en horario AAA.

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No bien de regreso en el trabajo, Harp volvió a ponerse bajo los reflectores, ya un tanto más acicalado, cuando organizó un tremendo festín de bodas para su hija Silvia en el ex convento de las Vizcaínas. Todo lo que los 1,500 invitados comieron y bebieron fue cuidadosamente registrado por la prensa, que estimó el costo del convivió en $1 millón de pesos.

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Pero el ruido pasó pronto, y hoy Harp se dedica con más calma a administrar el banco y a ver los partidos de su equipo de béisbol (por propiedad, esto es), los Diablos Rojos de México. Entre tanto, Hernández prefiere patrocinar universidades, y es un conocido benefactor de su alma mater, la Iberoamericana.

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Ya no son desconocidos en el medio: ahora cada cosa que hacen Harp y Hernández llega a los periódicos. Y todo indica que lo seguirán haciendo juntos.

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