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Bajos instintos

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mar 20 septiembre 2011 02:55 PM

Vi una de las últimas participaciones de la dizque tenista Anna Kournikova en el gran circuito del tenis mundial, contra Mónica Seles, en la Copa Collins, Europa contra Estados Unidos. Ganó Seles, pero el público aplaudió mucho más a Kournikova.

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Ya para entonces la belleza rusa pasaba más tiempo posando para las cámaras que en las canchas. A diferencia de Mónica Seles, con un cuerpo medio raro para una deportista de alto rendimiento, la Kournikova es fibrosa y esbelta, una de esas rubias sanas y bellas en el tope de la pirámide del modelo de belleza actual.

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No importa que su juego cada vez sea peor, la gente no aplaude a la deportista sino a la modelo. Y esto último se nota también en la cancha. La Seles está todo el tiempo hiperconcentrada en su juego, nerviosa, no pierde de vista un gesto de su oponente (yo tampoco).

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Kournikova, por el contrario, juega como si todo se tratara precisamente de un juego, algo festivo -como debería ser, tratándose de un deporte-, si gano bien y si no también, siempre ganaré, mírame.

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Hace unos años la revista El País Semanal publicó un artículo sobre cómo la belleza física impacta en todos los aspectos de las relaciones humanas y le facilita la vida a quienes la poseen. La conclusión, que puede parecer obvia, era que en términos generales a las personas con un físico bien dotado las cosas les son más fáciles, desde conseguir trabajo hasta ser aceptadas por los demás y alcanzar posiciones de liderazgo.

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Y que nadie se sienta culpable por ello. La atracción por la belleza física es la suma de la afición natural de los seres humanos hacia las formas armoniosas, unida a la presencia más o menos manifiesta de ese componente ineludible que resulta ser nuestra sexualidad en tanta circunstancia o elección en nuestra vida.

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En estos Juegos de Atenas sentí al ser humano en mí responder a mi ser animal y sus instintos primarios. Al principio sólo veía la belleza de las competidoras, pero después, otros sentimientos, relacionados con mi ascendiente cubano y mexicano, mi exótica admiración por Australia o Nueva Zelandia y un sentimiento de solidaridad con los menos favorecidos, filias y fobias, me convidaron a elegir distinto. A desear que gane la mejor, pero, sobre todo, que ganen mujeres (y hombres) del mundo al que pertenezco, que elegí o me eligió como patria, su gente, los míos.

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ajorgego@hotmail.com

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