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Bienvenidos al multitasking

Muchos directivos practican el arte de hacer varias cosas a la vez y no terminar ninguna.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Se sabe que en la historia de la humanidad han existido inteligencias privilegiadas, capaces de penetrar los más insondables misterios del universo y resolver intrincados problemas. Supongo que los cerebros de estas personas funcionaban a velocidades vertiginosas, intentando esclarecer cada aspecto de cuestiones como –digamos– la relatividad o el origen de la vida; eliminando cada hipótesis falsa; observando y tomándose su tiempo, en un largo proceso de profunda concentración. Y aunque muchos de ellos –Einstein, Newton, Darwin, Descartes, etcétera– seguramente tenían mentes que funcionaban en varios "carriles", estoy seguro que ninguno practicó el llamado multitasking, es decir: el arte de hacer varias cosas a la vez y no terminar ninguna.

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Yo no sé qué les sucede a algunos jóvenes ejecutivos entre que terminan su maestría y se ganan su primer aumento de sueldo, pero de pronto pierden la capacidad para concentrarse en una sola cosa. El actual ritmo de los negocios y la presión para sacar el máximo provecho de los recursos y el tiempo disponibles los obligan a manejar varios asuntos simultáneamente, como si su cabeza fuera un circo de tres (o muchas más) pistas: en una hablan por teléfono con uno de sus clientes; en otra verifican que las cifras del último estado de resultados concuerden con las proyecciones; en esta escriben un recado para su secretaria; en aquella repasan los correos electrónicos del día; y todo lo llevan a cabo mientras se aflojan la corbata, confirman la reservación del restaurante donde van a cenar y encienden un cigarrillo.

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Esto de emplear la mente en diversos "carriles" debe parecerse al uso de una de esas drogas con las que los adictos terminan hechos un esqueleto de ojos inyectados, temerosos hasta de su propia sombra. Quiero decir que se empieza manejando un proyecto de complejidad mediana, luego se agrega otro, y otro, y otro… hasta que el ejecutivo vive una jornada cotidiana en la que supervisa una docena, sin poder terminar ninguno y obstaculizando la resolución de otros 10 pendientes.

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Pero sin duda lo que es más desesperante es que muchos directivos multitasking son incapaces de lo más sencillo: poner toda su atención a una sola cosa; concentrarse en un detalle; discutir los pormenores esenciales. Si no me creen, consideren el ejemplo de David, nuestro gerente de Operaciones de la zona centro. ¡Es imposible mantener la atención de este señor por más de tres minutos corridos! Uno puede gastar más de media hora tratando de explicarle las consecuencias en toda la corporación de que modifique, porque sí, sus metas del trimestre, nomás porque se le ocurrió. No terminamos de saludarlo cuando ya está llamándole por el celular a un amigo o se levanta para pedirle café a su asistente o de la nada te pregunta cómo está tu familia.

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Para colmo, creo que sufre de un problema en el cuello –vayan a saber si son sus músculos o su columna, o un golpe que se dio de chiquito cuando se cayó de la cuna–, debido al cual su cabeza se mantiene en constantes y breves movimientos, como si estuviera tiritando al igual que una gelatina o le hubiera dado un súbito ataque de mal de Parkinson. Lo curioso es que sus manos no le tiemblan, sólo la cabeza lo hace. De modo que parece que esa falta de atención terminara por reflejarse en el tenue sacudimiento de su cara, que a veces se va inclinando levemente hacia el lado izquierdo.

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En lo personal, encuentro desesperantes los cortos lapsos de atención de David pero, curiosamente, lo que más me enerva es el persistente movimiento de su cabeza. Me dicen que este fenómeno (la falta de atención) es común entre los niños de cierta edad y que algunos pedagogos recomiendan ciertos ejercicios y pasatiempos, entre los que se incluyen los rompecabezas.

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Mañana es cumpleaños de David y había pensado regalarle un rompecabezas de 1,500 piezas. Pero, ahora que lo considero de nuevo, quizá sea mejor comenzar por algo menos complejo. Capaz que cuando al fin se siente a armarlo, se le olvida lo que estaba haciendo.

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