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Braceros empresarios: una esperanza

Un aislado ejemplo microindustrial en el Bajío muestra un esfuerzo novedoso por mejorar el destino
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Hace 19 años, Ángel Calderón dejó este pequeño pueblo, localizado en la cumbre de una colina árida de polvo rojo, porque el único trabajo disponible era criar ganado sediento. Como muchos de sus amigos de Timbinal, se fue a Napa, California. Ahí trabajó como cocinero, formó y educó una familia.

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Desde entonces, ha regresado a su lugar de origen muchas veces. Pero por primera vez, el verano pasado volvió con una profesión vedada para la mayoría de los mexicanos como él: la de inversionista.

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Calderón es uno de los 23 residentes de Napa originarios de Timbinal que contribuyó con cerca de $4,000 dólares para poner en marcha una pequeña maquiladora de costura en su empobrecido pueblo. Se trata de un almacén de concreto y ladrillos con 32 máquinas de coser que emplean a 35 personas –quizá los primeros trabajos de tiempo completo creados en Timbinal este siglo–. Fue inaugurada y empezó a producir en el mes de junio de 1999.

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“Nunca pensé que estaría haciendo algo como esto”, dice Calderón. “Pensé que iría, trabajaría, reuniría algo de dinero y regresaría. Pero algo ocurrió.”

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Lo que sucedió fue un trabajo estable, un sueldo ascendente y las posibilidades que con esto se hicieron accesibles. En tres años pasó de ser lavaplatos a cocinero principal en el Country Club Silverado. “Empecé ganando $3.35 dólares la hora hasta llegar a $12.50, que era mucho para mí. Cuando uno regresa de Estados Unidos, las cosas se ven de manera diferente”.

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Y tal vez fue por eso que Calderón no rechazó de inmediato a los planificadores del estado de Guanajuato cuando propusieron la idea de la fábrica de costura hace dos años.

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Timbinal, un pueblo de cerca de 200 familias, yace en la parte sur del estado, a casi cuatro horas al norte de la Ciudad de México. Guanajuato se dedica principalmente a la agricultura, y a menudo está próximo a la bancarrota. Por ello, ha perdido cientos de miles de individuos como Calderón que buscan trabajos en Estados Unidos. Casi 150 personas originarias de Timbinal están en Napa, y un grupo similar recoge cosechas como agricultores inmigrantes a lo largo del oeste de Estados Unidos.

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Las fábricas como ésta son un raro intento de canalizar y capitalizar el potencial de inversión de aquellos trabajadores del otro lado de la frontera, con el propósito de ver si estos mismos emigrantes pueden proveer trabajos que eviten que otros se vayan.

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Los mexicanos en Estados Unidos mandan a sus hogares cerca de $6,000 millones de dólares al año. Guanajuato, el tercer estado en la república mexicana que envía mayor número de emigrantes, recibe aproximadamente $800 millones de dólares del millón de sus hijos e hijas oriundos que viven en aquel país del norte.

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El papel de gobierno
Las remesas del emigrante alimentan a las familias que se quedaron en México. Construyen casas y mantienen parcelas de tierra. Miles de municipios y pueblos son propietarios de su infraestructura –electricidad, calles pavimentadas, sistemas de agua potable y aguas residuales– casi enteramente debido a la inversión de millones de emigrantes.

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Pero rara vez en México alguien ha tratado de aprovechar el poder económico de los migrantes de una manera organizada. El gobierno mexicano nunca ha visto al humilde ayudante de camarero, al jardinero o agricultor en Estados Unidos como un inversionista potencial que podría estar convencido de gastar dinero en un negocio productivo que creara trabajos en su lugar de origen. Sin embargo, Guanajuato los vio cuando hace dos años inició el programa “Mi Comunidad”.

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La idea detrás del proyecto era la de convencer a los emigrantes de formar sus propias sociedades, mancomunar dinero y empezar el negocio de costura en sus pueblos. El estado pagaría para capacitar a los trabajadores y gerentes.

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Ahora, otras ocho plantas de costura Mi Comunidad están abiertas para realizar negocios en Guanajuato; su aportación de fondos de arranque provino de emigrantes de lugares como La Habra, California; Elgin, Illinois; Aurora, Ohio; y Atlanta, Georgia. Otras 10 fábricas están en construcción.

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Son un paso hacia la industrialización, la que ya han logrado recientemente muchos pequeños poblados y ciudades en México. La industria de la costura se ha extendido en los últimos años. Los principales centros han surgido en los estados de Coahuila, Yucatán, Querétaro y Puebla. Guanajuato tiene la esperanza de introducirse en ella también, en parte al fomentar la inversión de sus propios emigrantes.

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“Estamos en un mercado competitivo”, comenta José Carmen Muñoz, director del Centro Interuniversitario de Conocimiento de Guanajuato, del gobierno del estado, el cual capacita gente en oficios de costura, soldadura y otros.

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“La responsabilidad del gobierno es la de apoyar y facilitar la creación de estas plantas para ponerlas en marcha”, afirma Muñoz. “Italia apoya sus microindustrias de esta manera. Acabo de regresar de España, en donde hacen lo mismo. Los campesinos podrían hacer esto solos, pero con mucha dificultad.”

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Moroleón, una población a casi 10 millas de Timbinal, se ha convertido en otro de los grandes centros de costura de México. Desde pequeños talleres hasta fábricas del tamaño de un campo de futbol atestan el pueblo. Pero esta localidad guanajuatense también ha tenido una larga tradición en tejidos, lo que facilitó la transición a la manufactura de textiles.

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Muy pocas comunidades meramente agrícolas y ganaderas han hecho el cambio a industriales por sí solas, menos cuando ir a Estados Unidos resulta ser una alternativa más fácil y mejor conocida.

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Ciertamente, señala Calderón, poner en marcha una planta de costura nunca se le ocurrió a él o a sus socios antes de que el estado lo propusiera. “Aquí, si le pregunta a un niño lo que quiere hacer cuando sea grande, dirá: ‘ir al norte’. No respondería, ‘quiero ser un fabricante de textiles’.”

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En realidad Calderón primero le pidió ayuda al estado para establecer una escuela de oficios cerca de Timbinal. La respuesta fue: “¿Y por qué no mejor una fábrica?”

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Si esa conversación no se hubiera llevado a cabo, es probable que Timbinal hubiera continuado como un pueblo que formaba trabajadores para la industria del vino en el Valle Napa.

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Apoyo comunitario
Hasta ahora, esos trabajadores han sido la única razón por la que Timbinal sigue existiendo.

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Desde 1987, los emigrantes han invertido cerca de $50,000 dólares en renovar la iglesia y la plaza de Timbinal, además de la construcción de un jardín de niños. Contrataron a un maestro para que diera clases de música a un grupo de adolescentes, que ahora tocan en bandas de Napa. El pueblo tiene agua todo el año sólo porque el contingente de esa localidad de California aportó $18,000 dólares en 1995 –junto con una donación de $5,000 dólares de las vinaterías Sutter Homes, donde trabajan casi una docena de ellos–, cavó un pozo a tres millas y lo conectó por medio de tuberías a la población.

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Aún así, las aportaciones para la mejora cívica era tradicional y esperada. Participar en un negocio industrial lucrativo era un concepto radicalmente nuevo para el Timbinal agrario. Los hombres que por muchos años arriesgaron la vida para cruzar ilegalmente a Estados Unidos difícilmente podían ser traídos a aventurar su dinero en una planta de costura.

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“Les dije: ‘cuando vinimos a Estados Unidos, juntamos dinero para el coyote. Juntamos dinero para comprar permisos de trabajo y tarjetas de seguridad social falsos para poder trabajar. Invertimos más de $2,000 dólares, sin ninguna garantía. Arriesgaron su dinero y su vida. Una vez más vamos a arriesgar $2,000 dólares, y esta vez no estarán arriesgando sus vidas’”, recuerda Calderón.

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El novel empresario tuvo que hablar con más de 100 hombres de los cuales 23 finalmente decidieron aventurarse.

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“Para mejorar la plaza hubo gente que me dio $1,000 dólares, pero no quisieron poner nada en la fábrica”, menciona Calderón. Después de que se construyó la planta, varios de los que habían estado renuentes se acercaron a él solicitando comprar acciones. Pero en ese entonces, todas habían sido vendidas. “Les dije, ‘junten a otras personas y construiremos otra’. Pero dijeron, ‘no, yo no quiero la responsabilidad’.”

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En parte, opina, la resistencia se debe a celos y temores mezquinos de las nuevas ideas que son comunes en todos los pueblos pequeños.

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Sin embargo, también sucede que los emigrantes mexicanos nunca han disfrutado de negociaciones gratas con sus gobiernos. Muchos sienten que es culpa de éste que hayan tenido que irse de México para ganarse la vida. Cuando cientos de miles de ellos vuelven a casa cada invierno, las diversas fuerzas policiacas del estado y las federales ponen barricadas, o salen a buscar y a detener automóviles con licencias estadounidenses –todo para extorsionarlos y obtener dólares de ellos–, según denuncian sus familiares.

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Debido a problemas de ese tipo, para ellos cualquier cosa que tenga que ver con el gobierno –en especial un programa que requiere de inversión– es automáticamente sospechoso.

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Más allá de eso, Calderón señala: “Todos somos campesinos. Es difícil convertir a un campesino en un industrial”. Pero en caso de que la transformación prospere, finalmente, determinará el éxito de la fábrica.

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La planta aún es una obra en proceso. Su gerente, el sobrino de Calderón, es graduado de una clase de negocios de tres meses. El primer contrato fue para producir camisetas para niños, ordenadas por una firma en Moroleón, pero la calidad no era aceptable. Pese a ello, creen que con la práctica, Timbinal estará fabricando telas que puedan competir internacionalmente para principios del próximo año.

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Los salarios ahora son los mínimos –$30 pesos, o casi $2.90 dólares al día–. Con el tiempo, los socios de la micromaquiladora esperan agregar el trabajo a destajo, permitiendo a los obreros ganar cinco veces esa cantidad.

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“Tuvimos el deseo. Tuvimos el apoyo. Tiene que funcionar –dice Calderón–. No quiero ser registrado en la historia de este pueblo como el idiota que quiso hacer esto y no lo pudo lograr.”  

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