Seguramente Cecilia está leyendo esta revista con un cigarro en mano. El 18 de mayo tuvo a Daniela, su segunda hija, y ya puede retomar con toda libertad el vicio añorado. Es probable que, a pesar de su hiperquinesis, sus actividades de estos días se limiten a atender a sus dos niñas (la más grande tiene dos años y medio) y a tratar de bajar de peso al “hermano burro”, como le llama al cuerpo, igual que lo hacía San Francisco de Asís. “Soy ‘vieja’, ¿qué te puedo decir?”, bromea al explicar su malestar por haber engordado durante el embarazo. Esa y otras mil cosas como el curso psicoprofiláctico, los partos, la estimulación temprana o la experiencia de ser madre llenan su plática actual.
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Es una mujer platicadora y apasionada. Desde que estudiaba Contaduría en la Universidad Iberoamericana y aceptó el proyecto de abrir una cadena de minisupers, demostró que su temperamento no se intimidaba fácilmente. Echó a andar ocho “supercitos” Delta Fast y más tarde ganó la licitación para operar las tiendas de las autopistas de altas especificaciones en la República Mexicana. Hoy, 10 años después, puede presumir que Tiendas Duxy maneja 44 puntos de venta en todo México.
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Parte del orgullo de Cecilia es haber generado empleos en las zonas más pobres de México y tener integrado a un grupo de invidentes y sordomudos que trabajan en la fabricación de empaques para sandwiches.
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Su posición se la ha ganado “por suertuda”, dice, pero también por trabajadora. Entre sus anécdotas laborales cuenta haber hecho la presentación de un proyecto de titulación de maestría (en Administración, en el ITAM) un día antes de su boda, y la verificación de la nómina desde el hospital, un día después de haber dado a luz –sin anestesia– a su primera niña.
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Cecilia reconoce y agradece las ventajas que le otorga trabajar para una empresa de la que es dueña y en la que su padre es el jefe; su esposo y su hermano son sus compañeros directivos y la nana con todo y niñas pueden entrar a la hora que sea.
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