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Ciencias de la vida <br>La segunda revol

Cuesta mucho, es polémica y produce pérdidas. Sin embargo, la biotecnología es un negocio en el q
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

La biotecnología no parece un buen negocio. El año pasado, las firmas estadounidenses del sector perdieron $5,000 millones de dólares. Empresas como Inmunologics y Alpha Beta, que llevaban una década en este promisorio mercado, han debido cerrar sus puertas con enorme frustración. Las acciones del líder mundial, la estadounidense Monsanto, se devaluaron 25% en 1998. Por si fuera poco, la desconfianza en torno a los productos genéticamente modificados tomó fuerza en diversas partes del mundo.

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Con todo, los grandes consorcios siguen viendo hacia el futuro, específicamente a eso que han bautizado como “ciencias de la vida”. Ahí se incluyen disciplinas tan disímbolas como la medicina, la agricultura y el medio ambiente, entre otras. DuPont es un buen ejemplo, sobre todo después de que decidió desprenderse de algunas áreas para concentrarse en la biotecnología; concretamente, ha aterrizado sus prioridades en la agricultura. DuPont actúa rápido. Sin más, pretende apropiarse de Pioneer, el mayor banco semillero del mundo. Esta compra la colocaría a la cabeza de un sector agrobiotecnológico en el mundo en el que han depositado grandes expectativas. “La biotecnología agrícola tendrá un fuerte crecimiento en el próximo siglo –afirma Álvaro Peón, director de productos agrícolas de DuPont de México–. Estamos hablando de un mercado potencial de cientos de billones de dólares, que transformará radicalmente la agricultura, con productores más competitivos, cosechas con menores costos y mayor calidad y valor nutritivo.” Por todo esto, señala, para DuPont “la biotecnología representa un aspecto crítico en el éxito futuro.”

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No sólo en DuPont piensan eso. Una convicción similar llevó al tradicional fabricante de agroquímicos, Monsanto, hacia la biotecnología; Hoechst, a su vez, creó AgrEvo, que ahora está por fusionarse con Rhone Poulenc; en tanto que Ciba Geigy y Sandoz se unieron para formar Novartis; Dow Chemical se asoció con Mycogen. En México, Empresas La Moderna (hoy Savia), del grupo regiomontano Pulsar que preside Alfonso Romo, adquirió Seminis, empresa californiana líder en investigación, desarrollo y comercialización de tecnología aplicada a frutas y vegetales.

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La lista de empresas que ofrecen cultivos modificados genéticamente también incluye a Calgene, Zeneca, DNA Plant Technology (también de Pulsar), Plant Genetic Systems y Agritope. Desde 1992, estas firmas comercializan distintas variedades de maíz, frijol de soya, algodón, jitomate, papa, canola y betabel. Pero se estima que por cada una de ellas hay otras cinco que se están sembrando en campos de experimentación y muchas más se están desarrollando en laboratorios. En el ácido desoxirribonucleico (DNA) de estas especies se introducen genes de otros seres vivos a fin de que desarrollen nuevas cualidades, como una mayor resistencia a herbicidas,  insectos, virus, así como un aumento en sus contenidos de aceite o un retraso en su maduración.

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Para dichas empresas, las dificultades que hoy vive la biotecnología agrícola es apenas una piedra en el camino. Confían en que el sector será uno de los negocios más dinámicos del siglo XXI.

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Hasta el infinito, y más allá
La biotecnología agrícola promete ser la segunda revolución verde. Las expectativas se basan en números recientes: entre 1986 y 1995 se instalaron 15,000 zonas de cultivo con productos transgénicos en 45 países. Solamente en el bienio 1996-1997 la cifra se elevó a 25,000 sitios. La superficie cultivada aumentó 4.5 veces en 1997, al pasar de 2.8 millones a 12.8 millones de hectáreas.

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Una investigación reciente elaborada por la consultora Mackenzie refiere que el año pasado estos cultivos cubrieron 32.8 millones de hectáreas.

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Para el año 2003 podrían abarcar 98.5  millones.

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Diversos estudios calculan que el mercado mundial de cultivos transgénicos, inferior a los $500 millones de dólares en 1996, crecerá hasta seis veces para el año 2000, llegará a  $6,000 millones en el 2005 y a $20,000 millones en el 2010.

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Es por ello que varias naciones latinoamericanas –Argentina, Belice, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Cuba, Guatemala y México– instalaron plantaciones transgénicas de prueba entre 1986 y 1997. Destacan los casos de Argentina y México, donde ya existen plantaciones comerciales. De hecho, Argentina ocupa el tercer sitio entre las naciones con mayor superficie destinada a la producción de cultivos transgénicos; cuenta con 1.4 millones de hectáreas, lo que representa 11% del total mundial. México tiene 30,000 hectáreas (menos de 1%). Por su parte, Brasil ha conformado una vasta infraestructura para competir en la producción de cítricos transgénicos.

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Los países asiáticos permanecen al acecho de este escenario. Hasta el momento, solamente China ha entrado en forma decidida (ocupa el segundo lugar mundial, con 1.8 millones de hectáreas), pero India, Tailandia, Malasia, Filipinas, Indonesia y Vietnam cada vez muestran mayor interés por estas plantaciones. Otro caso es el de Singapur, que en 1997 aumentó sustancialmente sus inversiones en investigación y desarrollo.

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Saben que la marejada agrotecnológica podría arrasar con los reticentes.

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El caso americano
En el extenso reporte Estado Global de las Plantaciones Transgénicas en 1997, que elaboró Clive James a petición del Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones de Biotecnología Agrícola (ISAAA, por sus siglas en inglés), se reconocen amplias posibilidades para América Latina.

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Por el momento, la mayor parte de las cosechas transgénicas se comercializa en Estados Unidos y Canadá, dos de los principales productores. A pesar de ello, estos cultivos aún representan una proporción marginal: entre 1 y 10% de las cosechas de frijol de soya, maíz, canola, algodón y papa. Sin embargo, James estima que en el corto plazo representarán de 25 a 50%, o más. “Se prevé que esta tendencia se expanda rápidamente a países como Australia, Argentina y México”. Cabe mencionar que de 1996 a 1997, la presencia de cultivos transgénicos aumentó 1,300% en Argentina y 1,000% en México.

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Los países que fueron agrícolas y hoy se han convertido en importadores de alimentos no descartan la nueva opción. Es el caso de México. De 1981 a 1998 su producción de granos decayó en 23%. Las autoridades agrarias estiman que este año adquirirán del extranjero la tercera parte del consumo nacional de maíz. De igual forma, esta nación es la tercera mayor compradora de frijol de soya, sólo superada por Japón y los Países Bajos.

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La producción de alimentos no es su único dolor de cabeza. Una de las principales zonas algodoneras, el sur de Tamaulipas, quedó desolada por la plaga del gusano bellotero. Ahí, desde 1996, algunos agricultores trabajan con la semilla de algodón de Monsanto, la cual posee genes de una bacteria que dota a la planta de una toxina letal para las larvas del gusano.

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En 1997, el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) constató que, a pesar de una producción masiva de huevecillos del gusano, las larvas no lograron desarrollarse. Tanto el INIFAP como el Colegio de Posgraduados seguirán evaluando estas plantaciones para observar si el gusano bellotero desarrolla resistencia a la toxina.

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Existen otras dos plantaciones comerciales transgénicas en México: tomates de lenta maduración y algodón tolerante a herbicidas. Pero lo destacable es la cantidad de siembras experimentales. Según datos de la oficina de Sanidad Vegetal de la Secretaría de Agricultura, se realizan pruebas con cultivos resistentes a virus (melón, papaya, papa, calabaza, tabaco, jitomate), a herbicidas (maíz, frijol de soya), a insectos (maíz, jitomate), así como con alfalfa (para identificar genes de marcación), canola (con alto contenido de ácido láurico), pimienta picante (maduración lenta), arroz (con el gen SPS adicionado) y trigo (con el gen DMRF).

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James puntualiza: “México tiene la distinción de ser uno de los primeros países en vías de desarrollo, junto con China y Cuba, que está probando en plantaciones experimentales una papa transgénica resistente a virus creada por sus propios científicos”, con el respaldo de ISAAA una empresa multinacional y la Fundación Rockefeller.

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Para la biotecnología agrícola el apoyo de la academia sigue siendo vital. Así lo admitieron varios empresarios el 26 de marzo, en Lyon, Francia, durante un foro internacional. Henri Termeer, presidente de la estadounidense Genzyme, atribuyó parte de la crisis financiera que vive la biotecnología a que los nuevos descubrimientos saltan demasiado pronto del ámbito académico al empresarial. La mayoría de estos proyectos requiere un desarrollo largo (entre 10 y 15 años), tiempo en el que una empresa realiza grandes inversiones sin obtener beneficios.

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De ahí que Termeer propusiera mantener los proyectos de investigación en la academia el mayor tiempo posible. México cuenta con instituciones capaces de apoyar esa labor. El Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados (Cinvestav), sede Irapuato, ya tiene semillas transgénicas de tabaco resistentes a coleópteros y a virus, así como maíz que soporta el aluminio, metal que abunda en suelos ácidos.

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También están el Instituto de Biotecnología y la Facultad de Química de la UNAM, y el Centro de Investigación Científica de Yucatán. Sólo existe un requisito. Alejandra Covarrubias, directora de investigaciones agrícolas en el Instituto de Biotecnología, advierte que es necesario conformar una vasta infraestructura de investigación básica y aplicada. Y hay que resaltar, aquí, el trabajo de Pulsar, que mantiene un centro de investigación de semillas en Tapachula.

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El privilegio de la duda
Los opositores a los productos transgénicos argumentan que no se han efectuado las pruebas suficientes, lo cual deja un amplio margen de incertidumbre respecto de posibles daños a largo plazo en la salud de la población y trastornos en el medio ambiente. (Cuestión aparte es el conflicto potencial por el control de las patentes.) De esta manera, intentan contener la oleada genética.

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“Definitivamente la están frenando”, admite Kurt Grueninger, gerente de Desarrollo de Mercado en la División Agrícola de AgrEvo Mexicana. Aunque, en su opinión, las críticas no están basadas en criterios científicos sino en emociones. Agrega que la biotecnología favorece al medio ambiente, pues permite usar menos herbicida y de manera selectiva.

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Lo cierto es que, ante la duda, Dinamarca, Reino Unido y Francia decidieron no autorizar nuevos productos transgénicos. Más aún: Austria, Luxemburgo y Francia cerraron sus fronteras al maíz modificado de Novartis.

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En 1997, la estadounidense Fedstuffs difundió un reporte que ya advertía sobre esta situación. Señalaba que el éxito de las semillas modificadas genéticamente depende, en última instancia, de su aceptación por parte de los consumidores.

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“Nosotros estamos invirtiendo millones de dólares en investigación para garantizar que los productos transgénicos sean seguros”, comenta Álvaro Peón, de DuPont México. “Lo que ahora se necesita es un marco regulatorio adecuado”, señala.

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En agosto de 1998, México estableció una moratoria para cualquier experimento con maíz transgénico en tanto no se establezca una regulación para estas actividades.  El maíz es el cultivo más importante en México. Ocupa de ocho a nueve millones de hectáreas. Aunque sólo tres millones están en condiciones para un cultivo tecnificado, representa un mercado importante que mantiene atentas a las empresas de biotecnología.

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Y esto es apenas la punta del iceberg.

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