En la historia política del país, el 6 de julio es una fecha especial. Desde hace varios años, durante ese día, se llevan a cabo procesos electorales de gran relevancia. En buena medida es una jornada que, para bien o para mal, define los rumbos de la nación. Hoy, este importante encuentro con las urnas ya está a unas semanas de distancia.
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Y una vez más, los empresarios mexicanos no se resignarán a formar parte del padrón electoral. Muchos hombres de negocios están trabajando con el objetivo de obtener el mayor número posible de curules en la Cámara de Diputados en las elecciones del 6 de julio de 2003.
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La participación, activa y pública, del sector privado en la escena política es un fenómeno relativamente reciente. En el artículo de portada de su edición número 412 (abril 3 de 1985), Expansión narró la crónica de una de las primeras incursiones. En ese momento, un miembro destacado del Partido Acción Nacional (PAN) veía con desagrado la llegada de nuevos actores políticos: “Se ha extraviado el camino porque grupos empresariales se han incrustado en el partido, con el objeto de dirigirlo para sus fines de clase y no para el bien común. Puede suceder, y es lo más probable, que nos estén utilizando transitoriamente.” Con estas palabras se descalificaba a los llamados neopanistas: empresarios velozmente convertidos en políticos de filiación blanquiazul.
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Curiosamente, hoy cualquiera podría asegurar que el PAN llegó a Los Pinos gracias a la labor de un neopanista; quien, por cierto, no siempre despierta el orgullo de sus correligionarios.