“Tantos sacrificios para darte una carrera, para que acabes poniendo un negocio.” Los emprendedores mexicanos escuchan este y otros comentarios de sus padres y allegados. “Estás loco. Vas a arriesgar lo que has conseguido hasta ahora.” El éxito profesional en México se ha medido en términos de lograr una carrera ascendente en una corporación, o en el sector público. Iniciar una firma se percibe como resultado de la necesidad, ser despedido, no haber conseguido un buen puesto o quijotismo.
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En otras latitudes el emprendedor es celebrado como líder y fuerza benéfica: en Estados Unidos las portadas de revistas las ocupan figuras de negocios innovadores y visionarios. Son comentaristas en programas financieros, describiendo el crecimiento de sus empresas o la creación de una industria. Son héroes de la economía.
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¿Dónde están sus contrapartes mexicanas? México tiene una gran actividad emprendedora, 40% del PIB y 60% de los empleos se generan por las micro y pequeña empresas, pero la mayoría se trata de negocios de supervivencia, no compañías con vocación de crecimiento e institucionalización.
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¿Por qué no surgen pequeñas y medianas organizaciones de innovación y alto crecimiento? Hay barreras estructurales: falta de acceso a capital, ausencia de incentivos fiscales y un marco legal poco amigable. No obstante, estoy convencido que la mayor barrera es cultural: no celebramos a nuestros emprendedores como modelos de referencia. Hemos perdido el potencial de inspiración y contagio que podrían tener 1.4 millones de personas que ingresan al mercado de trabajo al año.
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Urgen emprendedores exitosos, y que su éxito se multiplique a través de su ejemplo.
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*El autor es director general de Endeavor México.