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Crisis bancaria <br>¿Ya pasó lo peor?

El descalabro de la banca mexicana refleja los errores del pasado y, aun cuando las medidas adoptada
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Luego de estallar la crisis económica y de haber buceado durante dos años por las más oscuras profundidades, el sistema bancario mexicano, aferrado a los salvavidas del gobierno y con algunos ahogados en su haber, continúa tratando de salir a flote.

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Las autoridades agitan hoy la bandera de los buenos indicadores financieros del primer semestre de este año: incremento de la capitalización, disminución del índice de morosidad, aumento de provisiones. Sin embargo, quedan muchas interrogantes: ¿el fantasma de la cartera vencida tiende a desaparecer o sigue latente?, ¿cuánto ha costado el rescate bancario?, ¿está por reanudarse la actividad productiva y la capacidad de pago de empresas y particulares?, ¿existe o no demanda y otorgamiento de nuevos créditos?, ¿hay garantías de que la banca no cometa otra vez los mismos errores y, en algunos casos, fraudes? En definitiva, ¿se está sorteando la tormenta que ha vivido la mayoría de los bancos?

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Las preguntas no son triviales, porque la crisis bancaria tiene sus raíces aún incrustadas en la sociedad mexicana. Todos las viejas instituciones nacionales fueron afectadas: las 12 más fuertes necesitaron apoyo financiero del gobierno y las otras siete, junto con tres de las nuevas, fueron intervenidas por fraudes o incumplimiento de las normas -oficiales.

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Asimismo, las causas que originaron esta crisis reflejan los errores pasados y las medidas adoptadas para enfrentarla siguen siendo motivo de controversia.

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Las opiniones de cinco actores económicos consultados intentan esclarecer la situación. Se refieren a las causas de la crisis bancaria, a la decisión del gobierno de apoyar a la banca, a la actual situación de ésta y a las soluciones que cada cual avizora.

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Es fácil establecer culpables
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Fernando Borja Mújica, director general de Banca Múltiple de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) sostiene que, “en su -momento, la privatización de la banca sí cumplió con los objetivos que se había planteado, es decir, obtener una cantidad importante de recursos para el gobierno y a la vez garantizar una sólida administración”.

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En alusión a las críticas al anterior gobierno por el manejo de la -privatización, señala: “Después que suceden los acontecimientos es fácil establecer culpables; en aquel momento todos los adquirentes de la banca cumplieron con los requisitos de calidad y solvencia moral”. Sin embargo, admite que “sí podía haberse hecho más en cuanto a ver a quién se le vendían los bancos”.

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Respecto de la administración bancaria, reconoce que, por un lado, se otorgaron créditos a empresas y a particulares sin un análisis detallado sobre su solvencia y, por otro, que “los administradores tenían mayor experiencia bursátil que bancaria y en algunos casos actuaron como si fueran una casa de bolsa, tomando mayores riesgos”.

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Por su parte, Saúl Escobar Toledo, diputado por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y miembro de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados, sentencia que la crisis bancaria muestra que las “privatizaciones del sexenio pasado fueron una verdadera fiesta, por no decir una orgía, donde se repartieron los bienes de la nación entre un pequeño grupo allegado al -presidente”.

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Añade que en muchos casos los bancos se vendieron a personas sin experiencia, ni trayectoria, ni capacidad para manejarlos.

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Como segunda causa de esta crisis, apunta el alto precio que los compradores pagaron por estas instituciones, por lo que trataron de recuperar rápidamente el capital, “otorgando créditos sin evaluar si el deudor era solvente, ni si el proyecto era viable”.

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Carlos Abascal Carranza, presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), prefiere la prudencia. “La postura fácil de decir ‘el gobierno es el culpable’ me parece que ya no es vigente y si se equivocó en la elección de banqueros, como Cabal Peniche, no significa que se equivocó en todos los casos”, afirma. Sin embargo, admite que en ese tiempo se creyó “que privatizar era sinónimo de eficiencia y se disminuyó la eficacia de la supervisión” por parte de las autoridades.

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En cuanto a la administración bancaria, Abascal asevera que “el control de los bancos lo tomaron personas que se desarrollaron en casas de bolsa, con una perspectiva diferente del quehacer -financiero, lo que hace que se cometan errores”. Pero aclara: “Ni justifico ni condeno, simplemente explico y entiendo lo que pasó”.

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Con licencia para matar
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En tanto, Luis Foncerrada Pascal, director general de Banco Alianza, enfatiza dos errores que cometió el gobierno en ocasión de la crisis de 1994: el manejo -macroeconómico y la creación de la banca universal, “que fue una grave tentación para los nuevos banqueros”.

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Ahora, “bajo la licencia de banca universal se pueden llevar a cabo prácticamente todas las operaciones financieras y entonces hay una banca nueva, que enloquece porque tiene una licencia para matar”.

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Así, la nueva generación de banqueros —explica— enfrentó un reto muy difícil: iniciar su actividad con una economía aparentemente estable y en crecimiento, y con la necesidad, a su vez, de fortalecerse para enfrentar la competencia nacional y extranjera, con “una gran tentación por tener una licencia universal para matar, pero sin el personal, ni la experiencia, ni el acceso a las prácticas modernas de riesgo”. El resultado fue una mala administración bancaria.

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Para Juan Carlos Orozco, analista económico y editor de Tendencias Económicas y Financieras, la política de altas tasas de interés atrajo una gran cantidad de recursos extranjeros que, “al quedar flotando en el sistema financiero, permitieron una expansión gigantesca del crédito”, incentivando el consumo y la inversión presentes, a costa del consumo e inversión futuros.

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“La política económica —agrega— generó expectativas de tal bonanza y llegada de recursos que los compradores estuvieron dispuestos a pagar por los bancos precios mucho más altos que los de mercado.”

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Durante 1995, el enorme crecimiento de la cartera vencida (que ya venía desde 1993), la descapitalización de los bancos, la insolvencia de algunos de ellos y los fraudes de otros (Unión, Cremi y Banpaís), motivaron que el gobierno implantara una serie de medidas de apoyo que muchos llaman “el rescate -bancario”.

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Entre éstas, como se sabe, programas de reestructura de deudas como el plan de Unidades de Inversión (UDIs) y el Acuerdo de Apoyo Inmediato a los Deudores de la Banca (ADE); asistencia a los bancos mediante préstamos de liquidez; programas de capitalización y compra de carteras, e intervención de ciertas instituciones, por fraudes o insolvencia.

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El costo fiscal de este paquete de medidas fue estimado por la SHCP en $181,000 millones de pesos, es decir 8% del Producto Interno Bruto (PIB) —según estimaciones privadas, no sería inferior a 10% del PIB—, de los cuales unos $15,000 millones de pesos ya fueron saldados con el superávit fiscal de 1995, mientras que el resto se pagará en distintos plazos (el máximo de ellos de 30 años).

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El rescate de sí mismo
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Según Orozco, el costo del salvamento de la banca es el precio que ha tenido que pagarse por una política económica incorrecta. “Creo que el gobierno se rescató a sí mismo, en tanto que las medidas fueron para demostrar que la política económica aplicada tiene salida y que es viable como proyecto de largo plazo”.

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Pero la consecuencia es que los pocos recursos del sistema económico se han empleado para rescatar a la banca, en vez de utilizarlos en otros sectores, co­mo el industrial, que se ha mantenido en relativo estancamiento. “En un esquema de libre mercado, el camino lógico hubiera sido dar apoyo a la producción para que salve sus problemas y le pueda pagar a la banca e indirectamente salve al sistema de pagos. Pero en cambio, por un lado se enaltece el libre mercado y por otro no se actúa en consecuencia. A lo mejor es una exigencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) cuando le dio al gobierno los recursos para pagar los Tesobonos tras la devaluación de finales de 1994.”

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Mientras tanto, Borja remarca que“los programas no están dirigidos a los banqueros, como tanto se ha dicho, sino al sistema financiero”. Cree que habría sido irresponsable por parte del gobierno no haber actuado para mantener la solidez del sistema bancario y garantizar los intereses de los depositantes.

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Pero también, asegura, se ha apoyado directamente al sector productivo, al tiempo que los apoyos a deudores “han sido muy amplios y han cubierto a todos los sectores”.

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En relación con los créditos reestructurados que cayeron nuevamente en cartera vencida, señala que ya había em­presas con “problemas muy fuertes de sobreendeudamiento, que aún con los beneficios otorgados no pueden salir adelante”. Para él, los programas fueron exitosos y fomentaron la cultura del -pago, pero son generales; entonces, “esas empresas deberán buscar -individualmente una reestructura con su banco”.

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En tanto, Foncerrada concuerda con la política adoptada por las autoridades. “El apoyo del gobierno en los diversos -programas fue correcto; si hubiera apoyado al sector productivo, creo que en -cualquier caso habría sido menos eficiente”.

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Programas parcialmente eficientes
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“Hay algunas discusiones que a estas alturas me parecen bizantinas; lo que sucedió ya no podrá ser de otra manera”, sostiene Abascal.

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En los peores momentos de la crisis, había dos opciones, según él. Una era el apoyo directo al sector productivo; la otra, ayudar a la banca y a los deudores. Respecto de la primera, “como hubo una recesión aguda, no se puede medir qué profundidad habría tenido la cartera vencida a pesar de los subsidios y tal vez se habría tenido que subsidiar también a la propia banca”. Aunque considera el camino del ADE como tibio y pobre, también piensa que fue oportuno.

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Por su parte, Escobar opina que los programas de gobierno han beneficiado sólo parcialmente a los deudores y a los bancos. “El programa en UDIs puede servir sólo para alargar el problema, porque en la medida en que la inflación persista y no se recuperen los salarios y los ingresos, obviamente el conflicto de la cartera vencida seguirá existiendo.”

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En cuanto a la percepción del gobierno respecto de que “hay que salvar a los bancos para salvar a los -ahorradores” y evitar así una quiebra del sistema de pagos, opina que “es parcialmente cierto, pero ese dinero no debe darse a los mismos que administraron mal dichas instituciones”.

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Según cifras oficiales del segundo semestre de 1996, el índice de morosidad del sistema bancario, excluyendo las instituciones intervenidas, sigue siendo bajo (7.3%), aunque si éstas se incluyen alcanza 13.1%.

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De otra parte, el índice de capitalización mejoró y pasó de 12.1% en diciembre de 1995 a 13.8% en junio de este año. En tanto, las provisiones preventivas con­tra riesgos de créditos también me­joraron y llegaron a 87% de la cartera vencida.

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Estos indicadores muestran salud contable y financiera. Sin embargo, los créditos cayeron 4.1% en términos reales en el último año —cerrado en junio -pasado—, mientras que los depósitos bancarios lo hicieron en 4.3%, es decir, no se observa una recomposición de la función principal de la banca: la intermediación financiera.

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Focos rojos, todavía
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Para que se reconstituya la actividad financiera, “no basta que un banco quiera prestar y que la economía esté caminando; hay que ver cuál es el costo del dinero (tasas de interés) y cuáles son las expectativas futuras”, opina Abascal. Señala que la actividad económica muestra ya en varios sectores una tendencia favorable, pero que aún hay otros fuertemente golpeados.

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“La banca está en el camino correcto pero todavía le faltan varios meses. A veces se la ve como ‘el maldito de la película’, pero también sufrió las consecuencias de la crisis.” Para él, la salida depende de factores macroeconómicos como las tasas de interés o el tipo de cambio, así como de la paz social y del propio quehacer de la banca, “que tiene que ser más eficiente, tecnificarse y -capacitarse”.

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Por su parte, Escobar cree que “siguen prendidos los focos en materia de cartera vencida, sobre todo si no se cierra la -brecha entre los ingresos de los deudores, productores o asalariados, y la inflación”.

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Y estos focos rojos también se mantienen, porque la banca no se decide a fomentar la producción —“los industriales, los agricultores, se quejan de la falta de créditos”— y debido a que las tasas de interés siguen siendo, en términos reales, muy altas.

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Opina que la superación de la crisis depende de que haya una nueva política que tenga como prioridad fomentar la producción y elevar los ingresos de todos los mexicanos. “Hasta ahora, ni el marco regulatorio ni las políticas del gobierno han incidido, es decir, no hay ninguna garantía de que no volvamos a caer en los mismos problemas”.

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Mientras tanto, Borja asegura que la banca se consolida para salir de la crisis no solamente por la parte financiera, sino también por la experiencia adquirida, “aunque debe haber una supervisión muy cercana de los bancos, porque los problemas van a durar tres o cuatro años”.

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La solución, para él, depende de cómo se administra la banca y de las condiciones económicas, “y todo apunta a que mejorarán; los accionistas van a estar más interesados en proteger sus intereses y los mercados tendrán que hacer un análisis más profundo de las instituciones financieras antes de comprar o recomendar papel o capital”.

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El gran pecado
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También en cuanto a las perspectivas, en el contacto con sus clientes Foncerrada observa que la actividad y la demanda de créditos se han ido recuperando, pero admite que muchos de los que reestructuraron volvieron a caer en cartera vencida. “La recuperación arranca verdaderamente en el tercer trimestre (de 1996) y aún falta para que veamos una práctica financiera normal en el país.”

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No cree que la banca repita los mismos errores, porque “la experiencia ha sido muy importante y, aunque a un alto costo, se ha creado una nueva generación de banqueros”.

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La salida de la crisis depende en 90% del manejo de la política económica y el papel de la banca, dice, es desarrollar “una cultura clara del proceso crediticio, que no pudo tener antes (su gran pecado) y hoy es su gran reto”.

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Orozco señala, por su parte, que con el actual nivel de las tasas la situación para las micro, pequeñas y medianas empresas continua siendo muy difícil porque trabajan para el mercado interno, “al cual le falta mucho para recuperarse”.

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Asegura que, pese a que la banca está en la fase final de un periodo de emergencia, el problema de la cartera vencida sigue latente. Sin embargo, piensa que no habrá nueva crisis del sistema porque el gobierno siempre estará dispuesto a salvarlo, aunque lo que sí puede pasar es que el costo del rescate aumente. “Tal vez ya sea el momento de dividir los recursos entre el salvamento de la banca y, ahora sí, el salvamento industrial, porque si se reactivara la producción probablemente una buena parte de la cartera vencida se pondría al corriente.”

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En cualquier caso, tanto los que concuerdan con las políticas adoptadas y son optimistas con respecto al futuro, como quienes discrepan y esperan malos resultados, sin duda que hoy están cruzando los dedos para ahuyentar el fantasma de una nueva crisis de consecuencias insospechadas.

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