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Cuando la musculatura no lo es todo

Una muestra de cómo una de las actividades más competitivas puede quedar atrapada en una guerra co
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

La avicultura mexicana es hoy un gigante atrapado en una lata de sardinas. El mercado doméstico no le da para más y las exportaciones a Estados Unidos están bloqueadas por vicios comerciales y trabas zoosanitarias impuestas por ese país. Tampoco existe experiencia empresarial para superar esas lides.

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Sin embargo, esta actividad es la más vigorosa del sector. Mientras la ganadería sufre desplomes productivos de hasta 9%, la avicultura crece a un ritmo de 7.5% anual. Su impulso es incluso superior al que experimenta en mercados de mayor demanda. En Estados Unidos, por ejemplo, la avicultura crece a una tasa anual de apenas 6.2%, mientras que en la Unión Europea se ubica en un rango de 7%. Esta diferencia parece determinada, fundamentalmente, por los niveles de ingreso de la población, lo que les facilita el acceso a productos cárnicos de mayor valor, aunque también obedece a la cultura alimentaria de cada región –la preferencia por la carne de res en esos sitios es indudable–.

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En consumo de pollo per cápita, México figura en el primer sitio, con 16.5 kilos, en tanto que Estados Unidos y la Unión Europea se ubican en 16 kilos.

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Florentino Alonso Hidalgo, productor de huevo en Tecamachalco, Puebla, cree que bajo estas circunstancias, la avicultura mexicana podría avanzar a un ritmo más acelerado si las fronteras europeas y estadounidenses se abrieran por completo a las exportaciones mexicanas de pollo y huevo, lo que impulsaría su producción y, con ello, al sector en su conjunto, además de abaratar el mercado interno.

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En ambas regiones, el vasto consumo de una sola de las piezas del pollo –la pechuga– permite cubrir, aún con márgenes de ganancias, los costos de producción. Entre los mexicanos, en cambio, las preferencias en cuanto a partes del ave son otras, de suerte que es en ello, en las diferencias de gustos y poder de compra, donde los avicultores nacionales ven el nicho de mercado que les permitiría escalar en la jerarquía mundial de esta actividad.

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Y, según César de Anda Molina, presidente de la Unión Nacional de Avicultores (UNA), los productores locales están en perfecta forma para  avanzar a su objetivo: han reducido los costos de producción, así como los tiempos de engorda, lo que eleva su productividad y capacidad competitiva. Si hasta hace una década necesitaban 2.7 kilogramos de alimento balanceado para producir un kilo de carne, hoy basta con 2.1 kilogramos. Además, a la fecha, el periodo de engorda para que el ave alcance su peso de venta en canal de dos kilos es de ocho semanas, pero en algunas granjas se reduce a 7.5 semanas.

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¿Para dónde volar?
Pese al pertinaz crecimiento del consumo doméstico, la planta avícola nacional está subaprovechada. Hoy por hoy, la producción anual de pollo y huevo –principales productos avícolas– suma tres millones de toneladas, con un valor de $3,000 millones de dólares en números redondos. De acuerdo con la una, esto representa la utilización de poco más de 50% de la capacidad instalada.

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Las exportaciones hacia países centroamericanos y del Caribe son mínimas, pero tanto en Estados Unidos como en el viejo continente –un mercado potencial de 368 millones de consumidores, 103 millones más que el del vecino país del norte– avistan un nicho que les permitiría utilizar 100% de su capacidad instalada.

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En voz de su representante, los empresarios del ramo dicen tener muy claro a qué competidores se van a enfrentar. Y más les vale, porque tres cuartas partes de la producción mundial procede de sólo cuatro lugares: Estados Unidos (34%), China (16%), Unión Europea (14%) y Brasil (12%), aunque los principales rivales de México son sus vecinos del norte, que exportan alrededor de 2.5 millones de toneladas de pollo y huevo, y los europeos, cuyas ventas alrededor del mundo suman algo así como 900,000  toneladas. México aparece en el quinto lugar de la lista, con 4% de la producción planetaria.

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Así las cosas, la pretensión de los mexicanos de ingresar al mercado internacional se antoja en extremo complicada. Pero los avicultores han diseñado una estrategia en la que fincan su futuro: asociarse con firmas multinacionales que les sirvan de puente. Con ello abrazan el éxito, sin haberlo probado aún.

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Las experiencias más frescas –las únicas en realidad– de alianzas entre compañías de uno y otro país son las de Pilgrims Pride y la de Tyson. Juntas producen 21.6% del total de pollo que se consume en México.

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Según Alonso, también ex presidente de la una, ambas firmas han respetado las reglas del juego, participando conjuntamente con los avicultores mexicanos en las negociaciones para abrir las fronteras y “demostrando lealtad a la actividad nacional. Se la han jugado con nosotros”, reconoce.

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Tal vez sea cierto, pero lo que sí es indudable es que en menos de una década multinacionales arrebataron a los productores locales la quinta parte del mercado doméstico, desplazando a los avicultores de Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa y una parte de la Comarca Lagunera, regiones donde están asentadas.

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El grueso de la actividad avícola (72% de la producción) se concentra en 28 empresas que crían más de un millón de pollos por ciclo de engorda (dos meses) y de éstas, sólo cinco producen más de cinco millones de aves por ciclo: Bachoco, Pylgrim’s Pride y Tyson encabezan, desde luego, la breve lista.

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En la una se afirma que el potencial de exportación del país es de $300 millones de dólares, pero habrá que ver si aquellos mercados a los que pretende orientarse preferirán el producto mexicano. Por lo pronto, el forcejeo entre las naciones se agudiza, pues mientras los avicultores mexicanos pugnan por abrir la frontera hacia el norte, los estadounidenses se esfuerzan por mantenerla cerrada, recurriendo a trabas de índole sanitaria.

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El pretexto del bloqueo
Hace un lustro, los avicultores y autoridades mexicanas iniciaron negociaciones comerciales con sus homólogos del norte. Sin embargo, el proceso no ha dado fruto debido, entre otros motivos, a la presencia de salmonela, influenza aviar y newcastle en las parvadas nacionales (virus que atacan a las aves y pueden acabar con ellas en pocos días). “No quieren contagios”, admite Alonso ante la negativa del Departamento de Agricultura de Estados Unidos a recibir el producto mexicano.

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El cierre de la frontera norte resultaría del todo aceptable y comprensible si sólo se considerara el hecho de que la población avícola del país está infectada. Pero los estadounidenses pasan por alto algo que los mexicanos no pueden olvidar: que el virus de la influenza, la enfermedad más peligrosa para las aves, no existía en México hasta 1994, fecha en la que ingresó al territorio  nacional, precisamente por la frontera norte, cuando los productores de Jalisco importaron gallinas reproductoras infectadas, hecho de cuya responsabilidad se eximen los propios estadounidenses.

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Aunque desde entonces los productores, junto con la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural (Sagar), han llevado a cabo acciones para erradicar la influenza, los resultados han sido muy pobres.

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Salvador Solís Sánchez, director de Campañas Zoosanitarias de la Sagar, sostiene que el problema de cierre de las fronteras no está en la infección de las parvadas por influenza aviar, sino por newcastle, mal que prevalece en 70% del territorio nacional. “Sólo los estados fronterizos del norte y sur del país están libres, mientras que los del centro tienen altos niveles de infección”, afirma.

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Esta versión podría complicar las ya de por sí difíciles negociaciones entre México y Estados Unidos, mismas que deben quedar concluidas antes del 1º de enero del 2003, como lo establece el TLC.

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En las negociaciones binacionales los productores mexicanos han centrado su atención en que se reconozca la existencia en el país de zonas libres de este agente patógeno, a fin de que, una vez identificadas, sea posible reiniciar la exportación de productos avícolas y destrabar el desarrollo de esta actividad, estancada por falta de mercado.

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Durante una reunión conjunta el pasado mes de abril en Mérida, Yucatán, los avicultores mexicanos demandaron el reconocimiento de 12 estados sanos, pero sus contrapartes estadounidenses sólo aceptaron dos entidades (Sonora y Sinaloa), las que posiblemente podrán comenzar a exportar a partir de este mes.

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No obstante el precario “logro”, México autorizó la instalación de maquiladoras de deshuesado y empaque de pollo procedente de granjas de la Unión Americana a todo lo largo de la franja fronteriza norte, lo que en opinión del ex presidente de la una, “atenta contra la avicultura nacional”.

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Si en aquella reunión se hubiese coreado una consigna entre los productores mexicanos, ésa hubiese sido: No a la instalación de maquiladoras. “Está demostrado –dijeron varios de los participantes– que no dejan beneficio alguno al país y sí nos pegaría muy duro, porque sabotearían el mercado nacional e internacional.”

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“Esos logros que ponderan los funcionarios mexicanos se acercan más a fracasos”, juzga Alonso, quien, en clara alusión al papel desempeñado por autoridades y productores en dichas negociaciones, propone “poner el buey delante de la carreta, y no la carreta delante del buey”, para enfrentar con éxito el endurecimiento de las condiciones que impone aquel país.

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“Washington –acusa– se ha limitado a utilizar la existencia de influenza aviar en territorio mexicano como arma para presionar y condicionar las negociaciones.” El ex dirigente lamenta que las autoridades sanitarias mexicanas hayan permitido erróneamente el ingreso de ese virus a nuestro país, “porque le está costando muy caro al desarrollo nacional”.

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Para muchos avicultores, la apertura puede ser un asunto de vida o muerte. La previsión de un eventual desplome del precio del pollo y el huevo, hace que la solución se vuelva más apremiante. Estados Unidos cada día se fortalece más en sus exportaciones de estos alimentos y se corre el riesgo de que esos dos factores “empujen” hacia el centro del país la producción avícola, un tipo de ahorcamiento.

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Sobre los mexicanos pende, además, la presión que se deriva del inminente tratado comercial con la Unión Europea, un mercado que podría representar inicialmente $75 millones de dólares anuales. Para todos es evidente que los europeos son más duros en sus condiciones de mercado y sanitarias, porque le suman a los requisitos de los estadounidenses la exigencia de total pureza en la cría, engorda y reproducción de los animales. Deben estar libres de agentes patógenos y también de medicamentos que consideran nocivos para los humanos. Sin embargo, abrir las fronteras europeas implicaría meterle una cuña a Estados Unidos para que aceptara las zonas libres de dichas enfermedades en nuestro país.

Tamaños diferentes
Mientras se llega a un acuerdo en este renglón, prevalecen las asimetrías y disparidades entre la avicultura mexicana y la estadounidense.
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En primer lugar, destacan los subsidios para el combate de epizootias, en virtud de los cuales el Estado subsana los gastos de enfermedades causadas por contagio, además de otorgarles jugosos apoyos a la exportación, de alrededor de 40% de los costos.

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Por lo que respecta a México, los productores han asumido, prácticamente, las riendas en el combate a las enfermedades. El gobierno federal sólo apoya con cierta infraestructura sanitaria básica, indispensable en todo país para evitar contagios, como casetas de vigilancia y personal. Y su capacidad de control sanitario ha quedado en entredicho, sobre todo después de 1994: un error que ha costado más de $60 millones de dólares a la avicultura mexicana. Un año después fue necesario sacrificar más de dos millones de aves en Yucatán, la población total de las granjas, por estar infectadas de influenza aviar. En el último lustro se han invertido cerca de $100 millones de dólares en la campaña de sanidad contra ese virus.

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El presidente en turno de la una reconoce, no obstante, que más allá del problema sanitario está la necesidad de quitar ciertas “piedras del camino que obstaculizan el pleno desarrollo de esta actividad”. La dificultad más grande, dice, está en la capitalización. Aunque la avicultura, puntualiza, es una actividad autosuficiente en materia de financiamiento, trabaja con tecnología de punta y no requiere de subsidios, el alto costo de los créditos repercute negativamente en su desarrollo externo.

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