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Diseñar el propio destino

Nacida en el seno de una familia de empresarios muy creativos, esta mujer logró proyectar con éxit
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Son pocos los viajeros que visitan Tlaquepaque y no dejan de sentirse fascinados por su espléndida tradición artesanal. Esto mismo le pasó a Irene Pulos, sólo que ella transformó su fascinación en un negocio que, al rescatar lo más bello y rico de la ropa mexicana, no sólo se convirtió en parte de la herencia cultural de esta villa, sino que trascendió las fronteras e incluso conquistó el gusto de refinadas damas del extranjero.

- Nacida en Guamúchil, Sinaloa, Irene se crió en una familia de empresarios muy creativos. Su abuelo, quien a los 14 años emigró de Grecia, abrió los primeros cines en la entidad. Y su padre continuó con esa tradición, y llevó a las salas cinematográficas lo mismo funciones de box que célebres variedades.

- Marcada por el estilo familiar, que "inventaba su forma de hacer las cosas", Irene busco su propio camino e incursiono en negocios que, para su época, eran de lo más novedoso. Fue así que, de soltera, junto con una amiga puso la que sería la primera boutique de Los Mochis y, recién casada, abrió la primera tienda de alimentos vegetarianos de la ciudad.

- Nuevas responsabilidades
Pero muy pronto su vida dio un giro de 180 grados, al quedar viuda y con dos hijos pequeños. Las nuevas responsabilidades la obligaron a salir de Sinaloa y buscar en Guadalajara mejor suerte. Así, en l976 llegó a la capital tapatía donde laboró, primero, en el Hotel Fénix y, después, en el Hotel Las Pérgolas, en el área de alimentos y bebidas. "Ese trabajo de hotelería -dice-, me dio el contacto con los extranjeros y el deseo de sacar un producto digno y de calidad, que fuera un atractivo más para los turistas." De manera exacta, no sabia qué, pero al conocer de cerca la rica tradición artesanal de Tlaquepaque se inclinó por la creación de una línea de ropa mexicana.

- Su primer taller fue la sala de su casa. Ahí, con dos ayudantes, y sin conocimiento de la materia, la flamante diseñadora hacia prácticamente de todo, menos bordar y coser. Sin embargo, se aplicó con tanta pasión en su trabajo que el éxito no se hizo esperar.

- Una tienda de Ajijic, en la ribera de Chapala, sirvió como escaparate inicial para sus modelos y, a partir de Ahí, vinieron los pedidos de mayoreo: "Fue algo muy sencillo, pues la ropa abrió su propio mercado, sin tener que salir a vender ni tener que tocar puertas", recuerda.

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- Para 1980, Pulos ya se encontraba instalada en Tlaquepaque, en una hermosa casona donde dispuso su taller y una boutique. En la que todavía era conocida como villa alfarera, encontró todos los elementos para que su quehacer tomara un sentido más profundo: los telares, las bordadoras y, sobre todo, un ambiente de creatividad sin igual. "Todo lo que he hecho no hubiera podido ser fuera de Tlaquepaque", reconoce.

- Para investigar sobre el vestido mexicano y el estilo con que las mujeres lo portaban, viajó por diferentes comunidades indígenas del país -como las enclavadas en la sierra huichola, en Michoacán, en Oaxaca y en Chiapas-. En esos viajes descubrió otro mundo, en el que cada color o cada figura tenia un sentido auténtico, el cual pudo transmitir a sus diseños, de manera estilizada y muy particular.

- A Irene le tocó vivir la mejor racha del turismo y de la artesana mexicana. Eran tiempos en que ésta era muy bien valorada, tanto en exclusivas boutiques del extranjero, como en las mejores tiendas del territorio nacional. Ello le abrió un mercado "donde se podían hacer cosas de mucha calidad y cobrarlas muy bien".

- Para el jet set
En medio de esa boyante situación, que la llevó a exportar 60% de su producción, ella dedicaba dos meses del año para preparar una nueva colección, compuesta por un promedio de 22 a 30 modelos que, al momento de su lanzamiento, ya tenían compradores en Estados Unidos, Hawai, Alemania, Italia y hasta en la lejana Australia. Pulos cuenta con orgullo que, incluso, personalidades del jet set internacional (como las familias Kennedy o Kissinger) buscaban sus diseños.

- Animada por el boom turístico que vivía México, abrió boutiques en Tijuana, Puerto Vallarta y Guadalajara. El gusto le duró poco, pues los mejores días para el turismo pasaron.

- Pero, con todo y que la caída del turismo la llevó a cerrar sus tiendas (menos la de Tlaquepaque), el taller, operado por alrededor de 100 personas, no se vino para abajo y se mantuvo bien. Y ello fue así, gracias a que damas mexicanas de cierto nivel cultural y económico se identificaron con sus modelos y empezaron a usarlos. La diseñadora encontró en México un mercado con el que compensó desangeladas ventas entre la clientela extranjera. Por fin, el nombre de Irene Pulos era reconocido en su tierra: "Fue maravilloso ver cómo las señoras que antes decían que no se iban a poner ese tipo de ropa, porque nada más les iban a faltar las plumas, notaron el impacto que causaban con ella cuando la usaban para recibir a visitantes internacionales, o para comparara sus esposos a convencio-nes en el extranjero", comenta.

- Con la misma pasión, Pulos continuó su trayectoria emprendedora, ahora con la ayuda de su hijo Guillermo en el área restaurantera. Después de todo, este campo no le era ajeno pues ya lo había experimentado a su llegada a Guadalajara y lo había conocido desde adolescente, cuando trabajó en un hotel propiedad de sus padres junto con ellos, también tuvo la oportunidad de tomar cursos de alimentos y bebidas en la Universidad de Cornell, en Estados Unidos.

- Bautizado como Casa Fuerte (nombre que en la cultura huichola se da a la casa donde residen las autoridades y se toman las grandes decisiones), el nuevo negocio continuó el impulso original de la boutique. Instalado en el patio central de la casona de Tlaquepaque, el restaurante de los Pulos fue pensado para que, a través de su cocina, su música y su decoración, la gente se acercara a lo mejor del México tradicional. "Quería ofrecer un conjunto de cosas que tuvieran una fuerza y un poder especial".

- Por una coincidencia fatal, el restaurante arrancó con mala estrella. Y es que fue inaugurado el 10 de abril de 1992, justo unos días antes de que las explosiones de Guadalajara dejaran incomunicado a Tlaquepaque por más de dos meses. Como era lógico, muchos negocios del centro turístico entraron en crisis y Casa Fuerte no fue la excepción.

- A la vuelta de poco más de un año (en diciembre de 1993), el restaurante reabrió sus puertas, añora si con mejor suerte y, con Guillermo Pulos al frente de un equipo de 30 personas (que sólo maneja el turno de la comida). Casa Fuerte se ha convertido en uno de los restaurantes más frecuentados de Tlaquepaque, sobre todo por los tapatíos que han descubierto en él un sitio que pueden mostrar con orgullo a sus invitados especiales. “Va en ascenso y así continuará, complementado con sus actividades culturales", confía la empresaria.

- En retirada
Renuente a hablar de las finanzas de sus empresas, de las que sólo expresa que han sido muy sanas y sin haber solicitado jamás crédito alguno ("Ni debo ni me deben"), Irene Pulos revela que el diseño de moda es una flamita que está dejando apagar. "El negocio sigue siendo rentable y podría serlo infinitamente más, ya que la ropa mexicana tiene un potencial extraordinario. Lo que pasa es que habría que hacer muchas inversiones, muchos movimientos, y siento que no tengo la necesidad de meterme en tanta complicación."

- Movida siempre por intereses más profundos que los económicos ("Si de dinero se tratara habría hecho todo lo que hubiera querido, puesto que se me da con mucha facilidad), Pulos va ahora tras una búsqueda personal: "Lo que deseo es tener tiempo para vivir todo lo que he aprendido con esos maestros que para mi han sido los chamanes, los huicholes y todas esas culturas de las que quiero aprender más".

- Con una voz pausada que contrasta con la vitalidad de sus movimientos, ella no manifiesta tristeza alguna por lo que será un semiretiro de los negocios. Al contrario, confiesa sentirse satisfecha pues, "en todo el tiempo que he estado en el mercado, la gente apoyó y amó mi trabajo, muchas veces sin conocerme personalmente. Lo triste seria retirarme en medio de la indiferencia de todo el mundo, pero me voy con esa sensación de que llegamos a ser parte del bagaje cultural de este lugar", concluye con esa tranquilidad que le da saber que su quehacer ha trascendido.

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