Si hay un lugar donde mejor se proyectan las sombras de una economía de mercado, éste es el pizarrón de los pronósticos en materia de inversiones. 1995 fue para México un periodo de fluctuaciones violentas que, empujadas por dos indicadores sustanciales, el tipo de cambio y la inflación, arrojaron rendimientos contrastantes y, en ocasiones, titubeantes en los diversos instrumentos y plazos de inversión.
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El horizonte de previsibilidad es evidentemente estrecho. No obstante, se pueden identificar tendencias favorables en cierta (o mucha) medida dibujadas por los mercados internacionales, como en el caso de los metales; o derivadas de la sobreoferta de benefactores combinada con la escasez de demandantes, como en el mercado inmobiliario.
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Es perceptible, asimismo, la necesidad de que las decisiones acerca de en qué y cómo invertir estén soportadas por el conocimiento del mercado específico, que se puede obtener de la asesoría especializada, a fin de que el riesgo no exceda al natural (se trata de una apuesta al futuro), de cerrarle las puertas a los defraudadores y, en fin, de que el mercado opere con bases claras.
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Definitivamente, el colchón ha dejado de ser un buen lugar para echar a germinar ese excedente monetario, que si bien es escaso por ahora, no desaparece, sólo se traslada.