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Economía <br>El factor tiempo

Frente a la urgencia por solucionar los problemas del país, sería irresponsable que las autoridade
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

En los últimos años, ha sido común en el país justificar el fracaso de las políticas económicas por la anticipación de diversos acontecimientos. Es decir, que políticas económicas aparentemente virtuosas fallaron porque no contaron con el tiempo suficiente para consolidarse.

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Sin embargo, esas explicaciones también fallan, porque ignoran —o deliberadamente ocultan— el hecho de que el tiempo es un factor a considerar en cualquier programa económico.

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En efecto, el tiempo es una variable determinante por cuatro razones básicas: para evaluar el cumplimiento de resultados, especificar el orden en que deberán resolverse las prioridades, definir la forma en que las acciones consideradas se insertarán en cada ciclo económico, y establecer cómo se -adecuará el país a los cambios tecnológicos y científicos.

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El nuevo tiempo mexicano
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El sistema político mexicano permite que gobiernos de uno y otro tipo justifiquen sus fallas con factores ajenos a sus consideraciones. Así, por ejemplo, los lópezportillistas aseguraban que otro habría sido el escenario al final de su sexenio si no hubiera caído el precio del petróleo y las tasas de interés internacionales no se hubieran disparado.

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Los salinistas tampoco definieron plazos y fallaron básicamente al suponer que las bajas tasas de interés, mismas que les permitieron captar una enorme masa de recursos, se mantendrían indefinidamente y que de esa manera podrían sostener un tipo de cambio sobrevaluado y un nivel de vida superior a la capacidad productiva del país. El equipo económico del sexenio pasado apostó a que la estabilidad sería un factor suficiente para generar inversiones y el esperado crecimiento.

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Si así hubiera sido, probablemente se habría cumplido el propósito del ex presidente Carlos Salinas de Gortari de pasar positivamente a la historia. Sin embargo, los hechos demuestran que fracasó por no considerar el espacio temporal de sus acciones y los cambios que permanentemente sufre el entorno. Por supuesto, falló al no prever que las tasas de interés internacionales subirían y que habría saltos en la pasividad social o que el desgastado sistema político generaría problemas.

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Desafortunadamente, parece que esas experiencias no se asimilan. De nuevo, el diseño de metas ignora la necesidad de definir el entorno, establecer plazos, determinar prioridades y generar el margen de maniobra suficiente para garantizar el logro de los objetivos.

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Peor aún, el interés por alcanzar metas coyunturales conduce a dejar de lado objetivos básicos. Es lo que sucedió, por ejemplo, en los primeros meses de 1996, cuando el ingreso de divisas al país permitió mantener una relativa estabilidad cambiaria. Bajo el argumento de que está en vigencia un régimen de flotación en el tipo de cambio (que no es una flotación limpia, porque el Banco de México y el gobierno actúan indirectamente en el mercado mediante el manejo de tasas y la captación de divisas a través de la colocación de papel en el exterior), se impulsó una apreciación de más de 10% en el valor del peso con respecto al dólar.

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Podría decirse que la meta inmediatista de generar un escenario de estabilidad, llevó a los responsables de la economía a dejar de lado el objetivo de transformar al país en una economía altamente -exportadora. Probablemente pretendan justificar dicha decisión señalando que con esa “estabilidad” buscaban reducir el costo del paquete de salvación a la banca, frenar la inflación y generar confianza en el programa económico del gobierno.

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Desafortunadamente, bastó que hubiera expectativas de mayores tasas de interés en Estados Unidos, para que el tipo de cambio se presionara y pusiera en riesgo la “estabilidad” lograda de manera artificial. Otra vez, los ciclos, el tiempo, jugaron en contra de un objetivo gubernamental.

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Los tiempos se acortan
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Considerar el factor tiempo y el establecimiento de márgenes que permitan superar eventualidades es más urgente a medida que las necesidades de la población nacional aumentan y la competencia entre países se hace más intensa.

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En ese contexto, podría decirse que la estabilidad, si bien es deseable a largo plazo, no puede ser un objetivo que excluya alcanzar otras metas. Cabe recordar que en el sexenio anterior la inflación se redujo de 150 a 8% y las tasas bajaron en una proporción semejante; sin embargo el fortalecimiento del país fue artificial y, en lugar de generarse empleos, se perdieron. Para lograr esa estabilidad fue necesario vender activos por más de $20,000 millones de dólares, incurrir en un déficit comercial acumulado superior a $55,000 millones de dólares e incrementar la deuda externa total desde $95,458 millones de dólares en 1990, hasta $136,000 millones de dólares en 1994, a pesar de que en ese periodo se llevó a cabo una reestructuración “histórica”. En ese sexenio se comprobó que la “estabilidad” no es sinónimo de productividad y, lo más grave, no crea empleos en la medida en que lo requiere el país.

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Por otra parte, ningún programa económico puede ignorar la velocidad con que actualmente se desarrollan los ciclos, tanto en la esfera productiva como en la financiera. Adoptar una actitud pasiva frente a esta nueva realidad también puede implicar fuertes costos y destruir parte de lo avanzado.

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Asimismo, un programa económico puede fallar si no adopta esquemas que permitan la captación y asimilación eficiente de los avances tecnológicos.

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Por último, el programa debe considerar los riesgos de acontecimientos políticos en el exterior, como las elecciones en Estados Unidos, los efectos que pudiera tener la creciente acumulación de presiones sociales en el país o el retraso en la transición política.

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Ciertamente, no se pueden prever con precisión todos esos detalles, pero sí es posible considerar su probabilidad y establecer medidas para evitar que su impacto afecte los avances logrados. Lo imperdonable sería ignorarlos, aunque en el sistema político mexicano todavía sea posible que los funcionarios se justifiquen diciendo “nos faltó tiempo”.

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