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El arte de (re) inventar problemas

el mundo corporativo tiene espacio para todo y todos, incluso para los reingenieros
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Tengo un sobrino –porque además de trabajar, aunque parezca imposible, también tengo una familia a la que intento ver una vez a la semana– que padece de una aguda afición por los rompecabezas. ¡Más chispa! Con cara bien seria, coloca cuidadosamente las piezas y las va ordenando con paciencia. El problema es que, a veces, no tiene todas las partes –porque las pierde o están dispersas en las cajas de otros rompecabezas– y para solucionar tan difícil encrucijada le da por intercambiar las piezas de uno con las de otro. Los resultados son dignos de estudio, pero a mi hermana y a mi cuñado –padres ilustrados y de avanzada– los tiene “con el Jesús en la boca”. Con mexicana afectación, les preocupa que su retoño se tome tamañas libertades para resolver sus rompecabezas (algo realmente serio, como se ve) y se preguntan qué hará de su vida como adulto.

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Aunque me parece que un infante de cuatro años aún está muy lejos de decidir una vocación –el común de los mortales tenemos tres o cuatro–, yo no guardo dudas: mi sobrino será un reingeniero.

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El mundo corporativo da para todo: desde vicepresidentes a los que ya se les olvidó hasta escribir a mano o a máquina, hasta secretarias con ínfulas de asesores. La fauna es tan variada, que al revisar un organigrama me da por recordar las clasificaciones que tuve que aprender de memoria en mis clases de Biología. Pero una especie que destaca de entre todas, es la de los reingenieros.

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Son, en efecto, como los consultores: terceros que de buenas a primeras llegan a una empresa para decirle a todos y cada uno de los ejecutivos lo que hacen mal y cómo deben organizarse para trabajar mejor. Pero a diferencia del consultor estándar –del que ya hablé en otra ocasión– el reingeniero no sale con un choro filosófico-pedagógico-administrativo-cómico-mágico-musical. El reingeniero típico tiene, por ejemplo, una envidiable claridad para comprender (teóricamente) los flujos de trabajo y proponer (teóricamente) un nuevo esquema, más eficiente y productivo... o al menos eso es lo que promete. Por otra parte, creo que en lo que realmente se especializan los reingenieros es en la teoría del caos: todo lo ponen patas para arriba.

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En lugar de dedicarse a solucionar los problemas reales, con pases mágicos, hechizos y conjuros, los convierten en fantasmas: una suerte de no-problemas (o problemas que nunca se solucionan, porque sencillamente ya no existen en el “nuevo flujo de trabajo”). Viene entonces el momento decisivo: implantar una disciplina de trabajo, que (teóricamente) suena perfecta, pero que lo único que hace es crear nuevos problemas –que, hasta antes de la llegada de esos reingenieros, no existían–, además de generar un descontrol sólo comparable al pánico que se apodera de los turistas a quienes les toca un temblor en la Ciudad de México. Bien visto, los funcionarios encargados de llevar el rumbo de la economía nacional, tienen mucho de reingenieros.

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No está de más aclarar que saqué todas estas conclusiones luego de que la compañía para la que trabajo fuera invadida por reingenieros y consultores. A lo mejor es puritita mala suerte. Supongo que allá afuera habrá profesionales dedicados a ofrecer estos servicios sin crear tanto desorden, desfalcar las magras utilidades de la empresa y dejar como herencia tres o cuatro broncas que antes no existían. Pero yo no lo sé de cierto, lo supongo: es más, quiero creerlo, necesito creerlo, mi fe en la humanidad depende de ello.

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Ahora, los reingenieros han invadido hasta mis fines de semana (como si traer celular y radiolocalizador no fuese ya suficiente). Y cuando veo a mi sobrino armar, con método sui generis , sus rompecabezas, los recuerdo: cuánta confianza en la teoría, cuánta pasión para enamorarse de sus ideas. Y recuerdo también ciertas clases de Filosofía, cuando nos explicaron a Hegel y nos contaron la anécdota aquella, cuando alguien le dijo que la realidad no funcionaba como Herr Professor se empeñaba en ordenarla, a lo que el filósofo contestó: “Pues si la realidad no es así, peor para la realidad.” Hay cada cuate...

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