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El coco de los petaqueros

Al son de &#34Para petacas... las mías&#34, Miguel Fernández inició un próspero negocio en 1925.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Cuando en la XEW los locutores de antaño anunciaban: “Desde la ciudad de los palacios a la Torre Eiffel, todos viajan con petacas de Miguel”, se referían a Miguel Fernández, “rey de las petacas y coco de los petaqueros”. Proveniente de Santander, España, este empresario sólo había terminado la primaria cuando llegó a la ciudad de México en 1916; tenía 13 años recién cumplidos.

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El mayor de ocho hermanos dejó a su familia, que se dedicaba a cuidar ganado, para probar fortuna en América. Nada más llegar, empezó a laborar con unos tíos en la camisería El Águila, donde aprendió varios oficios. Se entregó de tal forma al trabajo que todos los días de la semana podía encontrársele en la tienda.

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Una tarde de domingo que toreaban Sánchez Mejía y el califa de León (Rodolfo Gaona), sin permiso dejó su puesto. Al volver de la corrida, sus tíos le metieron tal reprimenda que él se sintió profundamente dolido y buscó un nuevo oficio.

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Gracias al apoyo económico de los hermanos Fernández Díaz, dueños de Ebesa (una fábrica de equipajes y artículos de piel) echó a andar un negocio llamado Plus Ultra. Así, en 1925, Miguel Fernández inició –en la calle de Allende número 2–, su primera aventura empresarial vendiendo petacas y bolsos.

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Sus inicios fueron muy audaces. Su olfato para el comercio y su don de gente le abrieron paso. Su gran secreto consistía en que conocía muy bien el poder de la publicidad.

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En 1930, justo después de casarse, abrió la tienda Numancia, en la esquina de 16 de Septiembre y Bolívar. El eslogan era: “Para petacas... las mías.”

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Contrario a lo que se esperaba, tras su boda no se fue de luna de miel. Desde muy temprano paraba los tranvías y camiones para regalar monederos. “Numancia ganó fama al momento”, cuenta Manuel Fernández, hijo del fundador, quien hoy está a cargo de la empresa junto con sus hermanos.

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En 1936 decidió mudar la tienda a la esquina de Tacuba y Allende. Fue entonces cuando la firma se convirtió en “El coco de los petaqueros. Para petacas... las de Miguel.”

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“El cambio respondía a que esas eran las calles por las que entraban todos los tranvías y camiones que llegaban al Centro. Por el tráfico de gente, consideró que esa esquina incrementaría sus ventas. No se equivocaba”, recuerda su hijo.

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A mediados de los 50  el negocio empezó a crecer exponencialmente. Para entonces, Miguel Fernández ya era conocido como el rey de las petacas.

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“Tenía gran personalidad. Era un hombre muy dinámico y serio en sus compromisos, pero al mismo tiempo dicharachero. Su gran virtud era la creatividad: él mismo inventaba los lemas que usaba en los comerciales”, cuenta Miguel, otro de sus hijos, quien también trabaja en la compañía.

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El coco de los petaqueros llegó a tener hasta nueve tiendas; hoy sólo quedan seis, pues el negocio ha bajado a causa de la competencia con la mercancía china, los ambulantes y el crecimiento de los centros comerciales.

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Sin embargo, los hijos y nietos de Fernández mantienen vivo el negocio que el rey de las petacas atendió hasta los 90 años.

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