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El coletazo del dragón

Con la creciente crisis de Asia y sus repercusiones en México se ha comprobado, una vez más, que l
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

En las últimas semanas, los mercados financieros internacionales volvieron a registrar una gran volatilidad, impulsados por operaciones especulativas en Hong Kong. En un mercado global, en el que los inversionistas pueden mover sus capitales de un país a otro casi instantáneamente, México no escapó a esos disturbios. Estos acontecimientos no son ajenos a las políticas impulsadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), que se aplican estrictamente en muchas regiones del mundo, así como en México. Aunque no se puede prever la duración y magnitud del ajuste, sí parece posible delinear algunas de sus consecuencias.

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ANTECEDENTES INMEDIATOS
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Como se recordará, desde mediados de año países como Tailandia, Malasia e Indonesia, entre otros, iniciaron un proceso de ajuste en las monedas de la región. Debido a que habían registrado un fuerte deterioro en su competitividad y crecientes déficit con el exterior, esos países tuvieron que abandonar los esquemas de paridad fija que los habían caracterizado.

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Es necesario apuntar que si bien algunas de esas economías reportaron desequilibrios y excesos en otros renglones –por ejemplo, en sus sectores bancarios y en el gasto público–, en el fondo la crisis se desató por la necesidad de recuperar su competitividad. Por otra parte, ese tipo de ajustes era previsible, en tanto que la principal economía de la región, Japón –que no tiene paridad fija–, había dejado deslizar su moneda desde niveles cercanos a los 80 yenes por dólar a finales de 1995, hasta cerca de 115 yenes por dólar en el transcurso de 1997. Eso permitió que su alicaída economía comenzara una paulatina recuperación, gracias a un aumento en sus exportaciones.

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Hong Kong, que mantiene un tipo de cambio fijo, había escapado a ese proceso apoyado en sus reservas que ascienden a más de $80,000 millones de dólares y en el compromiso de China de respaldarlo, a su vez, con sus propias reservas que suman más de $120,000 millones. Hasta antes de esta crisis, Hong Kong había basado su salud financiera en un eficiente sector de servicios y en su particular circunstancia de ser un enclave, primero como colonia inglesa y ahora como parte de China. Durante mucho tiempo la isla recibió los beneficios de ser el centro de enlace entre los flujos de capitales que se dirigían a la región –especialmente hacia China–, así como de los recursos que salían de ese gigante asiático hacia Occidente. Sin embargo, igual que los otros países de la región, había señales de que había perdido competitividad en sus transacciones internacionales, hasta que, a finales de octubre, su tipo de cambio fue objeto de un intenso proceso especulativo, que obligó a las autoridades a elevar sustancialmente sus tasas de interés, lo que generó una drástica caída en su bolsa de valores.

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Si de por sí las devaluaciones en los países de la región significaron un golpe a las políticas estabilizadoras impulsadas por el FMI y el Banco Mundial, lo que pasa en Hong Kong implica un fuerte cuestionamiento a las políticas de paridad fija tan apreciadas por los monetaristas. Sus criterios acerca de la “salud de los fundamentales” son rebasados por la realidad y de antemano se puede anticipar que, incluso en el caso de que el gobierno de la isla supere este embate especulativo, tarde o temprano tendrá que reconocer un ajuste en su paridad. Por lo pronto, la especulación ha enviado un mensaje en el sentido de que no le preocupa la estabilidad cambiaria.

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EL CASO MÉXICO
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Como se señaló reiteradas veces en este espacio, la economía nacional se recuperó aceleradamente de la crisis de 1995 gracias a una situación internacional muy favorable. De hecho, fue posible gracias a los excedentes de capital en los mercados internacionales. Por esa razón, a pesar de las afirmaciones “tranquilizadoras” de algunos funcionarios –en el sentido de que la estabilidad de la economía mexicana era firme–, la volatilidad internacional repercutió sensiblemente en México. Es importante destacar que, a diferencia de 1994, ahora la crisis se presentó antes de que las políticas de Banxico generaran presiones incontroladas; por ello no será tan difícil superar la situación.

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En poco más de una semana, el Índice de Precios y Cotizaciones (IPC) de la Bolsa Mexicana de Valores cayó desde más de 5,200 puntos hasta casi 4,200; a su vez, el tipo de cambio pasó de $7.72 pesos por dólar a $8.3 pesos, llegando a cotizarse hasta en $8.9. Por su parte, en la primera subasta de Cetes después de la crisis, las tasas de interés en estos instrumentos a 28 días aumentaron de 17.26 a 20.94%.

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Como era previsible, ante la turbulencia internacional se observó una gran sobrerreacción de los agentes económicos. No se debe olvidar que durante el tiempo que logró sostener la estabilidad cambiaria, el banco central indujo a las empresas a adquirir créditos en dólares; cuando se presentó el ajuste, esas empresas salieron apresuradamente a comprar divisas para poder cubrir sus compromisos.

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Ya se había comprobado en 1994, y se demostró una vez más en esta ocasión, que la estabilidad “amarrada” a los capitales foráneos, tan pregonada y obsesivamente buscada por Banxico, sólo permite periodos de aparente recuperación. Al depender de la posibilidad de atraer mercancías subsidiadas con un tipo de cambio barato, realmente se impide la consolidación de la producción interna. Cuando faltan los capitales foráneos se encuentra con que la estabilidad no estaba basada en fuerzas internas.

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No obstante, cabe recordar que, a diferencia de 1994, buena parte de la estabilidad que caracterizó al país hasta antes de la crisis, se apoyó en la emisión de deuda a plazo. Ese hecho limita el efecto que pudiera tener en los indicadores económicos el movimiento de los capitales especulativos. Por fortuna, las presiones que se habían acumulado en el tipo de cambio apenas justificarían una devaluación cercana a 15%; de hecho, los agentes económicos consideraban como deseable una baja de 10% en el tipo de cambio, para ubicarlo cerca de $8.5 pesos por dólar. Además, hasta septiembre la balanza comercial con maquiladoras todavía presentaba un superávit de $1,840 millones de dólares.

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De cualquier modo, a corto plazo es previsible un aumento en las tasas de interés y un ligero repunte de la inflación, pero en condiciones más sanas y predecibles de las observadas con la “estabilidad” de Banxico; las nuevas condiciones podrían dar más confianza a las inversiones productivas.

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LO QUE SE PUEDE ESPERAR
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En primer lugar vale explorar si la crisis ya tocó fondo o es parte de un ajuste mayor en los mercados internacionales.

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Aunque ya se observó un “rebote” en los mercados de valores, puesto que los inversionistas aprovecharon las “gangas” en los precios de las acciones, persiste el riesgo de que el ajuste que se observó en los países asiáticos sea el inicio de un profundo cambio en los mercados internacionales, comenzando por los mercados financieros y desembocando en los mercados de bienes y servicios. En los últimos años, la globalización ha abierto grandes oportunidades, pero también ha generado fuerzas que podrían llegar a ser incontrolables con los instrumentos del mercado:

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* Se observa un creciente divorcio entre el comportamiento de los circuitos financieros y los circuitos productivos. -Se advierte una tendencia hacia la consolidación de economías regionales, en un esquema que pudiera afectar el esquema basado en el dólar como la moneda universal. No se debe olvidar que el 1º de enero de 1999 deberá comenzar a operar la moneda única europea, que servirá también como instrumento para constituir reservas, desplazando al dólar de su función hegemónica. Ese hecho tiene tanta importancia y ha influido tanto en el comportamiento y las decisiones europeas, que incluso si no se cumple el calendario para el nacimiento del Euro, de todas manera se deberán esperar cambios.

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* La creciente participación de China e India en los mercados internacionales todavía dará de qué hablar.

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Por otra parte, es muy probable que la especulación que puso a prueba la eficiencia y el potencial económico –así como las enormes reservas de Hong Kong y China–, encuentre que Brasil y Argentina, otros dos países que todavía operan con un esquema de paridad casi fija –aparte de Hong Kong–, tienen una posición más vulnerable. Eso daría lugar a un remezón que volvería a afectar a los mercados de la región.

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En el contexto actual, la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) se encuentra ante la encrucijada de qué hacer. Si en su reunión del 12 de noviembre decide no aumentar las tasas y deja que los recursos se sigan acomodando conforme las directrices del mercado, el exceso de liquidez empujará las tasas a la baja, acelerando la demanda y un mayor déficit comercial en ese país y –eventualmente– un aumento de la inflación. Si incrementa las tasas contribuirá a fortalecer al dólar, obligando al resto de los países a adoptar una medida semejante para evitar la salida de capitales, pero también dando lugar a un incremento del déficit en su balanza comercial. Además, es previsible que al devaluarse las monedas de Asia, la Fed pierda una de las fuentes de superávit que le permitía compensar sus déficit con China, Japón y Europa.

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Para México, independientemente de que la crisis se prolongue o no, el ajuste que ya se observó en las economías asiáticas plantea un nuevo reto. Al devaluar sus monedas con respecto al dólar, esos países han ganado capacidad competitiva y podrían desplazar a los productos mexicanos del mercado estadounidense. Además, dependiendo del rumbo que tomen las tasas en el corto plazo, se podrán seguir captando o no recursos baratos. Si las tasas suben, ya no será tan fácil mantener la paridad cuasifija. Si no se incrementan las tasas, entonces los recursos externos se deben aprovechar –con prudencia– para fortalecer la planta productiva, no para “estabilizar”.

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UNA CÁTEDRA
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En la concepción de las recientes administraciones gubernamentales se ha insistido en forma obsesiva, casi dogmática, que la estabilidad es la condición que garantiza el desarrollo de la economía y el bienestar de la población. Desafortunadamente, en su pretensión de alcanzar la estabilidad se han apoyado en recursos externos y han olvidado que ésta depende realmente de la productividad y la competitividad de las unidades productivas y la sociedad en su conjunto. Por eso, los resultados que se han alcanzado no son muy positivos: amplios sectores de la población han sido desplazados, es evidente el crecimiento de la miseria extrema, hay más polarización de los ingresos, se tiene una economía informal descontrolada y, en cambio, se consolida la violencia eficientemente organizada.

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Sin embargo, para justificar sus políticas, el pasado gobierno, la actual administración y el Banco de México han abusado de la confrontación de los elementos de la realidad social con las cifras económicas: frente al “mito fantástico” del desempleo, como dijo hace unos años el ex secretario de Hacienda, Pedro Aspe, se ha señalado el crecimiento de la producción, la baja inflación y el aumento de la inversión. En numerosas ocasiones se advirtió que esos logros no eran muy sólidos y, sobre todo, estaban atados a un entorno internacional que en cualquier momento podía cambiar. Y cambió y podría seguir cambiando.

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Por supuesto, no faltarán los funcionarios de Banxico y los monaguillos del libre mercado que, como ocurrió con la crisis de 1994, pretendan vincular los presentes disturbios económicos a la factores extraeconómicos –fue porque Hong Kong pasó a manos de China; es que la oposición ganó el Congreso en Argentina; se debió a que el PAN y el PRD no aceptaron la propuesta de Hacienda–. Difícilmente entenderán que la economía no está hecha por robots y que a pesar de que suponen una economía global sin fronteras ni soberanías, otros países sí tienen claro que sus esfuerzos son a favor de sus ciudadanos y, además, están obligados a responder por ello.

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Pero, por más que quiera Banxico, lo que está ocurriendo no se puede atribuir a factores extraeconómicos. La especulación en las bolsas de valores y con divisas es algo totalmente económico y legal. Lo que sí es cuestionable e irresponsable es que se apliquen políticas que premien esa especulación y además le den gran potencialidad.

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Por lo pronto, sería una gran irresponsabilidad no asumir estos acontecimientos como otra lección más acerca de la vulnerabilidad que genera para México el seguir las políticas que tienen como objetivo lograr la estabilización a toda costa y permitir el libre flujo de capitales especulativos. Lejos de seguir por ese camino que frena el desarrollo de las cadenas productivas, se debe iniciar un análisis, “sin dogmas”, acerca de qué se tiene que hacer para crear el mejor ambiente para los negocios, para que se instalen nuevas empresas en este país que requiere generar fuentes de empleo aceleradamente. También se debe definir qué tipo de negocios se quieren y qué beneficios se puede esperar de ellos. Por ejemplo, no se debe permitir que Pemex siga con sus políticas de despilfarrar materias primas que se procesan en el exterior, mientras que se encuentra obligado a importar gasolinas.

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Asimismo, es necesario tener claro que para un país en donde un alto porcentaje de ciudadanos ha vivido en una economía deprimida durante casi 20 años, no basta con reconocer el riesgo de que la presente crisis provoque una depresión mundial; se requiere tomar las medidas necesarias para que eso afecte lo menos posible a México.

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Será necesario considerar los cambios en el mundo. Por ejemplo, la decisión de Francia de reducir la jornada laboral con el propósito de generar más empleos es una medida que sin duda fortalece otras iniciativas a favor del bienestar humano que tuvieron origen en Europa, y que podrían dar lugar a una discusión internacional acerca de cuáles deben ser los beneficios de la tecnología y la globalización. México debería participar activamente en un debate con el objetivo de aumentar la colaboración entre los países y reducir el efecto de la competencia irracional.

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Mientras no se dé un acuerdo, debe quedar claro que es el momento para que México cambie estrategias, para que sea el que gane mercados y genere empleos para sus ciudadanos. Ojalá se dejen a un lado los “dogmas” y se entienda la lección, porque nadie puede estar seguro que ésta que pasó fue la última o la más grave de las cátedras que da el mercado.

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