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El eterno femenino

No hay palabras para describir el estado de mi jefe: camina abstraído, se espanta con facilidad, mi
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

No soy feminista y (perdón, pero quizá sea necesario repetirlo) tampoco soy feminista. La doble aclaración pretende no sólo dejar en claro mi particular posición sobre el asunto, sino también limitarla para que conste que el no ser feminista no se traduce, de manera necesaria e inmediata, en ser un misógino, un cerdo sexista y una versión muy noventas del mítico macho mexicano. Sé que muchas (y algunos más) no van a estar de acuerdo, sé que raya en lo “políticamente incorrecto” (moda anglosajona, por cierto) y que, así de sopetón, parece innecesaria.

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Señoras y señores del jurado: si me hubieran preguntado si estoy dispuesto no sólo a trabajar con mujeres sino a reportar a una, juro que no habría puesto ninguna objeción. Desde mi más tierna infancia vivo rodeado de tías, abuelas, hermanas y amigas, por lo que las supuestas diferencias entre los sexos son para mí, más bien, un asunto abstracto, que entiendo sólo indirectamente. Infancia es destino, dijo cierto psicoanalista mexicano.

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No es que las coloque abajo o arriba, ni que las imagine en un nicho celeste e inalcanzable o recluidas en la cocina. Desde niño aprendí (con dolor) que las mujeres son diferentes y que su misterio se esconde en esa diferencia. Por lo demás, no todas son iguales y no hay nada que las haga a todas musas, arpías, víctimas o esposas al parejo. Lo que me consta es que son más fuertes y más tenaces y que siempre consiguen lo que se proponen. Es más, estoy seguro de que las mujeres son el siguiente paso en la evolución de la especie; y más que las mujeres en general, me refiero aquí a las mujeres ejecutivas.

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Lo malo es que, en esto de reportarle a una mujer, ni me han preguntado mi opinión, ni se la pidieron a mi jefe. Y ahora él tiene por jefe a una jefa y trae todos los cables cruzados. No hay palabras para describir de un plumazo su estado: camina abstraído, se espanta con facilidad, cambia constantemente de opinión, se encierra en su privado y mira al vacío, verifica 100 veces la misma cifra, pospone juntas o cita a reuniones sin minuta, ya se ha reportado enfermo dos veces en la última semana y se ve que repasa mentalmente cada línea de los memoranda enviados a los altos mandos. Para quienes lo conocemos de más tiempo –su secretaria y un servidor– resulta claro que es presa de una especie de horror pánico, de esos que en la infancia suelen producir las pesadillas y, ya en la edad madura, son frecuentes en los hombres cuando se van a casar o cuando tienen un hijo.

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Y a lo mejor a mi jefe no le faltan razones para andar tan asustado. Desde el momento mismo en que le comunicaron el cambio no fue el mismo. Pero la primera vez que lo vi abstraído fue después de su primera reunión con su jefa, en la que tenía que explicar el estado del departamento, los productos que genera y la manera como ha operado hasta hoy. Tras su exposición, su jefa le preguntó algo así como: “¿Cuáles son los objetivos de su área para los próximos tres años?” Como mi jefe contestó alguna obviedad, la mujer montó en cólera y cuestionó cada uno de los puntos que él había expuesto, rechazó diagnósticos y procedimientos y hasta le prohibió que siguiera pidiendo el café a su secretaria.

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“Las mujeres piensan distinto –le contesté–, será cosa de agarrarle el modo...” Ni siquiera me escuchó, salió como rayo luego de que su secretaria entró para avisarle que la jefa lo había mandado llamar de urgencia. Regresó aún más abatido y sigue en ese estado.

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¿Cuál es la causa de tanta congoja? La verdad la supe al cabo de una semana: la versión extraoficial (según la secre) es que, hace muchos años, el jefe y su jefa (que entonces habrían tenido no más de 15 y no menos de 13 años) fueron novios. Habrán durado en esa situación unos días: mi jefe jura que ella lo “cortó” y al adolescente que entonces era le costó semanas superar el trance.

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¿Entienden ahora, señoras y señores del jurado, la terrible situación? ¿Quién más si no una mujer puede provocar tales efectos? Con su fuerza de carácter y claridad de objetivos, con su traje sastre oscuro y su pluma fuente tamaño submarino, esta ejecutiva es dos veces culpable de convertir las ilusiones de un hombre en pesadillas. Una nueva duda lo agobia desde ayer: es posible que, en el recuerdo de ella, él la hubiese mandado a “freír espárragos”. ¿A quién le sorprende que no pueda pegar el ojo?

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