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El juramento

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

El juramento
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¿Qué dicen los hombres cuando hablan de amor? Una infinidad de cosas... y todas ellas huecas. Eso es lo que trata de demostrar -El juramento (The Brothers McMullen ), una joyita que nos llega a México más de un año después de que fuera premiada en el prestigioso Festival de Sundance y tras haber cosechado elogios en todo el planeta —ha sido la película de habla inglesa más rentable del año pasado—.

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¿Su autor? Edward Burns, un chavito neoyorquino quien, con la ayuda de unos cuantos amigos y familiares —su padre produjo la película— ha escrito, dirigido y protagonizado una obra que logra algo insólito: hacer que Woody Allen y John Ford convivan alegremente en el angosto espacio de un rollo de celuloide.

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Al igual que en las comedias urbanas de Allen (Annie Hall, Manhattan, Hannah y sus hermanas), los personajes de Burns deambulan por Nueva York empantanados en una incesante diarrea verborreica que da pábulo a sus obsesiones personales acerca del amor, las relaciones familiares y la religión —sólo faltó la muerte para que el cuadro referencial al genio neo­yorquino se completara—.

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Al igual que en las comedias rurales de Ford (El hombre tranquilo), los -protagonistas de la cinta son irlandeses testarudos y amantes de la cerveza, bocones y algo primitivos en su naturaleza. Les encanta pregonar a voz en grito su virilidad y los rígidos principios que los animan, para finalmente renunciar a ellos en cuanto las mujeres —mucho más -discretas, pero también mucho más fuertes y decididas— hacen notar su presencia.

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De la acertada mezcla de los estereotipos de estos dos maestros del séptimo arte resulta, obviamente, una delicia: con una naturalidad pasmosa, Burns consigue poner en boca de hombres inflexibles y rudos reflexiones que hasta ahora parecían exclusivas del ámbito femenino. Ayudado de diálogos incisivos y chispeantes de humor, el director ha apuntalado una de las mejores lucubraciones costumbristas acerca de las relaciones de pareja que se hayan presenciado en pantalla desde -Maridos y esposas, del ya mencionado Allen.

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Existe, no obstante, una sola nota discordante, leve, pero a reseñar: Burns, al encarnarse como el protagonista Barry, un talentoso guionista a punto de filmar su primera película —incluso la guapa Maxine Bahns, quien funge como novia, es su auténtica -pareja en la vida real—, no ha podido evitar la referencia autobiográfica, algo que, por ser absolutamente superfluo, se emparenta más a la típica tentación adolescente de llamar la atención —constante en la mayoría de los jóvenes autores— que a una verdadera necesidad del creador de ficciones maduro. Hubiera bastado con pintarse como escritor para que la -referencia no fuera tan obvia y, por lo tanto, tan gratuita.

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Pero eso es realmente una nimiedad de exquisito -puntilloso: El juramento es una película que rebosa simpatía, frescura e inteligencia —léase talento—, repleta de personajes emotivos —esto es: sin la necesidad de caer en los prototipos lacrimosos y caricaturescamente entrañables de las más recientes comedias italianas— y situaciones enternecedoras —nunca cursis—. Así sucede cuando un hombre de carne y hueso, alentado únicamente por su curiosidad e inquietudes personales, agarra la cámara para contarnos cosas relativas al amor: en esas condiciones, es casi imposible que alguna de ellas suene a hueco.

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