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El nuevo

Víctima de la educación Montessori o de un terapeuta al que se le pasó la mano
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Llegan olorosos a Carolina Herrera, con sus trajes de Hugo Boss -y sus corbatas de Zegna, la camisa de un blanco inmaculado, los anteojos -de Armani y, por supuesto, las “discretas” mancuernillas. Son los nuevos: -jóvenes recién egresados de la universidad, inconfundibles por sus portafolios -vacíos y porque, al menos la primera semana de trabajo, obedecen en todo y -hacen sus tareas con orden preciso. Al verlos así, pienso que Dios existe.

- Pero este milagro sólo dura una o dos semanas. Tras el breve periodo de -armonía, nuestro novísimo yuppie se transforma, casi de la noche a la -mañana, hasta convertirse en una variante más de la suegra prototípica. -¡Qué digo la suegra! (¡Perdonen la imprudencia, gentiles señoras!) Se -convierten en ellos mismos: chamaquitos arrogantes, insolentes, bilingües e -ignorantes; seres ambiciosos que podrían tragarse el mar de un buche. Sólo hay -algo peor que un joven ejecutivo, y ese es el joven casabolsero: variante -financiera de nuestro recién egresado, que en su delirio –provocado por una -sobredosis de teorías económicas de la Escuela de Chicago– confunde el Paseo -de la Reforma con Wall Street y a los limosneros con homeless de la calle -42.

- OK, OK, exagero. Pero permítanme, entonces, contar la historia de nuestro -nuevo, que ya cumplió un mes de haber ingresado a trabajar en nuestra empresa.

- Llegó temprano. Según los policías, desde las 7:30 am daba vueltas como -león enjaulado enfrente del edificio. A las 9:00 am, cuando la secretaria -llegó a la oficina, el nuevo ya estaba ahí. A las 10:00 am, me habló el jefe -para decirme que estaba atorado en una junta y que me encargara del nuevo (se -refería, comprendí, al bulto que arrugaba su perfecto traje Príncipe de -Gales en el sofá de la sala de espera).

- Fui a él, me presenté, lo presenté con la secre, le expliqué que el jefe -bla-bla-bla y que le asignaría un lugar. “¿Dónde te gustaría estar?”, -pregunté, ingenuo. Con su flaco portafolios en una mano, su agenda electrónica -en la otra, el nuevo oteó a su alrededor, fijó la mirada en la amplia oficina -del jefe –la de mejor iluminación, con doble ventana y “vista a la bahía”– -y con voz clara dijo: “Yo quiero esa oficina”. La secre y yo nos miramos, lo -miramos y, sin decir palabra, pensamos lo mismo: “Este cuate está loco o es -muy ocurrente.”

- Pero no bromeaba: esperaba tener esa oficina. Quiero suponer que nuestro -amigo es una víctima más de la educación Montessori o de un terapeuta -inexperto que, en su afán por fortalecerle el ego, se le pasó la mano.

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- Algo anda mal en nuestro sistema educativo porque estos muchachitos llegan -exigiendo sueldazo, seguro médico, automóvil, vales de gasolina, gastos de -representación, tres semanas de vacaciones y hasta opción a acciones. A -cambio, ofrecen sus brillantes títulos de licenciatura y maestría, cero años -de experiencia en el mundo real, el peor castellano y un inglés perfecto, con -ligero acento oxfordiano. Voy a sonar como abuelito, pero en mis tiempos, uno -estaba más que feliz con tener trabajo.

- El caso es que, del mejor modo, le aclaré que, “por el momento”, esa -oficina estaba ocupada y lo mandé, con portafolios y agenda, al rincón más -oscuro del piso. “Es temporal”, le advertí, “mientras desocupan la otra -oficina.”

- Cuando le conté la anécdota, mi jefe no paraba de reír. Pero el muy ladino -consideró que yo tenía “buena mano” para domesticar al nuevo, así que -decidió encargármelo. No obstante, las siguientes dos semanas fueron ideales: -diligente y perfeccionista, el nuevo hacía todo lo que le ordenaba, lo -entregaba a tiempo y sin errores. Por mi parte, ya no sabía qué hacer con -tanto tiempo libre.

- A las dos semanas, vino la pesadilla. El nuevo comenzó por criticar -el mobiliario, después cuestionó cada uno de los procesos del departamento, -luego fue que mis responsabilidades no justificaban mi puesto e, incluso, en la -primera junta con vicepresidentes a la que asistió, llegó a reprocharle al -jefe la baja productividad de “su gente”. La secre tampoco se salvó y la -obligó a cambiar todos los formatos de cartas y de memoranda.

- Para colmo, el nuevo se ha convertido en “íntimo” del jefe de mi -jefe. Ya no sabemos qué hacer. Nuestras opciones van de la renuncia en masa al -asesinato, pasando por una consulta a cierto brujo de Catemaco. Yo voy -coleccionando cabellos, pedazos de uña y hasta una fotografía del nuevo. Uno -nunca sabe.

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