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El otro costo del oro

El precio del metal es el más alto en los últimos 17 años, pero la contaminación que provoca su
mar 20 septiembre 2011 02:55 PM

Siempre ha habido un elemento de locura en la atracción que provoca el oro. Durante miles de años, algo en el metal eternamente brillante ha llevado a las personas a los límites del deseo: a tenerlo y acapararlo, a matar o conquistar por él, a poseerlo como un amante.

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A principios del siglo XVI, el Rey Fernando de España sentó las prioridades mientras sus conquistadores se embarcaban hacia el Nuevo Mundo. “Obtengan oro”, les dijo. “Humanamente, si es posible, pero a cualquier costo, obtengan oro”.

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En esa larga y tortuosa historia, el oro ha alcanzado hoy un nuevo momento de oportunidad y peligro.

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El precio del oro alcanzó su mayor punto en 17 años, hasta 18 dólares por un gramo. Pero gran parte del oro que aún queda por ser extraído es microscópico y es arrancado de la tierra con un elevado costo ecológico, con frecuencia en algunos de los rincones más pobres del mundo.

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Y, a diferencia de anteriores fiebres del oro, ésta no está relacionada con dotar a imperios, con la economía o con la moneda. Se trata casi totalmente de la enorme demanda de joyería en lugares como China e India, en donde se consume 80% o más del oro extraído en la actualidad.

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La extravagancia del momento provoca una tormenta entre grupos ecologistas y comunidades cercanas a las minas, y obligan incluso a algunos en empresas como Tiffany y a las mineras más grandes del mundo a confrontar incómodos cuestionamientos acerca del verdadero costo de extraer el oro.

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“El mayor desafío que enfrentamos es la ausencia de una serie de estándares definidos con claridad y ampliamente aceptados para la minería ambiental y socialmente responsable”, dice Michael Kowalski, presidente de Tiffany, quien muestra un anuncio de plana entera publicado el año pasado, instando a los mineros a poner en práctica reformas “urgentemente necesarias” para prácticas que encuentran cada vez mayor resistencia.

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Consideremos un anillo de boda. Para sus 28 gramos de oro, los mineros excavaron y acarrearon 27 toneladas métricas de roca y la rociaron con cianuro diluido, que separa el oro de la roca.

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Antes de terminar, los mineros en algunas de las minas más grandes mueven casi medio millón de toneladas de tierra diariamente, la apilan en montones que pueden rivalizar con las Grandes Pirámides, y bañan la mina con una solución tóxica durante años. Las cicatrices de la minería a esta escala son duraderas.

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Visitas a minas de oro en el Oeste de EU, en América Latina, África y Europa ofrecen una rara mirada al seno de una industria aislada con un polémico legado ecológico y un futuro incierto. Algunas minas de metal de roca dura, incluyendo el oro, se han convertido casi en el equivalente de tiraderos de desperdicios nucleares que deben ser atendidos a perpetuidad. El costo de limpiarlos podría ascender a 54,000 millones de dólares, estimó el año pasado la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos.

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Mientras los costos y el escrutinio de la minería crecen en los países ricos, donde las mejores vetas se han agotado, 70% del oro es extraído en países en desarrollo, como Guatemala y Ghana. Es allí  donde se libra la verdadera batalla por el futuro del oro.

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Las compañías de oro aseguran que crean buenos empleos, que cuentan con reglas ambientales más estrictas y con tecnologías probadas. Con la ayuda del Banco Mundial se han abierto enormes minas que prometen el desarrollo, mientras los gobiernos reciben con agrado esta inversión. Sin embargo, grupos ecologistas afirman que las empresas extraen el metal en formas que no serían toleradas en naciones más ricas, arrojando toneladas de desperdicio en los ríos, bahías y océanos.

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La gente que vive más cerca de las minas dicen que ven muy pocos beneficios en la minería y soportan una gran parte de su carga. En Guatemala y Perú, las personas han realizado protestas para expulsar a los mineros. Otras comunidades llevan a las compañías ante las cortes.

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Este mes, una provincia de Filipinas demandó a la quinta mayor compañía de oro del mundo, Placer Dome (Canadá), alegando que arruinó un río, una bahía y un arrecife de coral al arrojar supuestamente suficientes desperdicios para llenar una caravana de camiones que daría tres veces la vuelta al mundo. Placer Dome respondió diciendo que ha “contenido el problema” y que gastó 70 mdd en ponerle remedio y 1.5 millones más para compensar a la población local.

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Algunos en la industria se preguntan si vale la pena el costo –para el ambiente, para ellos mismos y su reputación– de extraer oro, que genera más desperdicios por gramo que cualquier otro metal, pero tiene pocos usos industriales.

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La mayor minera del mundo, BHP Billiton (Australia), vendió su rentable mina Ok Tedi en Papúa Nueva Guinea en 2001, tras haber destruido más de 970 hectáreas de selva tropical y un importante río. Al marcharse, la compañía declaró que la mina “no era compatible con nuestros valores ambientales”.

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Luego de duras lecciones, otras empresas como Newmont Mining, el mayor productor de oro del mundo, pagan nuevas escuelas, clínicas, viviendas y plantas de tratamiento de aguas, empeñándose más en aliviar los problemas sociales en torno a sus minas.

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“No creo que ninguno de nuestros miembros desee ser asociado con una mala operación; sin importar que lesione su capacidad de abrir nuevas instalaciones”, afirmó Carol L. Raulston, vocera de la Asociación Nacional de Minería. “Las noticias se propagan rápidamente por el mundo en estos días, y no hay dónde esconderse”.

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Kowalski, el presidente de Tiffany, ha intentado anticiparse a la controversia. Pero ahora, los viejos métodos han encontrado una nueva prosperidad. Los nuevos ricos consumidores que hacen fila en los centros comerciales de Shangai y los bazares de Mumbai, hicieron elevar las ventas de joyería hasta alcanzar un récord de 38,000 mdd este año, de acuerdo con el Consejo Mundial del Oro.

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Las ventas se dispararon 11% en China y 47% en India, un país con 1,000 millones de habitantes cuyo apetito al parecer insaciable de oro (para joyería, templos y dotes) lo ha vuelto tradicionalmente el mayor consumidor de oro.

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Amrita Raj, una novia hindú de 35 años, compraba el ajuar para su boda un sábado reciente en Nueva Delhi. Ese día compró su vestido de novia, con su respectivo collar de oro, aretes del mismo material y dos juegos de brazaletes. Asimismo, por el honor de la familia, los parientes políticos tendrían que recibir obsequios de oro: un ‘conjunto ligero’ para la suegra, además de un anillo o reloj de oro para el novio, y aretes para una cuñada. “Sin oro, no es una boda, al menos no para los hindúes”, afirmó Raj.

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En una gran operación en Yanococha, una enorme mina en el norte de Perú dirigida por Newmont, las verdes colinas se han convertido en arenosas mesetas. Las montañas fueron dinamitadas, acarreadas por camiones del tamaño de casas y amontonadas en grandes pilas de mineral. Estas nuevas montañas hechas por el hombre están bordeadas por mangueras de irrigación que, silenciosamente, vierten millones de galones de solución de cianuro durante años. El cianuro disuelve el oro para que pueda ser separado y fundido.

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En sitios como Yanacocha, un gramo de oro se encuentra disperso en una tonelada métrica de mina. Pero, para obtener ese oro, deben ser removidas muchas más toneladas de tierra, que después es abandonada en montones de desperdicio.

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El cianuro no es la única opción. Por ejemplo, Freeport-McMoRan, de Nueva Orleans, que explota el mayor depósito de oro en lo alto de las montañas de Papúa Occidental, usa otras sustancias químicas. Pero muchos mineros consideran el cianuro como la manera más efectiva y barata de extraer microscópicos granos de ‘oro invisible’. Los márgenes de ganancias son demasiado pequeños, afirman, y el oro que queda en el mundo es demasiado escaso para no extraerlo de cualquier otra forma.

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Aun así, gran parte de esas masas de roca, expuestas a la lluvia y el aire por primera vez, son la fuente de la bomba de tiempo multimillonaria de la minería. El sulfuro en las rocas reaccionará con el oxígeno, creando ácido sulfúrico.

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Dicho ácido contamina y también libera metales pesados como el cadmio, el plomo y el mercurio, que son dañinos para las personas y los peces, incluso en bajas concentraciones. La reacción en cadena puede continuar durante siglos.

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Muchos funcionarios de la industria, renuentes a pronunciar la palabra “contaminación”, aseguran que mucho de lo que dejan atrás no es desperdicio, sino roca resquebrajada. Las minas mejor administradas reclaman la tierra, aseguran, cubriendo las pilas de roca con tierra y usando limo para tratar de evitar la generación y fuga de ácidos.

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Sin embargo, detener la contaminación para siempre es difícil. Incluso las pilas de roca que son cubiertas, en un intento por evitar el aire y la lluvia, pueden liberar contaminantes, en especial en climas húmedos.

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Además, el cianuro puede crear problemas a largo plazo. La mayoría de los científicos coinciden en que el cianuro se descompone rápidamente a la luz del sol y no es peligroso si se encuentra muy diluido. Pero un estudio realizado por la Oficina Geológica de Estados Unidos en el año 2000 establece que el cianuro puede convertirse en otra formas tóxicas y persistir, especialmente en climas fríos. Y de la misma forma en que el cianuro disuelve el oro de la roca, libera también metales peligrosos, especialmente mercurio.

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Asimismo, han ocurrido importantes accidentes con el cianuro. Desde 1985 hasta 2000, más de una docena de reservas que contenían desperdicio mineral bañado en cianuro se desplomaron, según el Programa Ambiental de las Naciones Unidas.

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El peor desastre ocurrió en Rumania en 2000, cuando los desperdicios de una mina se derramaron hacia un tributario del Río Danubio, matando a más de 1,000 toneladas de peces y despidiendo una nube de cianuro que llegó a 2,500 metros en el Mar Negro.

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Ese derrame llevó a llamados a que la industria del oro mejorara el manejo del cianuro. Luego de cinco años de discusiones, la industria reveló en meses recientes un nuevo código. Establece estándares para mover y almacenar el cianuro y llama a las compañías a someterse a inspecciones por parte de un nuevo organismo creado por la industria. Pero el código para el cianuro es voluntario, y no es impuesto por el gobierno.

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Derechos reservados The New York Times

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