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El poder tras el trono

Al verlas me pregunto para qué se necesitan jefes, si ellas mismas lo son.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Casi nadie repara en ellas y muy pocos están conscientes del poder absoluto que reposa en sus manos. Muchos de los que se plantan ante ellas, ni siquiera se imaginan ante quién están tratando cuando les contestan la llamada, les sirven el café, les indican dónde está el baño y los pasan al privado.

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Bien visto, creo que se trata de una verdadera mafia que vive insertada en el corazón mismo de todas las empresas y los organismos de gobierno –aunque ahí puede ser peor, pues sin que nadie lo haya notado nunca han pasado a formar parte del aparato de Estado: son como un cuerpo de policía que tiene el monopolio de la violencia psicológica con tintes de legalidad-, son como una nomenklatura de bajo perfil, como los dinos del PRI antes de que se les descompusiera tanto su Parque Jurásico.

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Al verlas (porque todos los miembros de esta secreta organización son mujeres, vayan a saber si se trata de una coincidencia) sentadas tras sus atildados escritorios, me pregunto para qué se necesitan jefes, si ellas mismas, las secretarias –que alguna regla no escrita del lenguaje “políticamente correcto” las llama “asistentes”–, son los jefes de-facto, son los capo di tutti capi (o más bien, las cape di tutti capi). Cualquier semejanza con organizaciones criminales no es ninguna coincidencia.

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¿Creen que exagero? Intenten pasar directamente a la oficina de cualquier alto ejecutivo sin antes sonreírle y hacerle los honores a su secretaria. Imposible: antes se podría entrar a Los Pinos (cosa de niños, dada la desorganización de nuestros aparatos de seguridad) con una Uzi recortada o a las bóvedas de la Reserva Federal en Nueva York con un carrito de súper. ¿Desean un peor escenario, más cercano a la realidad corporativa de todos los días? Intenten ganarse la confianza de un cliente potencial, haciendo todo lo que el protocolo indica: invítenlo a jugar golf, llévenselo con cualquier excusa de viaje a Nueva York, invítenle una cena estupenda en Mortons, organícenle una noche tipo “livin la vida loca” (table-dance incluido), mándenle flores a su mujer... Será inútil: sin el Vo.Bo. de la secre, estarán perdidos.

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Eso sí, las secres también tienen su lado oscuro... y cuidadito con hacerles una grosería, no saben en la que se meten: el Padrino es un alma de Dios al lado de estas Madrinas. Seres terribles y siniestros, aunque aparentemente inocentes y puros, las secres son capaces de hacer quebrar corporaciones enteras con tan sólo soltar un chisme o hacer una indiscreción. Un movimiento en falso, una contestación de mala manera, una mínima falta de atención, y el pelado de marras ya está muerto, frío, es de hecho un cadáver móvil que se ha cerrado para el resto de la eternidad la puerta que da acceso al privado del jefe de esa secretaria; muy probablemente, se la ha cerrado en cada oficina de cada uno de los ejecutivos de esa misma empresa. Y, ¿quién lo sabe?, quizá también de otras oficinas en otras compañías.

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Mafia invisible pero real, las secretarias son como Gobernación: no se ven pero se sienten; son el poder real tras el trono... digo, tras la silla ejecutiva del director. Son la mafia de “las manitas” –por aquello del “Qué pasó, man’ta”, “¿Cómo estás, man’ta”, así: sin la i intermedia–.

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La semana pasada, por ejemplo, fui testigo de uno de esos episodios en los que el poder de persuasión de nuestra secre –herencia, seguramente, de un tío suyo que trabaja en la policía de tránsito del DF– se desplegó con todo su alcance. Hay un tipo que no ceja en sus intentos por entrevistarse con el jefe. No sé si intenta vendernos algo o si se le debe dinero, si busca trabajo o es un consultor despistado. El caso es que (no me pregunten por qué) le cae mal a nuestra adorada y eficiente secretaria. Y si bien el tipo se pasa las horas haciendo antesala, ayer estuvo apenas cinco minutos y “se pasó a retirar”.

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Cuando le pregunté a la secre cómo fue que se deshizo del fulano, ella sonrió levemente y me contestó: “Le hice una oferta que no podía rechazar”. No me dijo nada más. Creo que ejerció el terror psicológico, pues en vigilancia vieron al fulano corriendo detrás de una grúa de tránsito con todo y portafolio, el saco todavía puesto. El tipo no ha vuelto a poner pie en la oficina. Por supuesto, nadie sabe quién le dio el tip a los de la grúa. Yo tengo mis sospechas.  

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