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En busca de refugio

Los atentados en Nueva York llegaron en el peor momento para la economía. Y no hay muchas opciones
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Los ataques terroristas fueron acontecimientos dramáticos que tendrán un impacto político y social duradero en Estados Unidos y en todo el mundo. Al colapso de las torres del World Trade Center le siguió una aguda caída de la confianza del consumidor, y se han hecho predicciones sombrías respecto a las ganancias corporativas y al futuro económico de la Unión Americana. Si se eliminara del Producto Interno Bruto (PIB) la porción correspondiente al gasto gubernamental, resultaría negativo durante dos trimestres consecutivos. De hecho, según las disminuciones registradas hacia finales del verano, la economía se encontraba al borde de una recesión grande y rápida. El momento en que ocurrió el ataque terrorista no pudo ser peor.

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En el corto plazo, el gasto de los consumidores –que representa aproximadamente 66% del PIB–, prácticamente se está evaporando. Los viajes nacionales e internacionales se han frenado casi por completo. Tanto en la industria aeronáutica como en la hotelera y turística la pérdida de puestos de trabajo fue inmediata y enorme. Es posible que muchas líneas se encuentren en bancarrota, incluso con el apoyo financiero gubernamental. En el cuarto trimestre, el PIB será dramáticamente negativo.

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La disminución en los mercados financieros es proporcional a la de la economía. La riqueza está siendo destruida a diario y la prosperidad de los últimos 12 años desapareciendo. Los inversionistas astutos vendieron sus acciones y están pasando rápidamente a los bonos, porque al mercado de valores le desagrada la incertidumbre y usualmente "desvía" capital hacia instrumentos de renta fija a corto plazo. Puesto que las tasas de interés seguirán disminuyendo, conforme la economía se contraiga, tales inversiones tienen un considerable potencial de apreciación.

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Es posible que se hayan vendido acciones de más y no debiera sorprender que en breve hubiera una considerable recuperación a partir del nivel actual del mercado. No obstante, continúa la tendencia a la baja; las inversiones que permanecen en venta y que no se han "conservado" en renta fija podrían erosionarse mucho más. Comprar valores cuyo precio se ha reducido en un mercado a la baja sólo aumentará las pérdidas. Cada oleada de compras será seguida por ofrecimientos espectaculares, conforme las posiciones sean desplazadas por los importes más bajos. En una situación así es necesarios vender en cada recuperación y que los estrategas asesoren a sus clientes sobre el momento de salir, vender en corto y estacionar su capital en bonos.

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Regla número uno en una economía a la baja: a medida que los precios siguen decreciendo, más inversionistas se ven forzados a liquidar, lo que hace que desciendan todavía más. En tal entorno, una estrategia de comprar y conservar podría conducir a la ruina económica, en particular porque la tendencia actual promete ser profunda y prolongada. El intento de determinar cuándo se ha tocado fondo es mala táctica. Los mercados financieros indicarán claramente ese momento. Hasta entonces, hay que vender en cada recuperación y pasar el capital a valores gubernamentales.

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En tiempos de crisis el oro aumenta de precio. Sin embargo, los inversionistas reconocen que los aspectos ventajosos de este metal son limitados, puesto que no hay amenaza de inflación. A decir verdad, el peligro es una deflación, lo que significa que resulta más probable que los costos de materias primas disminuyan. Por ello los instrumentos de deuda de corto plazo seguirán siendo la inversión preferida.

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La profundidad y la duración de la reducción económica global dependerá de la magnitud de la respuesta de Washington en términos de política fiscal y monetaria. Ciertamente la reacción política y militar a los ataques ha sido rápida y decisiva. Es necesario que la económica sea igual, pero en este rubro las perspectivas no parecen prometedoras. Si bien existe un consenso entre el Poder Ejecutivo y los dos partidos políticos en el plano castrense, no ocurre lo mismo en los asuntos monetarios. El presidente de la Reserva Federal (Fed), Alan Greenspan, aconsejó que no se tome ninguna acción fiscal apresurada o determinante. En caso de atender su recomendación la recesión se agravará.

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Greenspan es culpable en gran parte de la baja de la economía: al parecer no puede decidir cuáles indicadores monitorear para adoptar sus decisiones. Hace dos años, la Fed comenzó a llamar la atención sobre un desequilibrio entre la oferta y la demanda y puso en marcha una orientación restrictiva. Sin embargo, la curva de rendimiento es el mejor indicador de la tendencia de la inflación y la economía. Mientras que el interés de los bonos a 30 años era 5% –lo que señala una reducción en la tasa de inflación–, la Fed había aumentado a 6% la de los fondos federales, lo cual se tradujo en un arco de rendimiento inverso. La comprensión más rudimentaria de la economía llevaría a concluir que esa política monetaria fue excesivamente restrictiva: en palabras del propio Greenspan, "exuberantemente restrictiva".

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Dado que la situación se aproxima a su tercer año sin cambios, es posible que se necesite ese mismo tiempo para recuperarse de este error. Los mercados financieros estaban ya en una caída dramática desde cinco meses antes de que Greenspan comenzara a reducir las tasas. El "mensaje de los mercados" y la curva de rendimiento fueron muy claros. La política monetaria toma entre seis y 24 meses para que sus efectos se sientan en el conjunto de la economía. Por desgracia, la tasa de la Fed todavía es más alta que el rendimiento a dos años, lo que significa que las directrices del organismo continúan acabando con la economía.

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Una fuente aún mayor de debilidad es el superávit. La economía se contrae en proporción a la cantidad de capital que se retira del sector privado. El superávit es el monto de éste que se ha sustraído de la economía, equivalente a una restricción fiscal. Incluso es peor: el gasto ha aumentado de manera extraordinaria. En contravención al criterio tradicional, el desembolso del Estado marchitará todavía más la situación. Los niveles de estipendio representan casi 21% del PIB, y no se había llegado a ellos desde la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos estaba combatiendo en dos frentes.

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Se requiere una respuesta fiscal y monetaria tangible: una reducción de los impuestos a las ganancias de capital, a las utilidades corporativas y al ingreso personal, con objeto de estimular el crecimiento económico. Además de moderar la política restrictiva, es preciso aliviar enérgicamente la política fiscal. Por desgracia, esto no parece probable por ahora.

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* El autor es presidente de Atlantis Capital Markets, fondo de inversión de alto riesgo que opera desde Nueva York con capital internacional.

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