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Esclavos y cachorros

La&#34mascota&#34 corporativa no elige a quien lo adopta
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Exageraría si dijera que Pancho es amigo de todos; la verdad, es imposible caerle bien a todos en una empresa. Pero cada mañana, a la mayoría de nosotros nos recibe con el mismo entusiasmo y la misma alegría en la puerta del edificio, sin importarle si trabajamos en contabilidad, en ventas, en recursos humanos o incluso en mercadotecnia. A él no le interesan esos detalles. Al vernos su reacción es idéntica: salta de gusto, da de vueltas y nos sigue hasta la puerta del elevador, pendiente de cada gesto y de la dirección de nuestra mirada. Ya ahí nos deja y regresa a la puerta para repetir la misma escena con el siguiente empleado de la empresa.

- Es una alegría verlo cada mañana, aunque para algunos no deja de ser un momento difícil y hasta molesto, y es por ello que lo evitan. Pero Pancho se cuida de festejarlos igual y, con reserva, sólo los acompaña un tramo del camino. A la hora de la comida repite la escena, pero a la inversa, acompañándonos del elevador a la calle. ¿De dónde saca tanta vitalidad para tratarnos a todos así? Es un misterio insondable que esconde tras sus ojos húmedos y esa manera medio torpe que tiene para andar, producto quizá de algún mal golpe.

- Ya lo habrán adivinado: Pancho es el perro del portero del edificio y los más veteranos hablan de él como si incluso formara parte del activo fijo de la empresa. Lo menciono porque su caso me recuerda el de varias personas con las que me he topado o que he conocido en ambientes de trabajo. Casi como con Pancho, estos hombres y mujeres llegan a las empresas un poco sin querer y llevados por la mano de la suerte. Lo extraño es que no llegan necesariamente buscando trabajo. A veces van para terminar su servicio social; a veces, porque pasan por un momento de crisis en su vida y no tienen oficio ni beneficio y buscan un acomodo dedicándose a lo que sea.

- En fin, que por una mezcla de necesidad y suerte, terminan casi siempre siendo los “esclavos” de alguien –pues siempre trabajan a cambio de muy poco dinero– y, cuando corren con suerte –y tienen el carisma y la simpatía necesarios– pueden aspirar a ser casi como las “mascotas” de la comunidad, con lo que crecen sus posibilidades para formar parte del “activo” de la organización. No se rían, es en serio: he visto varios casos por el estilo y a veces pienso que toda oficina que se respete tiene o ha tenido una “mascota” entre sus empleados.

- Ahora que lo de “mascota” puede ser sustituido por otras variantes que apelan más a los instintos paternales (o maternales, según el caso) de quienes “adoptan” al recién llegado casi como si fuera un hijo, una hija o el resto de las variantes imaginables. Si, como dicen los psicólogos, la familia es la primer experiencia social a la que estamos expuestos los seres humanos, resulta de lo más natural que en las empresas se repita esa experiencia primigenia. Así, habrán los que cumplan las funciones de papás, mamás, tíos, abuelos, primos lejanos, hermanos, hijos idiotas y benjamines.

- Y cuando falta algún elemento primordial –papá, mamá e hijos– entonces se genera una especie de “familia corporativa disfuncional” (digo, si cabe el oximorón, pues por definición el mundo corporativo jamás podrá ser disfuncional, ¿o sí?).

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- Luego está el asunto de las “elecciones”. Como en el caso de la familia real, por una parte es cierto que los padres no eligen a los hijos que tienen, aunque más o menos pueden adivinar a quién se le parece y ajustarse al caso. Pero no hay hijo que no crezca con el estigma aquél de que “yo no elegí a los padres que le tocaron” (lo que, en realidad, es una clara y no menos tierna evidencia de que el tipo está más perdido que un beduino en el Polo Norte). De la misma manera, la “mascota” corporativa no elige a quien lo adopta. Así que, al cabo de varias semanas, debe aguantar a un “padre” o a una madre no menos exigentes o protectores que sus progenitores reales.

- Sobra decir, que no hay “esclavo” o “mascota” que le aguante el paso a amos tan tiránicos. Quizá por eso es que apenas terminado su Servicio Social (o pasada la crisis personal) huyen despavoridos y buscan acomodo en otra “familia” corporativa.

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