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Felipe González <br>&#34No soy un demó

Durante su reciente visita a México, el polémico ex presidente del gobierno español manifestó co
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

La globalización y sus efectos, “ya evidentes” en distintas latitudes; la redimensión del Estado en los diferentes países, acorde con las demandas del próximo milenio; la democracia, “imperfecta, pero sin duda el mejor sistema” y los consensos imprescindibles para fortalecerla; la responsabilidad de los empresarios en la actualidad, “que en buenas cuentas deben ser emprendedores y no simples contables”; la gravitación de la pequeña y mediana empresa en las economías nacionales; las necesidades imperiosas de terminar de una buena vez con los fundamentalismos de todo tipo y de que la izquierda se ponga a tono y no siga navegando con banderas “de este siglo e incluso del XIX”.

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Estas son, en esencia, las preocupaciones de Felipe González, mismas que carga en su mochila de “trotamundos” –como él mismo indica– por distintas latitudes. Desde que dejó el gobierno –el Partido Popular desplazó su candidatura por un escaso margen de 1.16% de la votación– y “gratamente desligado de cualquier sillón de mando”, durante estos dos años ha intercambiado impresiones con los más diversos interlocutores, desde jefes de Estado y dirigentes políticos, hasta empresarios, sindicalistas, profesionales y estudiantes. Ya en Madrid, en febrero pasado, -Expansión tuvo la oportunidad de escuchar algunas de sus reflexiones, con motivo de un intenso taller que Fernando Flores, presidente de la consultora Business Design Associates (BDA), invitado por el líder político, impartió a un grupo de jóvenes en la Fundación Cambio Global, perteneciente al Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

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“Ha habido y aún hay ciertos errores en el planteamiento de los sectores progresistas –expresaba entonces González–. La disposición de hacer algo parece que se lo atribuyen a la derecha, y no tiene por qué ser así: cuando alguien emprende algo nuevo está rompiendo una barrera, está intentando cambiar la realidad. Pero cuesta entender esto cuando lo hace alguien de mi ‘tribu’ en una empresa; hay que ir abriendo nuevas fronteras para el pensamiento y para la acción.” Se refería a la adopción de nuevas tecnologías, a insertarse en la globalización, a convertirse en emprendedor (en la cultura, en la política o en la empresa), más allá del signo ideológico, “porque no hay nadie que no sueñe con crear algo distinto, fracase o no, se quede en el fracaso o persista en su empeño”. Asimismo, expresaba sentirse contagiado por el deseo de muchos jóvenes de no convertirse en burócratas –“ni de las empresas, ni del Estado, ni de los carriles establecidos para circular en la política”–, y que deseaba aprender, al igual que ellos, cómo llevar a la práctica “esos sueños, todos nuestros propósitos”.

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Apasionado, seductor, consistente y sencillo, durante su reciente visita a México el ex presidente del gobierno español por dos periodos consecutivos insistió en sus preocupaciones, especialmente durante la Conferencia Magistral del ciclo “Empresarios, cambios y perspectivas”, organizado por el Consejo Coordinador Empresarial (CCE). Aún más, el objetivo específico de su presencia en este encuentro, indicó, era “convencer” a los empresarios de que existen alternativas que otorgan seguridad a sus tareas, mejores que los fundamentalismos de cualquier signo; tampoco estaba dispuesto, añadió, a continuar con las ficciones, “como por ejemplo, hablar de empleos sin hablar de empleadores”.

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EMPRESARIOS EMPRENDEDORES
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Luego de enfatizar que los modelos –políticos, sociales o económicos– no pueden exportarse, expresó que en México, “como en muchos otros países”, la principal tarea es responder al doble desafío de organizar el pluralismo y adaptarse a la globalidad.

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Dentro de esto, González subrayó la responsabilidad de los empresarios en la perdurabilidad del modelo. Piensa que, dado el retiro del Estado de la actividad productiva, son ellos con sus iniciativas quienes deberían generar la riqueza nacional. En este aspecto, destacó la importancia de las pequeñas y medianas empresas, que en Latinoamérica ascienden a 50 millones, ocupan a 80% de la fuerza laboral y que aparecen en los programas políticos, pero luego están prácticamente ausentes en el quehacer de los gobiernos.

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En todo caso, se manifestó convencido de que el desarrollo del capital humano es el factor más estratégico para la estabilidad. “La gran variable para que en el siglo XXI la nueva frontera del desarrollo tecnológico incluya a este continente, va a ser el capital humano.” Este se consigue, dijo, mejorando las condiciones de educación, salud y sociales en general, para lograr la equidad y una verdadera igualdad de oportunidades. Aquí, señaló, junto con los empresarios, el Estado y los políticos tienen una gran responsabilidad. “Quiero convencerlos de que esto (la existencia de un sólido capital humano) es para ustedes mejor negocio que sociedades sin justicia social, donde existen quiebres o fosos imposibles de superar.”

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En este punto, comparó al verdadero empresario con el estadista. Ambos piensan, dijo, no en la inmediatez, “como lo hace el político populista”, sino en la siguiente generación, en cómo sostener a largo plazo un modelo de crecimiento de economía abierta, que es precisamente donde desarrollan su actividad los empresarios. “Estos no deben ser contadores sino que tienen que abrir espacios distintos, tomar nuevas iniciativas”, lo que los asemeja a los verdaderos políticos “quienes generan proyectos de país”.

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HACIA UN NUEVO ESTADO-NACIÓN
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Luego se refirió a la importancia de los consensos, entendidos como aspiraciones mayoritarias de una sociedad. Señaló que aun cuando cada país posee una realidad específica –“en México, por ejemplo, no se puede discutir el Estado de bienestar como se hace en Dinamarca”–, la globalidad es un fenómeno general, estimulado por la revolución tecnológica, que ya no es posible desconocer.

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En esta nueva realidad, indicó, el Estado-Nación será una pieza de articulación fundamental en la vida interna de los países y en su relación con los demás. “Pero no deberá ser raquítico, sino capaz de dar seguridad interior y exterior, de hacer funcionar la justicia, de mejorar la calidad de la educación y de la sanidad.” Llamó a los empresarios a no debilitar este tipo de Estado, “porque lo necesitan y lo seguirán necesitando”.

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Explicitó la importancia de esta institución al advertir que al capital financiero no lo gobierna nadie, ni siquiera los empresarios, ya que sus fuentes de financiamiento no dependen de ellos. En cambio, señaló, los políticos y un Estado-Nación fuerte gobiernan el capital humano, y deben mejorarlo y hacerlo atractivo, para ofrecer confianza y estabilizar el modelo de apertura.

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Otra de las áreas de consenso, según él, es la existencia de una macroeconomía sana, “pero hay que crearla en serio: debemos saber que hay déficit que no se pueden soportar y que la inflación es el peor impuesto de la pobreza, de los humildes, de los pensionados; no discutamos ya más esa broma del desarrollo con inflación”. Y para lograr una buena política macro, apuntó, incluso los socialistas han debido liberalizar “pero no con vergüenza y aunque nos llamaran liberales; mientras tanto mejorábamos la educación, la salud y las pensiones”, sin axiomas de ningún tipo, a veces con la tentación de “apretar más en la fiscalidad para contar con más margen para invertir –no para gastar– en políticas sociales, es decir, en el capital humano”.

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LA DEMOCRACIA, POR FORTUNA IMPERFECTA
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Para el estadista, la democracia –otro consenso social– es un sistema “fatal” pero se queda con ella porque, dice, es menos “horrorosa” que los regímenes totalitarios y hay que resguardarla, eso sí, de los fundamentalismos.

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¿Y cuándo inicia ésta? “No lo sabe uno; para algunos es el día en que ellos ganen.” Aventuró que en México, por ejemplo, con un gobierno sin mayoría en el Parlamento, se podría hablar de un “momento iniciático” de la democracia. A grandes rasgos, sostuvo que es una etapa en que la legislación electoral está reglamentada, en que se respeta la Constitución hasta el punto de tener que cambiarla o modificarla, en la que existe igualdad de oportunidades y, “lo que la define sustancialmente” es la capacidad de aceptar la derrota en contiendas limpias.

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Pero lo que más le preocupa es la necesidad de que se perciba a los regímenes democráticos como imperfectos y constantemente perfectibles: “Hay que seguir regando y abonando; salen otra vez calvas en el césped y hay que taparlas y luego, otra vez, regar y abonar.” Compara la democracia con las empresas, donde se vigila, se corrige, se reestructura, se buscan nuevos modos de hacer las cosas. “Hay empresas que se mueren de éxito, porque no se dan cuenta de que el viento sopla de otra manera en el momento en que más dinero están ganando.”

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Otra área donde debe existir consenso, dijo González, es en el reparto del poder, en un mundo donde se mezclan la supranacionalidad y la transnacionalidad. Opinó que para lograr un buen reparto hay que respetar la eficacia, la identidad y la cohesión del conjunto. Puso como ejemplo la situación de España y la operación supranacional que se lleva a cabo en Europa; “en ambas situaciones, si no se respetan esos tres elementos, se desarticulará el proyecto”. Aclara que ellos consisten en lograr de manera eficaz que cada territorio de un país, o cada país dentro de un continente pueda preservar sus respectivas culturas (identidad) sin que esto atente contra el proyecto global, que en definitiva debe beneficiar a todos los integrantes (cohesión). Y para lograr todo ello, enfatizó, es muy importante aceptar la pluralidad; “la falta de ésta era antes el fundamento homogeneizador del Estado-Nación”.

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Por último, destacó que la justicia y la seguridad debieran ser elementos de consenso en las sociedades democráticas. “Un buen funcionamiento de la justicia no es un problema de los partidos A, B o C, sino de todos y para todos; su carencia afecta al empresario, al trabajador, al inversionista extranjero y a todos los que actúan en la sociedad y en la política. Asimismo, una política exterior y de seguridad tiene que ser consensuada; nada hay menos confiable que un país que va por un rumbo en su política exterior y de pronto lo cambia radicalmente.”

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Puntualiza que, en buenas cuentas, no hay que temerle a la globalización sino saber aprovechar las posibilidades que conlleva, para todos, y enfrentar sus riesgos y sus costos. “A España Dios la vino a ver cuando borramos la frontera de los Pirineos, liberalizamos la economía y nos integramos al resto de Europa; sin embargo, una parte de nuestra agricultura salió desfavorecida; nunca se hacen operaciones históricas sin pagar un precio, y lo mismo pasa en el mundo de la empresa.”

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